sábado, 29 de septiembre de 2018

Adet


En la Biblioteca del Soneto que mentaba días atrás, encontré hoy de pasada dos sonetos del salteño Walter Adet (1931-1992).

Además de parecerme buenos los textos, me vino con ellos el recuerdo de Polito -tenía admiración y afecto por el poeta-, a quien también nombré en estos días.

Creo que era de esos amigos que cosechaba Polo.

Madre

Mi madre, enferma en su bastón raído,
se demora y ausculta en la penumbra
si la vajilla del hogar relumbra
y si estoy bien tapado y ya dormido.
Abre la puerta sin hacerme ruido
y con la última lámpara que alumbra
a media luz mi corazón columbra
un jirón de mortaja en su vestido.
Porque madruga cada vez más vieja
en su trajín de remendar el cielo
con un hilo de su alma destejida.
Y yo siento que todo se me aleja,
que no sé darle ni un fugaz consuelo
entre tanto recuerdo que la olvida.


Esta gente

Esta gente del valle, Pancho Flores,
Silvestre Mamaní, Julián Viveros,
que va diciendo a pulso los senderos
mientras se olvida de contar dolores.
Y que se queda sola, sin amores,
alucinada frente a los yesqueros
donde el ocaso, por los vientos fieros,
alumbra sus viejísimos temores.
Esta gente que va por serventías
creciendo lentamente los percheles,
está soñando con alguna aurora.
Y aunque nada le resta de los días,
ella me da su mundo de laureles
en la baguala que en sus ojos llora.