jueves, 11 de noviembre de 2004

Viendo anécdotas en torno a San Martín de Tours, el patrono de la Ciudad de Buenos Aires, aparecen cosas conocidas.

Su elección por sorteo entre otros santos, allá por el siglo XVI, época de fundación de la ciudad; la resistencia hispánica a nombrar patrono a un francés. Y la insistencia del francés por salir nombrado.

Más lejos en el tiempo, el episodio famoso de la media capa dada a un pobre en un frío invierno de Amiens y la subsiguiente aparición de Jesús ante Martín ataviado con esa misma mitad. O el origen de capella > capilla, con su sentido actual, tomado de este mismo episodio. No deja de ser curiosa esta asociación espontánea del templo (la capilla) con la caridad (dar la capella). Espontánea en un sentido algo misterioso también, porque no es que alguien se lo haya propuesto. Cosas que hace el lenguaje, una lengua, mientras está viva y viva en cierto ámbito. Y cosas que hace una cultura mientras es lo suficientemente vital como para que los significados sean naturales y surjan con cierta naturalidad. De ir devotamente a ver el templito que se levantó para recordar el episodio, y para guardar la capella, quedó simplemente "ir a la capella".

Y otras cosas que no sabía. Como por ejemplo que a Martín lo bautizó San Hilario, el obispo de Poitiers, el mismo del Tractatus que estoy viendo por otro lado.

O aquella otra cuestión, que no sabía tampoco viniera de la fiesta del santo: a cada chancho le llega su San Martín. Como su fiesta es (y más bien era) grande en buena parte de Europa (desde Francia hasta Hungría), y como es tiempo de carneada y faena para estas fechas, que son frías en el norte, de allí que, en llegando a San Martín, difícilmente zafara el bicho que ya estuviera en sazón.