miércoles, 9 de marzo de 2016

Marzo libre


Después de muchos años, marzo, por fin, llegó libre.

Tengo que ir mucho tiempo atrás para verlo así otra vez, mucho antes.

¿Libre? Sí: como ahora, preludio ansioso de un otoño en ciernes. Ansioso por quitarse de encima el verano.

En tantos años de estos últimos años, marzo era los restos de una fragua que, aunque no tenía qué forjar, igual ardía y se estiraba morosa, molestamente. Un ardor inútil, una pasión baldía.

Por esta vez parece distinto, como antes de antes. Entre algunas lluvias nerviosas, soplando vientos sureños.


Uno piensa que marzo es tiempo. Y no es solamente el tiempo.

Claro que marzo -como cualquiera otra medida de Cronos- es tiempo, es mes, es del año. Son días, horas.

Pero no es tanto tiempo como aire y paisaje, derredor, espacio. El tiempo, si acaso, mide el derredor que cambia, que se mueve; que va de la torridez -en algo insana- del verano, a la frescura súbita del otoño.

Si marzo es tiempo, es tiempo en un espacio. Y siendo marzo el marzo que uno espera, debería ser un modo de irse las hojas y aplacarse los campos, un tinte del cielo, un modo de ser de las mañanas, un tono en el atardecer.

Porque es la dormición, la somnolencia de esta tierra (y más al sur voy, más la veo acurrucarse) en una expectativa del sueño del invierno. Y a la espera del fuego de los hombres, no del sol.

Marzo erguido. Más ágil.


Más libre.