miércoles, 3 de noviembre de 2004

Disculpen la insolencia pero -por el momento- no tengo mucho para decir sobre Bush, ni sobre los States (*). Si parece indolencia o extravagancia, no lo es. No es que no me parezca importante o significativo lo que pasa en el mundo. Pasa que, para ser más preciso, lo que tendría para decir es medio raro. Alguna vez, quizá, lo diga. Es algo sobre la guerra y la paz. O, más exactamente todavía, sobre "las guerras y los rumores de guerra" y sobre "la paz que da el mundo".

Por ahora, se me hace que sería mejor volver los ojos a la propia Patria, si de patrias es la hora.

Es el caso también que varios lectores dicen haber gustado los sonetos de Vocos. Entonces, dos razones son mejores que una sola. Vayan unas cuantas estrofas de su Canto a la Argentina (+).

Sin dormir, con los ojos estragados
de amor, sin acordarme de otra cosa,
corriendo sin parar por todos lados,

a los golpes como una mariposa
ciega de luz, perdido como un viento,
te ando buscando, oh dulce patria hermosa.

Te ando buscando, sí, desde el momento
mismo en que fui, te busco y no hago nada
más que tus huellas perseguir sediento.

No hago más que gastarme la mirada,
la sangre, la pasión, la vida entera
detrás de ti como una llamarada.

¡Oh, patria, patria mía, quién dijera
que el corazón no habría de tenerte,
que sin tenerte nunca te perdiera!

.........................................

De nuevo estamos, patria mía, en esto.
Tú, separada, sola, suplantada.
Yo, como siempre, tuyo y en mi puesto.

Mas si de andar detrás de ti, cansada
mi fuerza cede y voy como cayendo,
si no me queda por hacer ya nada,

pese a mi ser y al tiempo que corriendo
se me escapa y me falta, pese a todo,
mi esperanza y mi fe siguen creciendo.

Sí, porque hasta en el último recodo
de tu extensión, incluso en esa parte
donde más denso pueda ser el lodo,

yo sé que hay hijos tuyos que al nombrarte
tiemblan de amor y caen de rodillas,
que sólo viven para recordarte.

Yo sé que en todos lados hay semillas
de tus claros varones aguardando,
surcos en gestación de maravillas.

No entiendo cómo, no me explico cuándo;
podré y no podré verlo, da lo mismo;
pero será como lo estoy cantando.

Desde la misma entraña del abismo,
desde la misma muerte o lo que sea,
florecerá otra vez el heroísmo.

Con la fuerza del mar en la marea,
con el empuje de las tempestades,
de pronto empezará la gran tarea

de poner fin a las iniquidades,
de devolver por siempre a cada cosa,
con el honor, las viejas claridades.

¡Oh, luz de la mañana luminosa, puro
jardín del sueño, dulce fuente,
milagro de la vida generosa!

Con la hermosura conque antiguamente
te vio mi madre, con la gracia altiva
con que tu imagen cruza por mi frente

desde que soy, con esa decisiva
plenitud que no muestras pero tienes,
alta y radiante y como nunca viva,

cargada de tus glorias y tus bienes,
patria inmortal, ¡oh patria del destino!,
yo sé que has de venir, yo sé que vienes.

Yo sé que avanzas ya por el camino
que con su propia mano Dios abriera
para la eternidad de lo argentino.

Apura, pues, apura, ven ligera.
deja y olvida lo que te distrajo.
No tardes más, que el corazón te espera,
que el cielo, ya de amor, se viene abajo.

(*) Suscribo, por matizada y divertida además, la opinión de Hernán.
(+) No será ni la primera ni la última vez que haya que recordar que la poesía es más universal que la historia. Tan así es que bien podría discutir algunos aspectos de la ocasión de estos dichos de Jorge Vocos, que vienen de mediados de la década del ´50. Pero más difícilmente tendría algo para decir de los requiebros de amor patriótico que destilan estos versos, buenos versos, además, a mi paladar. Aun a pesar del tópico del Dios atento a la eternidad de lo argentino, una hipérbole de amor, probablemente.