viernes, 28 de septiembre de 2018

Lo que está mal


La primera vez, en esta bitácora y que recuerde, fue en 2007. Lo repetí en 2016. Y todo eso venía a su vez de una cita de la Aproximación a Chesterton que a un servidor le publicó EDUCA en 1996.

Dirá no sin algo de razón que no sólo me repito sino que me autoreferencio.

Pero no mire el dedo que señala. Al que hay que mirar es a Chesterton, que hace casi 120 años acertó con la descripción de la hipocresía de izquierda tanto como la del capitalismo.

En cada uno de aquellos años hubo gobiernos distintos en el país de los argentinos. Y sin embargo la cita de Chesterton se aplica, igual de oportuna y verdadera en cada caso.

Entonces no me preocupa la repetición: lo seguiré repitiendo.

Porque lo que está mal, está mal.

En 1910, (G. K. Chesterton) en What's Wrong with the World?, hablaba de la propiedad, asunto que importa por demás a los dos antagonistas, capitalistas y socialistas.
    La propiedad es, escuetamente, el arte de la democracia. Significa que cada hombre debería poseer algo que él puede modelar a su imagen y semejanza, como él mismo está modelado a imagen y semejanza de Dios. Y porque él no es Dios, sino una imagen esculpida de Dios, sus propias expresiones deben operar dentro de límites, dentro de límites rigurosos y aun estrechos.

    Me doy perfecta cuenta de que la palabra "propiedad" ha sido contaminada en nuestro tiempo por la corrupción de los grandes capitalistas. Si se escuchara lo que se dice, resultaría que los Rotschilds y los Rockefeller son partidarios de la propiedad. Pero es obvio que son sus enemigos, porque son enemigos de sus limitaciones. No desean su propia tierra, sino la ajena. Cuando sacan el mojón del vecino, sacan también el propio. El hombre que ama una pequeña parcela triangular debería amarla porque es triangular; cualquiera que le altere la forma es un ladrón que le ha robado el triángulo. El hombre que sienta la verdadera poesía de la posesión desea ver la pared donde su jardín se encuentra con el de Smith, el cerco donde su granja se encuentra con la de Brown. No podrá ver la forma de su propia tierra hasta que no vea los linderos de la de su vecino. Resulta la negación de la propiedad que el duque de Sutherland tenga todas las granjas de su condado, como sería la negación del matrimonio que tuviera todas nuestras esposas en un harén...
Cuenta, poco más adelante, la historia de su nunca abandonado hombre común -"llamémosle Jones"- que
siempre ha deseado las cosas divinamente ordinarias; se ha casado por amor, ha elegido o edificado una casita que le va como anillo al dedo; está listo para ser abuelo y patriarca del lugar. Y precisamente cuando a eso se encamina, algo comienza a andar mal. Alguna tiranía personal o política repentinamente lo desaloja del hogar y tiene que sentarse en el cordón de la vereda.
Ahora se lo disputan el socialismo y el capitalismo. Ambos lo quieren en la vereda. Lo quieren en la calle, que unos llamarán la "vía del progreso y de la civilización" y otros "el escenario de la lucha". Irá a la fábrica, será esclavo del salario y del empleo porque le han dicho que así se construye la gran gesta de la economía. Otros, en la vereda de enfrente, una vez que es esclavo, le explicarán que
por fin se ha metido en la vida real de las empresas económicas; su lucha con el propietario será la única cosa de la cual, en el sublime futuro, sobrevendrá la riqueza de los pueblos...
En este caso, está en las manos de la
república socialista, igualitaria, científica, poseída por el Estado y gobernada por funcionarios públicos. En una palabra, la comunidad del sublime futuro.
Futuro, claro, sólo en apariencia comunitario, mas claramente individualista en la medida que sea verdaderamente carne de esa revolución, la revolución del progreso y el bienestar o la de la sociedad sin clases de ninguna clase.

En ese futuro vivirá solo, pues lo han apartado de su familia y de su ámbito natural, para vivir hacinado -y en el mejor de los casos engordado como un ganso, un pavo, un chancho...- en manos de su protectores. Protectores que podrán ser capitalistas o socialistas, pero siempre pertenecerán a la misma clase de hombres, aquellos que practican
la gran herejía moderna de alterar el alma del hombre para adecuarse a sus condiciones de vida en vez de alterar sus condiciones de vida para adecuarse a su alma.
En el fondo de su corazón, el hombre común atiborrado de mensajes contradictorios, despersonalizado, todavía tiene como un eco de angustia. El no sabe de dónde le viene -y hoy menos que en 1910- esa desazón. ¿Por qué, parece preguntarse Jones, estoy tan mal si estoy arañando la prosperidad del futuro que me prometieron? ¿Por qué, dirá nuestro Jones del tercer milenio, me deprimo y no le encuentro ni sabor ni finalidad a la vida? Una vida tan llena de regalos, de prosperidades, de promesas y felicidades...
Hay, sin embargo, signos de que el incomprensivo Jones todavía sueña de noche con su vieja fantasía de tener un hogar formal. Pedía tan poco y le ofrecieron tanto...Lo querían sobornar con un universo y con grandes sistemas, le ofrecieron el Edén y la Nueva Jerusalén y él sólo quería una casa. Pero la casa, se la negaron.