martes, 11 de marzo de 2014

Campos de cenizas




Illius ad tumulum fugiam supplexque sedebo
et mea cum muto fata querar cinere.

A. Tibullus, Elegiae, Liber II, VI


Et mutam nequicquam alloquerer cinerem.
G. V. Catullus, Carmina, CI





Es la tarde del día.

Camino por un campo de grises y de aromas.

Sigo las huellas mudas
de las cenizas mudas, como espigas de nada,
que brotan a mi paso
marchito y ceniciento como la tarde ahora.  

Hablo con esos pálidos vestigios
de fuegos que no sé si ardieron antes
y que vuelan,
silenciosamente vuelan,
livianamente vuelan,
y van, desaparecen, y vuelven a volar.
Como cenizas.

Llevo su gris en todo
y en todo llevo el blanco ceniciento
clavado entre los huesos,
como si fuera un túmulo de huesos,
sin voz, incinerados.

Es la tarde del día.

Hablo con las cenizas el dialecto del tiempo
(ellas han visto al tiempo volverse a sus cenizas...);

y ellas, mudas, se esparcen
por el aire en silencio de la tarde del día.

Hablo su voz,
su misma voz de siglos y milenios
debajo de mis pies.
Digo en rescoldos fríos,
apagados carbones de brasas taciturnas,

un son de letanía sin sonidos.

Nadie habla.

Es la tarde.

Un silencio de noche
acecha y ya parece un fulgor y un estruendo.

Hablo solo en el campo,
y el vacío contesta el eco de mis voces.

Son mudas las cenizas
y vagan
en la tarde como espectros callados.