viernes, 25 de noviembre de 2005

Tarde, con T de Tomás



Tomás era de pequeña estatura y de cabello cobrizo oscuro. Estaba más lejos que los demás y llegó después de la muerte de María. Vi cómo el ángel encargado de prevenirlo, se allegó a él. No estaba en la ciudad, sino en una cabaña de cañas, y se hallaba en oración cuando el ángel le dio la orden de partir para Éfeso. Lo vi sobre el mar, en un barquichuelo, con un servidor de gran simplicidad; atravesó luego el continente, pero, según creo, sin entrar en ninguna ciudad. Un discípulo vino con él. Se hallaba en la India cuando recibió el aviso; pero, antes de recibirlo, había formado el proyecto de ir más al Norte, hasta Tartaria, y no pudo resolverse a abandonar aquel proyecto. Siempre quería hacer demasiado y a menudo llegaba tarde. Fue hacia el norte, cerca de China, y llegó hasta las posesiones actuales de Rusia. Allí recibió un nuevo aviso, y se dirigió con toda prisa a Éfeso. (...) Tomás no volvió aTartaria después de la muerte de María; murió atravesado por una lanza en la India.
Así cuenta la beata Ana Catalina Emmerich una visión de lo ocurrido a propósito de la Asunción de la Virgen en Éfeso, tal como aparece en la Vida de la Santísima Virgen.

Tomás, sí.

Otra vez Tomás.

Dídimo, el mellizo.

Aquel que fue el único en llegar tarde a la primera bienvenida de los apóstoles a Jesús, que recién había resucitado.

Parece que fue el único que llegó tarde a la despedida de los apóstoles a María.

Ay, Tomás, Tomás...


Pero.

Tomás nosotros
, en realidad.

Tomases somos, me parece.

Es nuestro mellizo.

Llegamos tarde. Siempre tarde. Siempre.

Tardamos en recibir, tardamos en despedir.

Tardamos. Llegamos tarde. No estamos. Cuando Él llega de la muerte, cuando Ella se va al cielo.

¿Dónde estaremos cuando nos llamen?

¿Qué estaremos haciendo cuando nos lleguen los días de la despedida, de la bienvenida; el día final, el primer día?


Es un consuelo que a Dios no se le haya olvidado el santo Tomás.