miércoles, 10 de diciembre de 2003

Es inevitable. Tiene que sonar a defensa de parte. Mala suerte.

No que no haya que tomar parte donde uno tiene parte. Pero pasa habitualmente que como argumento de parte, cualquier argumento sufre un cierto desprestigio.


El asunto de la imagen de la Virgen retirada de Tribunales.


Sale la noticia en la semana del 8 de diciembre. Día de feriado nacional, fiesta de la Inmaculada Concepción de la Virgen.

Y casi tres semanas antes del feriado nacional del Nacimiento de Jesucristo.

Afrentosas imposiciones, tan anteriores a la imagen en cuestión. Ellas y otras llevan siglos coloreando los almanaques, hiriendo las sufridas pupilas, por ejemplo, laicas.


Los que pidieron el retiro son irrelevantes, como es irrelevante el voto de algunos cortesanos cuando en su momento trató la cuestión la propia corte, reina del palacio.

Son irrelevantes porque no son los únicos argumentos y argumentadores. Ni siquiera los más ingeniosos, ni los más poderosos.


Para los coleccionistas de soponcios y escándalos, la lista de ocasiones de furia es infinita. Pueden desmayarse varias veces por hora.



Al fin, lo que resulta de veras ofensivo es la falta de convicción, de seriedad, de consecuencia, de consistencia. Y de coraje, por qué no.



La liturgia laica tiene tantos ritos como cualquiera otra liturgia. Tiene tantos mandamientos, sacramentos, profetas, sacerdotes, apóstoles y fieles, como cualquiera otra religión. Tienen sus jerarquías y teólogos.

Así como en las religiones conocidas hay cruzados y mujaidines, ortodoxos y sikhs, el rito laico tiene sus talibanes.


No se engañen los ingenuos. Ya reveló Evelyn Waugh, en Los seres queridos, que para ser sacerdote adscripto a ninguna religión, hay que sentir el llamado y ser fiel a la vocación.



Suele acusarse muchas veces a los responsables de las religiones instituidas de falta de celo, de cobardía doctrinal y personal, de promover el escándalo y sembrar el escepticismo.

Modestamente, creo que a los fieles de la laicicidad, a los que han sentido el llamado a abrazar ninguna fe, hay que enrostrarles su falta de coraje, su falta de fe, su tibieza apostólica, su incongruencia y dispersión doctrinal.


Toda religiosidad tiende a ser universal, es decir, católica.

Toda concepción del mundo tiene una lógica interior férrea y hasta totalitaria, al fin de cuentas. De modo que la interioridad de las convicciones, la inocuidad apostólica y exterior de la religiosidad personal, es un mandato destinado a tener una vida endeble, breve, enclenque.


El que postula: saquen la imagen, es después de todo un profeta tormentoso que levanta urbi et orbi su dedo laico.



Por menos de eso, nadie merece demasiado respeto en sus creencias.