sábado, 22 de septiembre de 2018

Polito rojinegro


A unos papeles siguen otros y es raro cómo aparecen sin avisar cosas que nos significan algo entrañable.

Es el caso de Polito, o Polo, según la ocasión.

Un hombre pequeño y común. Y sin embargo...

El pueblo se recuesta sobre vías del ferrocarril. Y él era por antonomasia un vendedor de libros en los trenes. Un ciruja de la cultura, como solía decir, poniéndole tasa a su labor, que para nada era insignificante.

Salteño a rajatabla, dueño y señor de una vida azarosa, de ajedrecista consumado hasta hacedor de versos (que llegó a publicar en un libro en sus últimos años), Polo tenía amigos de toda laya y rango. Valga decir que lo lloraron poetas y cantores salteños reconocidos, de Eduardo Falú para abajo, así como sus pares de la venta callejera. Y piensa uno que no podría haber distancia mayor entre un afable vendedor ambulante y los artistas de renombre. Y sin embargo...

Lo de Polito viene de Hipólito, segundo nombre que su padre, radical como él mismo, quiso que llevara. Lo de rojinegro viene de los colores del club Libertad de Salta, en el que jugó al futbol con talento en su juventud, antes de irse una temporada a jugar a Chile, allá por 1950. Y con esos colores le gustaba firmar. Y hasta ese nombre Libertad le puso a una de sus hijas. Mire que hay que ser consecuente...

A su muerte, una custodia de Gauchos de Güemes acompañó su entierro en un cementerio inhóspito, una mañana fría. Una conocida coplista y bagualera de su tierra, lo despidió con una oración lírica y conmovedora, dicha en aire de baguala.

No quiero hacer un recuento de nuestra amistad, de la que yo salí beneficiado.

Sólo quiero dejar en esta bitácora un discurso que me pidieron el día en que el municipio de mi pago lo homenajeó, al año de su muerte, en una plaza que está frente a la estación del ferrocarril, el lugar del que Polito hizo su segundo hogar, si no el primero.

Homenaje y celebración a Polo rojinegro, también apareció ordenando papeles.

Me dio tanta alegría como nostalgia. A él lo tengo siempre presente. Y este recuerdo merece un lugar aquí, sobradamente.