sábado, 31 de julio de 2004

El amor al prójimo (I)

Mientras miramos -y tratamos de ver- a Cristo en el pobre, es Él en realidad el que nos imita.

Nos mira, nos ve. Es Él quien primero mira al hombre. Y somos a sus ojos algo parecido a lo que vemos en Él, cuando lo vemos humillado y destrozado. La tristeza que vemos en Cristo es algo como la tristeza que Él ve en nosotros, el dolor que sufre es como el dolor que sabe que nos duele, y que Él hace en Él dolor insufrible; la pobreza, el hambre, la sed, el cansancio, la enfermedad, la muerte, la indigencia que nos agobian y nos cansan, son su modelo.

El modelo de Cristo (Cristo haciéndose hombre y hombre doliente) es el hombre pecador, indigente, pobre, arruinado, hecho una ruina, golpeado, magullado, solo, abandonado, burlado.

Cristo se mira en el hombre, se calca sobre el hombre. La perfección de la imitación que Cristo hace del hombre lo vuelve miseria, lo hace un gusano a los ojos humanos. Se hace escandalosamente pobre. 'Exagera' -según nuestra mirada que lo ve hombre y no mide fácilmente el misterio de que ésos sean 'padecimientos' de un ser también divino-; exagera las heridas, la sangre derramada, el dolor, sobreabunda infinitamente el asco, la repulsión, el odio, el desprecio.

Pero cuando vemos a Cristo ultrajado, roto, desangrado, maltratado, no se nos ocurre habitualmente pensar que con parecida conmoción mira Dios a sus creaturas humanas.

Parecería que Cristo exagera, que no es necesario cargar las tintas. Que no hace falta tanta sangre y tanto dolor. Pero no se nos ocurre pensar el misterio que hay detrás de la mirada divina.

¿Qué ve Dios cuando ve arruinada a la creatura que ama?

Miramos a Cristo doliente y humillado -en todos sus dolores y humillaciones, del Pesebre a la Cruz- y se nos estruja el corazón, y se nos saltan las lágrimas.

Pero parece que algo similar le ocurre a Dios con sus pequeñas criaturas.

Algo parecido -sólo parecido- al impulso que nos hace apretar los dientes y las manos ante la visión del Cristo de los dolores, es lo que mueve a Dios cuando mira al hombre.


Dios no es un sujeto 'prolijo'. No se impacienta porque le moleste la 'suciedad' en su reino, porque el destrozo de sus 'niños' 'desorganiza la casa'.

Dios ama el orden. Pero Dios no es un decorador, ni un ama de casa hiperpulcra.

Dios ama. Y se conduele de la desgracia de los que ama. Y el hombre nace en desgracia. Y Dios ama al hombre. Y no se arrepiente de su creación.

Y va a su rescate. Se pone a su lado. Carga su cruz. No la suya, la nuestra. Vemos a Simón de Cirene. Y recién después nos damos cuenta de quién ayuda a quién. Quién está cargando la cruz de quién.


La medida del amor divino es, precisamente, esa 'exageración' del dolor.


El pobre, el doliente, es la imagen viva del hombre desterrado, del desgraciado, del hombre que ha de ser redimido y rescatado. Como nadie, el hombre que más sufre es la figura misma del hombre, de cualquier hombre, pobre o rico, sano o enfermo, triste o feliz.

Dios no ama al pobre porque simplemente se conduele de su desgracias 'adicionales'.

Como si dijéramos que Dios piensa que el hombre ya tiene bastante con la desgracia del destierro, ya tiene bastante con la desgracia de la herida del pecado en su naturaleza...y 'encima' estas calamidades de que no tiene para cubrirse y para comer, y 'encima' le faltan las piernas, y 'encima' tiene chancros de lepra, y 'encima' babea su locura, o perdió a sus padres, o quedó viuda, o es perseguido, o nació ciego.


Mucho antes de ser el modelo del dolor, Cristo, Dios, es el modelo del amante. Y es el amor el que lo lleva a dolerse y a hacerse dolor.


Ahora bien, se nos pide -se nos indica y manda- ver en el pobre a Cristo.

Es verdad que no hay dolor mayor que Su dolor, que el dolor de Cristo.

Como es verdad que -desde que vemos su dolor que asume todo dolor humano- el dolor del hombre doliente, el dolor y la indigencia del pobre, se nos hacen como una figura, son como una imitación, un signo, una señal, un recuerdo del dolor de Cristo.


Cuando lo hacemos con alguno de ellos, con Él lo hacemos, cuando atendemos a uno de ellos, a Él atendemos.


Pero todavía nos queda ver que el dolor de Cristo -ese dolor que es como el modelo original que vemos retratarse en el hombre pobre y sufriente y por el cual dolor 'crístico' vemos a Cristo en el pobre-, ese dolor está calcado del dolor humano.

Dios no sufre. Y el primer dolor humano es el del pecado y el de la muerte. Y en Dios no hay pecado ni muerte. Ni dolor.

Pero Cristo se hace hombre para librar al hombre del pecado, de la muerte y del propio dolor, en su causa. Y se hace dolor humano; sin ser pecado, se somete; sin tener que morir, muere.

Así como el hombre es creado a imagen y semejanza de Dios, Dios se hace a imagen y semejanza del hombre para rescatarlo.

Cristo sufre a imagen del dolor del hombre, pero sufre al modo de un amante divino.


Y esto parece ser que es lo que está en figuras y signos en la parábola del Samaritano compasivo.


Entonces, ¿quién es quién en esa parábola y por qué?