sábado, 17 de julio de 2004

¿Primero la moral? (I)
 
 
Un apunte sobre los asuntos morales y las cuestiones teológicas, que no son simplemente morales.
 
Y esto porque vengo quejándome de que muchos católicos pongan su mirada teológica preferente y principalmente en cuestiones morales -casi exclusivamente- y, dentro de este rubro, en asuntos sexuales o que bordean la cuestión: aborto, homosexualidad, divorcio, manipulación genética, fecundación asistida o anticoncepción o control de la natalidad intervencionista.
 
Parecería que corre una voz callada que dice que la moralidad, y específicamente la moralidad sexual, es de algún modo un último bastión, como un último refugio de la Fe.
 
Así como me parece que muchos han hecho de esa militancia la razón de ser de su profesión religiosa. No que hayan suprimido o suplantado sus prácticas sacramentales o de piedad. Incluso no creo que no se entienda que las raíces de la religiosidad son mucho más vastas que la moralidad así concebida.
 
Sino que, bajo esa mirada, parecería que nuestro tiempo no sufre de males peores o que, precisamente, no habría raíces más hondas para esos mismos males que hoy ocupan el corazón.
 
Si acaso se sale de ese marco, se pasa a cuestiones como, por ejemplo, la de la globalización, y en relación con eso mismo muchas veces, acumulando temas: deuda externa, gobierno moral mundial, extorsión y dominación y esclavitud a los países pobres (plata a cambio de abortos o preservativos: poca plata a cambio de muchos preservativos o abortos-)
 
Como si no vieran que, insisto, esos mismos males morales de la sexualidad humana, tienen razones y causas más hondas o más consistentes que una genérica y desleída desacralización de la cultura y de la vida social e individual o que el avance anómico de la ciencia, o como fruto de una revolución acerba del hombre frente al orden natural, y a Dios en última instancia; y, aún todo esto, mal explicado por quienes deberían explicarlo mejor.
 
No me quejaría de eso, insisto, si no fuera que la cuestión aparece habitualmente desgajada de las razones más hondamente teológicas. Vaya y pase si esto fuera cosa de fieles simples y llanos.
 
El modo de tratar la cuestión sexual, y las cuestiones morales en general, sufre habitualmente de la misma renguera entre laicos o sacerdotes, científicos católicos u obispos.
 
 
Muy pocas voces hablan de estas cuestiones con todos los argumentos, o con los más sólidos argumentos teológicos.
 
Muchos parecen haber suprimido las cuestiones teológicas, incluso la más alta exégesis de las Sagradas Escrituras y prefieren los argumentos 'científicos', jurídicos, 'culturales', sociológicos y hasta políticos.
 
He oído muchas veces proponer en privado retacear en la discusión pública los argumentos que llaman 'católicos', para que no se espanten los oyentes, para no conversar o dabatir estas cuestiones 'en desventaja'. Creyendo que hay argumentos 'mejores' y que los 'católicos' son, por naturaleza, insuficientes. Es decir, no una cuestión de pertinencia y oportunidad, sino de una callada debilidad de lo que la Fe pueda decir al respecto, cosa que retrae y avergüenza a los propios fieles, no importa el rango.
 
 
Me animo a poner aquí un esbozo, apenas un intento. No porque tenga que predicar con el ejemplo. Porque, si acaso puedo advertir la ausencia de argumentaciones, eso no quiere decir que pueda yo suplir lo que los doctores no hacen.
 
 
Pero, veamos.
 

Si, por ejemplo, uno mira con algo de atención, y para empezar, el libro del Génesis, ciertamente que se topa con estas cuestiones, de un modo u otro.

Después de pecar, los primeros hombres advierten su desnudez. Y no porque su pecado haya tenido relación directa con lo sexual.
Por cierto que la desnudez en que se descubren Adán y Eva frente a Dios y después de haber pecado (de haber probado el fruto expresamente prohibido del árbol de la ciencia del bien y del mal), no tiene sólo el sentido del pudor sexual y genital. Pero también tiene ese sentido. 

Adán habla de su ocultamiento ante Dios y acusa a la mujer que lo incitó a pecar y la mujer acusa a la serpiente. Dios castiga primero a la serpiente, después a la mujer y finalmente al varón.
Cuando se llega al castigo que le impone a la mujer, Dios dice:


"...mulieri quoque dixit: multiplicabo aerumnas tuas et conceptus tuos in dolore paries filios et sub viri potestate eris et ipse dominabitur tui..."

Las molestias y dolores del parto multiplicados y la búsqueda deseosa del varón, que se enseñoreará sobre ella. Es notable que, además de la muerte genérica para todo hombre que estaba ya contenida en la advertencia de no probar el fruto de ese árbol, a la mujer la destine a esas dos 'penas'.
Al varón, entretanto, él último en ser sentenciado, Dios le da una responsabilidad mayor, pues le dice que, por él y lo que ha hecho, la tierra entera le será rebelde al hombre y será difícil arrancarle bienestar y alimento: el sudor de la frente.
Junto con esta sentencia, más curioso, para el caso, es el motivo expreso de la expulsión del Paraíso: 

"...et ait: ecce Adam factus est quasi unus ex nobis sciens bonum et malum nunc ergo ne forte mittat manum suam et sumat etiam de ligno vitae et comedat et vivat in aeternum..."
 Casi, dice el texto de la vulgata latina, Adán ha venido a ser uno de nosotros, comiendo del árbol de la ciencia del bien y del mal, pero no vaya a ser cosa que ahora coma del árbol de la vida y viva para siempre...  
De este modo, Dios resuelve -el Nosotros es trinitario, y está en boca de Dios a menudo en el Antiguo Testamento- expulsarlos. Pero no solamente los expulsa: 

"...eiecitque Adam et conlocavit ante paradisum voluptatis cherubin et flammeum gladium atque versatilem ad custodiendam viam ligni vitae..."
Así, una vez expulsados Adán y Eva, Dios coloca a un terrible Ángel, con una espada flamígera que mueve en redondo, y custodia el camino que conduce al árbol de la vida.
 
Adán y Eva, antes de pecar, habían sido 'cubiertos' por Dios con dones preternaturales que perdieron con la Caída. Ahora, cubiertos por unos vestidos de pieles que Dios les ha hecho, salen del Paraíso. 
Sin duda que hay en todo el pasaje ciertos elementos importantes referidos a la sensualidad y a la concupiscencia, lo que a algunos los ha llevado a asociar el fruto prohibido con algo referido a lo sexual.
Pero, más ciertamente aún, el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal es mucho más que lo sexual y por supuesto más que un mandato moral sobre lo sexual. Nada de intrínsecamente malo hay en lo sexual, ni en lo genital, ni en el propio deseo carnal.
Más aún.
Lo sexual y matrimonial está asociado, en el lenguaje de las Escrituras, a las más hondas y altas relaciones de lo divino con lo humano.
De hecho es importante y significativo, como mucho más importante -y mucho menos recurrido, curiosamente- es la mención del árbol de la vida y del camino que conduce al árbol de la vida, al que el hombre anhelaría también, y cuya vía Dios manda a resguardar por poderes angélicos, de modo que el hombre no tenga acceso a él.
En cualquier caso, lo sexual en el hombre, siendo propiamente lo que es en el orden vital humano, parece ser a la vez un altísimo símbolo en el orden espiritual.

En cualquier caso, creo que las argumentaciones al uso en nuestros días, desdeñan el dramatismo de estos pasajes y la cantidad de materia que contienen para, por lo menos, entender hasta dónde llega la rebelión del hombre y la significación de aquellas cosas en las cuales muestra su rebelión.
Por no hablar de lo que de 'profético' pueda mostrar el episodio del Génesis, en cuanto a los elementos que contiene respecto de la subsiguiente historia humana, incluso respecto del propio 'fin de los tiempos'.