sábado, 11 de agosto de 2012

La cobardía

En 1943, Giovanni Guareschi combatía como teniente del ejército italiano en Alejandría, en el Frente Oriental. De allí, como consecuencia del armisticio de Badoglio con los aliados, Guareschi fue apresado por los alemanes y llevado a Polonia primero y finalmente al campo de Sandbostel, Lager 333, en Alemania. Estuvo allí dos años.

Durante ese tiempo, Guareschi llevó varias publicaciones escritas y orales, la mayoría de ellas difundidas por él mismo en el campo de concentración. Al final de la guerra, ordenó esos papeles y fueron a dar a su Diario Clandestino, una obra con no pocas páginas impresionantes. 

En 1944, hizo esta anotación:
Frenesí
6 de octubre

Aquí todo se exaspera. La nostalgia se convierte en desesperación, la inactividad en inercia, la pobreza en miseria, el deseo en espasmo. La fe se convierte en manía, y apenas avistan un sacerdote, pequeñas multitudes lo asaltan, se pegan a él, lo empujan hacia un rincón y lo inundan de pecados.

Cada rincón es un confesionario: la capilla desde una hora antes del toque de silencio, está llena de personas que rezan y salmodian, y en el corredor se extiende la fila de los que esperan para comulgar.

El intercambio de objetos, de equipo y de víveres -natural en situaciones como ésta- se convierte en un comercio, cotizaciones, agentes y anuncios.

Cualquier modesto artesanado se convierte en industria, y las puertas de las letrinas están consteladas de cartelitos: "¿Su reloj se ha detenido? D. (barraca 23-B) trabaja para usted. Vidrios irrompibles de todas las medidas".

"Confección elegante de pulseras de cuero para relojes. Encuadernación de libros. Barraca 23-A, penúltimo corredor".

"¡Ocasión! Estufitas muy económicas. Se venden por cigarrillos y víveres. Barraca 89, interno 4".

Aquí todo se exaspera.

Y hasta la loable iniciativa de las conferencias se ha convertido en poco tiempo en un frenesí oratorio. Tres, cuatro, diez conferencias en una sola tarde; en cualquier barraca en que se entre después de las ocho, se encuentra a alguien parado sobre una mesa que habla de algo. Música, poesía, técnica, pintura, economía, política, historia, filosofía, religión, finanzas. Hoy el teniente B ha hablado del humorismo con ideas claras y conocimiento de causa. Y hay otros que han tratado aguda y competentemente temas que conocen bien. Pero demasiadas veces se trata de personas que, apenas descubren una mesa desocupada, saltan encima y hablan a tontas y a locas -no importa sobre qué ni cómo, con tal de hablar- probablemente para resarcirse de haber callado servilmente o cuchicheado temerosamente durante veinte años consecutivos.


No puedo dejar de mirar este texto desde hace dos días. No sé exactamente por qué. Tal vez, pienso, por el aire de familia que tiene esa descripción de vida carcelaria con otras cosas que veo en nuestra vida libre. Y no porque en nuestra vida en libertad pase lo mismo, sino porque se me ocurre que nuestra vida libre un día cualquiera bien puede ir a parar a una vida carcelaria en la que pase lo mismo que allí se describe y por las mismas razones que supone allí Guareschi.

Si es, acaso, que nuestra vida libre es tal. Porque tal vez pase que no lo sea tanto y ya nos estemos portando como si fuéramos ellos.