martes, 27 de julio de 2004

Dios la Belleza
 
Cada hombre que tenga un verso a flor de labios
y lo haga palabra desmedida de todas las medidas que saben los hombres,
consabida;
cada hombre que pueda mirar alguna cosa,
cualquier cosa que fuere,
y la luz que allí brilla lo enceguezca y desborde;
cualquier hombre y cualquiera que solamente pueda mirar, decir, hacer,
ya no sepa otra cosa, ya no vea más nada y apenas diga eso o la haga
o lo cante:


digo yo que en el alto lugar más allá de los ángeles,
en la altura del aire que no conoce tasa;
allí, donde no llegan las águilas, satélites y sondas e ilusiones
de los más fantasiosos,
en ese sitio arcano, recóndito y el único que nunca está vacío
y que Dante, San Pablo y Cicerón llamaron la esfera la más alta,
la tercera, la última:

habrá un lugar que nadie podría discutirle, donde Dios la belleza,
el Dios que sabe todos los modos en que brillan las cosas por su esencia,
lo tendrá siempre en cuenta y a la vista del trono, del escabel del trono,
o cerca, por lo menos, de un confín no lejano de su Cielo que es siempre.


Porque Dios no desmiente con sus actos sus dichos.


Y si es bueno que exista el olor de las flores,
la luz de la mañana, y hasta el sol o la nube,
cada brizna en el viento, cada viento en la noche,
el campo si atardece, la montaña sin sombra;

o las palabras dichas que hacen que exista todo
en mis ojos, mi lengua, mi memoria, mi oído,
o entre los pliegues tristes de un corazón de carne
(de demasiada carne) y los hacen alegres,
o por lo menos hacen las palabras que brille
una alegría suave que llaman esperanza,
o despiertan arrojos que se llaman amor,
o cantan dignamente el dolor de la pena;
o las manos que hacen del barro inerte opaco
vasija que da vida,
o del mármol calor;
o en color, formas gráciles, bocetos de otras cosas
que ya existen y quieren ser por él repetidas
para mostrar su forma inacabable siempre;
o ponen en el aire y con aire un sonido
que enhebra toda cosa en músicas y en danza
dando compás al grito, melodía a la pena, canción al regocijo;
 
y así con cada mano que hace más veces ser
la rosa o el retrato cansado de mi faz,
con cada voz que busca el sonido secreto de los nombres de Dios
(con que llama a las cosas),
o la mano que sale de la piedra,
habitante de un mundo que florece si otra mano la llama,
o el que en el aire siente sonidos que no tienen reposo
si en el tiempo no son la sinfonía:

para ellos Dios guarda un rincón en el Cielo y los redime siempre,
por un verso en fortuna,
un color inaudito,
un sonido que acuerde,
una piedra que hable:

Te pido, Dios, que sabes que bella es toda cosa ante Tu Faz bendita,
redimas al apóstol que habla de Tí en figuras, colores y sonidos,
sepa de Tí o no sepa;
Te conozca o Te ignore pero Te busque siempre
diciendo -y más sabiendo, oscuramente al menos- que intuye que en su origen
toda cosa Te debe, toda obra Te debe
lo bello que posea;
que conmueve y que exalta y que aquieta y que eleva y que lleva
a la sala del trono,
al escabel del trono donde Tú estás. Amén.