domingo, 21 de noviembre de 2004

Es la fiesta de Cristo Rey. Leo en el Calendario Litúrgico de la Editorial Claretiana, no sin sorpresa, algo más sonoro todavía: Jesucristo Rey del Universo; un poco menos enfático es el título en el viejo Misal del P. Azcárate: Jesucristo Rey.

No creo que tenga yo que descubrir nada en este asunto, del que mucho se dijo y del que, a la vez, se habla cada vez menos. Solamente me llama la atención algún que otro punto, en un orden tal vez menor, más allá del misterio histórico que supone esta fiesta que es de una medida más que humana.

Jesús habló de su realeza y de su Reino ante todos. El que lo quiso oír lo oyó y el que lo quiso entender lo entendió. Desde el pánico de Herodes ante el Niño Rey y el homenaje de los Magos hasta la vocación de Natanael. Desde las parábolas del Reino y de los Reyes y Señores y sus Hijos, y las bodas de sus Hijos, hasta la entrada triunfal a Jerusalén, vecina la última Pascua. Desde las acusaciones de escribas, fariseos, doctores y sacerdotes de Israel hasta el griterío de la multitud tornadiza. Y, finalmente, Jesús ante Poncio Pilatos.

De modo que la cuestión del Reino y del Rey, explícita e implícitamente, en figuras o no, recorre todo el Nuevo Testamento, por no hablar del Antiguo. Son tantas las ocasiones que es imposible leer las Escrituras sin toparse con el asunto. Se podría decir que no trata de otra cosa la Revelación.

Se puede decir de varios modos. Se puede hablar de reino celeste, o espiritual, de reino total, o terreno, como de reino interior o de reino exterior, o de ambos a la vez. En cualquier sentido, se suele hoy esquivar la incómoda figura regia, el nombre: Rey. No faltará quien hable a propósito de esto del 'lenguaje de la época', de que Dios se acomoda a lo que los hombres pueden entender en cada época. Antes, la monarquía era la forma de representación misma del poder; hoy, no. Se burlarán los monárquicos de una fiesta a "Jesucristo, Presidente del Universo". Se mofarán los progresistas de las un poco rudimentarias ilusiones antidemocráticas de los tradicionalistas. Y todo eso.

Como ocurre con otras muchas figuras -que a la vez son realidades- nos cuesta entender. Creemos que Dios habla de desposar al alma, imitando al matrimonio humano, y no se nos ocurre que sea al revés. Creemos que Dios habla de hacernos sus hijos, imitando la paternidad humana, y no se nos ocurre que sea al revés. Creemos que Dios habla de sacrificios y holocaustos, imitando el modo de las ofrendas terrenas, y no se nos ocurre que sea al revés. Creemos que Dios habla del reino y del rey, imitando los humanos gobiernos, y no se nos ocurre que sea al revés.

Como pasa con otras tantas cosas importantes, mucho antes de entender de qué trata el asunto, hablaremos de él como si ya lo hubiéramos entendido. Por las dudas. Por otra parte, tenemos nuestras razones. Todo el mundo tiene su pequeño partido que defender, aun el partido de los apartidarios. Pero, dejemos esa conversación. De hecho, la machacona cuestión viene con estas palabras sin sinónimo en toda la Escritura: es el Reino y el reinado del Rey.

Me llama la atención ahora, en todo caso, la actitud de Pilatos y la de Jesús ante Pilatos.

El procurador de Judea, empecinado en que Jesús sea todo lo rey que quiera ser, que a él no le molesta. Empecinado en salvarle la vida, defendiendo a uno que se dice rey en sus propias barbas y despreciando con inquina a los que piden la cabeza del reo, desdeñando a los que deberían ser súbditos del reo pero que no tienen otro rey que el César. Tal vez con un empecinamiento cínico, tal vez calculando los riesgos y beneficios de las posibles situaciones, tal vez preocupado por no hacer arder Palestina (como aparece en "La Pasión"). Lo cierto es que está todo al revés. Todo mal. Pilatos que parece creer en la reyecía del harapiento. Los judíos que no quieren saber nada con el Rey. Y Jesús...

Jesús se demora en explicarle a un gentil, a un pagano. Se demora en una revelación particular. Habla con Pilatos como no ha hablado con otros antes, durante el proceso entero. Proclama, le explica, lo amonesta. Le habla de su Reino, le dice que Él es Rey, que su Reino no es de este mundo (con lo cual por cierto contesta afirmativamente la pregunta). A Pilatos, el gentil. El Infiel. Con esto, por lo pronto, no podrá decir Pilatos que está defendido detrás del muro que resguarda su paganismo, el muro de historia y de gloria que guarda las riquezas de sus tradiciones. Las fronteras se trastocan. Aparece ante nosotros un mapa diferente y toda la gloria de Roma es ahora una provincia más del Reino, también ella, y con ella toda otra provincia hasta completar el entero universo. Cualquier trono se vuelve, de pronto, apenas una silla.

La que recibe Pilatos es una revelación equivalente a la Transfiguración del Monte Tabor.

Unas horas antes, una afirmación parecida le había costado la sentencia del sumo sacerdote, que se rasgaba las vestiduras. Es impresionante -especialmente por el conjuro terrible- la escena según la relata San Mateo:
"El Sumo Sacerdote le dijo: «Yo te conjuro por Dios vivo que nos digas si tú eres el Cristo, el Hijo de Dios.»
Dícele Jesús: «Sí, tú lo has dicho. Y yo os declaro que a partir de ahora veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y venir sobre las nubes del cielo.»
Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestidos y dijo: «¡Ha blasfemado! ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia.
¿Qué os parece?» Respondieron ellos diciendo: «Es reo de muerte.»"

(Es curioso, a la vez, que San Mateo no consigue la protesta de fidelidad de Dimas.)

Precisamente, la pregunta del sumo sacerdote ya la había contestado Dios mismo en el Tabor.

Ahora, ante el procurador romano, Jesún repite su proclama sin la manifestación de la gloria, pero que en substancia dice lo mismo. Y más.
"Entonces Pilato le dijo: «¿Luego tú eres Rey?» Respondió Jesús: «Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.»

Pilatos escuchó, pero parece que no entendió, o no quiso. Pero no por eso dejará de ser quien reciba la Revelación y el encargado de molestar a los que le llevaron al reo para que lo ejecute por hacerse rey. Y con su empecinamiento los obligará a inquinarse cada vez más: "No tenemos más rey que el César".

Ironía, fatum, profecía, reconocimiento a desgano, instrumento de un poder por encima de su propio poder. Quién sabe. Yo no sé. Pero es Poncio Pilatos el que se empecina en discutir la realeza de Jesús, en afirmar que es el Cristo, incluso sin saber lo que está diciendo. ¿Querrá saber hasta dónde los judíos le están jugando sucio? ¿Piensa como un mero político? Para la historia sencilla, Poncio Pilatos queda como el perplejo pusilánime, como el calculador y supersticioso que entrega a Jesús para que lo crucifiquen, pero también como el que manda a colocar el revulsivo INRI sobre la cruz, y como el que se empecina en no quitarlo cuando le reclaman la manifestación de la Realeza. Sin duda es el último gesto de un papel extraño.

Su participación es casi una parábola más. Es muy probable que el propio Pilatos jamás haya entendido nada. Con lo cual el modo de proceder de Jesús hace crecer el misterio. ¿Por qué Pilatos? ¿Por qué a él?

No es la última mención del asunto del Reino. Antes de morir, Jesús habla con Dimas, un judío ahora, el buen ladrón, y será éste el que volverá a mencionarle al Rey su Reino: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino.» Una afirmación (por otra parte fuertemente escatológica) que, muerto Jesús, tendrá su contraparte en la del centurión que cuida el Calvario: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios.»

El Reino y el Rey son asuntos centrales.

Esta fiesta es algo bastante más que la nostalgia de los monárquicos y mucho más que la rémora de un pasado triunfalista y de gloria. Curiosamente en eso coinciden, tal vez, los bandos en pugna por la naturaleza del cristianismo: tal vez unos no estén conformes enteramente con "no es de este mundo", como los otros frunzan el ceño con "mi Reino".

Y nosotros, aquí abajo, pensando y deliberando, al modo político, interna y públicamente, sobre la conveniencia de destacar o no esta última fiesta del año litúrgico.

El asunto, al fin, es el Rey y el Reino. El Rey que viene y el Reino que se restaura.

Para testificar y ejemplificar lo que los hombres podemos hacer con el Rey y con su Reino, está lo que cada uno de los personajes reales o parabólicos del Nuevo Testamento ha hecho o dicho frente a eso.

Pero allí estará siempre Poncio Pilatos, también. Como el protagonista de una escena extraña, en el centro de un vórtice misterioso. Aquel a quien el Rey le reveló la naturaleza de su Reino: "Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz."