miércoles, 24 de diciembre de 2003

La Navidad es feliz por naturaleza.


Es la Alegría.


En un sentido hondo, infinito, es la alegría que pasa a través de todo dolor, y que, mientras exista el tiempo, no excluye siquiera al dolor.


Porque hay Navidad, cualquier dolor puede ser nuestro segundo sentimiento, nuestro segundo estado.

Porque hay Navidad, tenemos la certeza de que la Alegría es la primera cosa.


La Navidad existe porque el dolor no es la primera cosa. Ni la última.


Como en todo Nacimiento, la alegría es lo que queda, aun en medio del dolor.



Feliz Navidad es una frase típicamente humana.


Deberíamos decir: "Feliz Navidad, valga la redundancia".


No podemos, no podríamos. Por eso existe la Navidad.

Porque los hombres, los puramente hombres, no podemos hacer de la alegría la primera y la última cosa.


Tiene que haber Alguien que lo diga por nosotros, que lo signifique.

Tiene que haber Alguien que sea la Alegría, la felicidad sin medida, y la dé así, sin medida.



Hoy mismo, en el momento mismo en que llegue la Alegría, habrá hombres y mujeres sumidos en el dolor.


Son, con todo, el signo de lo humano, tal vez el más sangrante y doloroso de los signos.


La Navidad llega para ellos, en primer lugar. Aunque ni lo sepan. Aunque sólo saboreen como ceniza el dolor que sienten como la primera cosa. Como la única cosa.



Pero en un sentido más hondo que nuestro estado de ánimo y nuestra apariencia, todos somos ellos.



Que Dios nos permita, a todos, ver la Esperanza. Que quiere decir ver que la Alegría es la primera y la última cosa, la que permanece.