martes, 22 de noviembre de 2005

Onen i-Estel Edain

Entre lo que más me gusta de El Señor de los Anillos, está el tiempo que se toma Tolkien para hacer que los personajes, al final, se despidan unos de otros. Y de las cosas. Y hasta del tiempo.

Rohan, Rivendel, Lórien, Faramir, Éowyn, Merry, Pippin... Incluso en el Apéndice que relata los últimos días de Aragorn y Arwen, hay magníficas y morosas despedidas, galantes, viriles, gentiles.

Y también aquella antigua y trágica despedida de Gilraen, que aparece precisamente en esa última parte, dicha en las tan sonoras y terribles palabras de un linnod que ella le dedica a Estel, su hijo, Elessar, Aragorn:
'Onen i-Estel Edain, ú-chebel estel anin'

Toda esa última parte de El Retorno del Rey está sembrada -de un modo u otro- de transiciones melancólicas tanto como felices.

A veces he pensado que Tolkien se despedía de su historia en cada despedida y -pese a la prolongación libresca en su obra (como el Libro Rojo de Bilbo lo es de la gran tragedia que se ha vivido)-, creo que su demora no es solamente una exigencia épico-lírica.

Recuerdo como si fuera hoy cuando leí todo esto hace ya tantos años. Y la impresión es tan densa como perdurable.

Hay unas 130 páginas de casi ininterrumpidas despedidas desde que sucumbe el imperio de Sauron en la Grieta del Destino. Magníficas todas.

Y aún, después de tantos años de leerlas, y aunque a veces creo saber, todavía me pregunto qué significan de veras.
El camino sigue y sigue
desde la puerta.
El camino ha ido muy lejos,
y que otros lo sigan si pueden.
Que ellos emprendan un nuevo viaje,
pero yo al fin con pies fatigados
me volveré a la taberna iluminada,
al encuentro del sueño y el reposo.

Dice esto Bilbo, en los reinos de Elrond todavía, en una de sus despedidas finales, cuando los hobbits van ya camino de la Comarca.
Aun detrás del recodo quizá todavía esperen
un camino nuevo o una puerta secreta;
y aunque a menudo pasé sin detenerme,
al fin llegará un día en que iré caminando
por esos senderos escondidos que corren
al oeste de la Luna, al este del Sol.
Y cambiando un poco las palabras antiguas, dice musitando Frodo junto a Sam -como contestando aquellos versos de Bilbo-, más tarde, mientras ambos ya van por el camino a la Comarca, poco antes de encontrase con Gildor, el Elfo y su Compañía, y Elrond y Galadriel y el propio Bilbo, todos ellos además rumbo a los Puertos Grises.

Y otra despedida habrá allí, entonces, entre Frodo y Sam, cuando se hace claro el plan de Arwen y Gandalf para curar a Frodo, que partirá en lugar de la Dama Estrella de la Tarde más allá del horizonte.
Pero -dijo Sam, mientras los ojos se le llenaban de lágrimas-, yo creía que también usted iba a disfrutar en la Comarca, años y años, después de todo lo que ha hecho.

-También yo lo creía, en un tiempo. Pero he sufrido heridas demasiado profundas, Sam. Intenté salvar la Comarca, y la he salvado; pero no para mí. Así suele ocurrir, Sam, cuando las cosas están en peligro: alguien tiene que renunciar a ellas, perderlas, para que otros las conserven...

Sin embargo, con ser tan espléndidas todas ellas, y cada cual más que la anterior, no sé por qué celebro inmensamente que la última línea del libro sea una despedida y sea a la vez una bienvenida.
Sam respiró profundamente. -Bueno, estoy de vuelta -dijo.

Muchas veces pienso que he entendido por qué celebro tanto ese final.

A veces me parece haber entendido por qué Tolkien pone un principio al final.

Y un final al principio.