domingo, 12 de agosto de 2012

El otro rumbo

Casi lo pierdo. Estaba en un libro del que me estaba desprendiendo, junto con otros papeles que ya no me hacen falta.

Hasta que le di, como al descuido, una mirada al libro que partía. Y allí lo volví a encontrar, después de casi 30 años.

El otro rumbo

El otro rumbo lo señala el paso
del viento por arriba de la casa,
ese lento gemir de pluma y gasa,
ese ligero y suave latigazo,
ahora que sólo tengo el cielo raso
para moverle nubes de argamasa.

Siento el perfume de antes confundido
con el tibio y cercano del presente
en la pieza borrosa, en el ambiente
hay un temblor de brote renacido
y aparece en el fondo del olvido
la llanura verdeando largamente.

Siempre será el verano el que la arrime
como oloroso mar que desbordara
cuando el durazno criollo se azucara
en la cáscara gruesa que lo oprime
y basta que un cuervillo la lastime
para que brille la laguna clara.

Cuando salta, silbando jubilosa,
la calandria en la lija de la higuera
y la ratona alegre se entrevera
con la triste glicina neblinosa
y se enrojece con la mariposa
una plegada pausa volandera.

Y con zumbido arisco la saeta
el mangangá realiza sus trabajos
en bruscos y vibrantes altibajos
sobre el soleado olor de la glorieta,
donde labra su rosa la corneta
entre el verdor jugoso de los gajos.

Eso llega en el aire o eso parte
del corazón al aire, según venga
o vaya, y aunque el cuerpo no lo tenga
la devoción del alma lo comparte,
mas como el infinito queda aparte
del mundo sin que nada lo sostenga.

Miguel Domingo Etchebarne (1915-1973)