martes, 30 de diciembre de 2003

Una conversación de fin de semana. Fue acerca de la película de Mel Gibson, La Pasión.

Lo primero que hay que decir es que hay muchísima información desde hace bastante tiempo alrededor del asunto. Probablemente demasiada información, muy difícil de asimilar toda junta. Este mismo comentario, en realidad, es un ejemplo de ello.

Hay incluso doctores en "lo que se dice acerca de la película", lo que siempre es una floración algo deforme alrededor de un hecho cualquiera, y muy especialmente de un hecho artístico.


No puedo decir demasiado de la cuestión de fondo, porque decir algo supone haber visto la película. Y no la vi, como casi nadie todavía, la mayoría.



Con todo, los puntos destacables de la amable disputa me parecieron dos o tres.


Por una parte, la aparición misma de la película y su "formato", la voluntad explícita del artífice de someterse y someter a una ascesis poco común en el mundo más bien extrinsecista del cine: hablarla en latín y en arameo (si conserva esa voluntad el producto final), remitirse a doce horas de la vida de Jesús, utilizar los Evangelios como fuente principalísma, elegir un actor católico para el papel protagónico. Y cosas así, más las historias alrededor de la filmación, del propio Gibson y todo lo demás.

Por otra parte, la controversia alrededor de la futura exhibición. Y ni siquiera: aun de la misma idea de producir ese material y tal y como se ha anunciado y dicho que se lo ha hecho y se exhibirá. Es inevitable, me parece, preguntarse acerca de las razones de semejante zarpullido y batahola. Quién se queja de qué. El cruce de denuestos y apoyos es tal que se acerca al tono de controversias mayores, si no fuera porque, pensándolo bien, no es la primera vez que la conjunción de cine con religión católica desata vientos de furia. A favor y en contra.

Es probablemente uno de los casos más notables el de esta película, en cuanto a que, con sólo aducir que se remite a lo que dice el Evangelio, con el aporte adicional de visiones particulares de cierta fama histórica, ya se desencadenan voces de todos los registros como una sinfonía contraria.

¿Por qué molesta? ¿Qué molesta? ¿A quién le molesta? Producciones de otro corte lograron sus respectivas polvaredas: Desde Jesús de Nazareth, pasando por Jesucristo Superstar o Je vous salue, Marie, por nombrar siquiera tres de decenas de ejemplos, tenían asegurado el escándalo en la medida de su tratamiento torpe, herético o provocador, de puntos contra los que la Iglesia (no los conservadores solamente) habían dado sus batallas en todo tiempo. La historia romántica de Jesús, su cripto marxismo anticipado, la negación de la virginidad de María, la 'no conciencia' mesiánica y redentora del 'hombre' Jesús y otra decena de lugares comunes de las antiguas disputas teológicas, aparecían a su turno, bajo el ropaje sensible, glamoroso y conmovedor del cine. Nada nuevo.


En el caso de La Pasión, se han esgrimido hasta ahora, a mi juicio, dos líneas de asuntos.


En primer término, la supuesta crudeza de la representación, la extrema crueldad y la intrínseca violencia del 'texto' visual.
Responde, poco más o menos, al tópico de la no exhibición violenta a través de los medios; pero, en cualquier caso, a la aspiración pacífica universal, radicalmente esquizoide en nuestros tiempos violentísimos, generadores de violencia, paladeadores de cualquier violencia, especialmente de la brutalidad de la fuerza abusiva e injustificada, cruenta o incruenta.
Hasta donde sé, la película parece ser dura. Más no sé. Pero, en todo caso, el episodio histórico -hagamos de cuenta que se trata de un episodio 'meramente' histórico- promete haber sido más duro todavía que la película y en cuanto la película se atenga al episodio tal y como lo relatan los testimonios, no parece una objeción demasiado consistente, a la larga.


En segundo lugar, parece ser que, y especialmente a tenor de tantas quejas (no necesariamente de sólo judíos), a juicio de algunos los judíos hodiernos tendrían motivos para considerarse injuriados, puestos en una posición en la cual se ofenderían por aparecer relacionados directamente con la muerte de Jesús y con la calidad del proceso administrativo-judicial-político-religioso que lo llevó a la muerte, y a 'esa' muerte y hasta por 'esos' motivos.
Esa queja, aparentemente, trabaja también sobre otro tópico: la omnipresente persecución al judío, en cuanto tal y también en cuanto 'pueblo', asociando las imputaciones que se siguen del papel que les tocaría en la película, a los motivos por los cuales se sintieron o fueron perseguidos a lo largo casi de toda su historia, aunque especialmente dirigiéndose con la imaginación y las inferencias, a la historia del siglo XX.
Algo más se podría discutir aquí. Porque, y nuevamente, si alguna imputación surgiera del texto de origen, la queja ya no debería dirigirse tanto a la película sino a los mismos Evangelios. Lo cual no dejaría de resultar interesante a su vez. Porque en medio de la disputa se levantaría entonces también la figura de la Iglesia misma como depositaria de la Tradición que ha interpretado junto con el Magisterio lo dicho por la Revelación.
Por el momento, parece ser que la disputa no ha llegado a estas honduras, públicamente al menos, y se ha mantenido en el terreno del imaginario colectivo y de las opiniones al uso de un hombre corriente del siglo XX. No porque no haya materia.


Hasta aquí, un sumario. Una lista de asuntos que habría que seguir discutiendo.

Con todo, a esto se suman otras cuestiones importantes, también traídas a cuento en la discusión.

¿Mel Gibson quiso, tuvo intención de, pudo, debió mostrar la doble naturaleza de Jesucristo, divina y humana? Y esto especialmente mostrando las doce últimas horas de Jesús, anteriores a su resurrección, que son las menos gloriosas de sus años sobre la tierra, horas en las que, como se bien se apunta, más velada aparece su naturaleza divina.
Y, aun en términos más generales, ¿eso es algo que el artista decide hacer u omitir?, ¿algo que el artista puede hacer?
Esta última pregunta nos lleva a otra cuestión: ¿es posible para el arte representar la divinidad?
E incluso otra cuestión más: ¿el arte se limita a un modo de mostrar que excluye toda argumentación (ni siquiera la que le es propia a su modo de 'discurso', pues es una obra humana y en cuanto tal, es por lo menos intelectual, racional y voluntaria)?
Y otra más: ¿mostró positivamente Jesús su divinidad?


Pero (perfectamente consciente de que falta apuntar la imprescindible necesidad de una 'lectura' escatológica de la aparición misma de la película), hasta aquí llego por hoy.