jueves, 27 de marzo de 2014

Ojalá: donde se habla de mujeres, venenos, amores y poetas


Hay mujeres y mujeres. Es obvio, ya lo sé.

Como hay varones y varones, amores y amores. Y poetas y poetas.

En parte obligado por cosas del oficio, tuve que entrarle a la cuestión.

Pero.

Antes, tengo que advertir que la reflexión-recreo no vino exactamente de las herramientas del oficio, sino de una compañía circunstancial que me llevó por este camino breve de estas líneas: unas músicas.

Hace muchos años, da vueltas por allí una canción famosísima de Silvio Rodríguez: Ojalá.

Para muchos la canción es un manifiesto lírico, algo barroco, algo expresionista. Hay toda suerte de hermenéuticas estilísticas. Dejemos eso. Algo del ritmo urgido y marchoso tiene parte en este asunto, también. Porque llevados por la anáfora desaforada del ojalá repetido a troche y moche y con urgencia, junto con la urgencia del ritmo, y de algunas imágenes y palabras guerreras, hubo durante tiempos y tiempos -y todavía hay- quienes sostuvieron la idea de que esto tenía un destinatario dictatorial, feroz, uniformado. Unos dijeron Pinochet o Reagan, pero no daban las fechas. la canción es de 1969... Para otros era Somoza, o Batista Fulgencio. Y para otros muchos hasta el mismo Fidel: porque pasa que es sinuoso el apóstrofe y el tú lírico recibe tantos mimos como palos. Aunque eso mismo, siendo el caso de este joven Rodríguez cubano y trovero, le quita puntos a la candidatura del barbado padre de la Cuba de la Revolución...

Y todo porque la canción habla tanto de hojas y lluvia y lunas y tierra en desiderio amoroso, como de deseables muertes, partidas, desasimientos. Tanto como de dolores y nostalgias y olvidos y ausencias.

Y el estribillo, claro, agridulce:
Ojalá se te acabe la mirada constante,
la palabra precisa, la sonrisa perfecta;
ojalá pase algo que te borre de pronto:
una luz cegadora, un disparo de nieve...
Ojalá por lo menos que me lleve la muerte
para no verte tanto, para no verte siempre
en todos los segundos, en todas las visiones...
Ojalá que no pueda tocarte ni en canciones...
Como quieran. Pero, ¿me creerían si les dijera que he visto decenas de pauerpoins con imágenes progres de chilenos, nicaragüenses, paraguayos y vietnamitas o estudiantes americanos, africanos, europeos, madresdeplazademayo con guardias montados a los palos alrededor, paros, piquetes, marchas, y todas imágenes combativas y militantes, mientras al fondo suena la guitarra y la voz de Ojalá marchando a paso a compás? Pues, mis amigos, ¿no los han visto ustedes? No les queda más remedio que creerme. Porque que los vi, los vi.

Ahora bien.

Resulta que ya hace decenios que se sabe -a pesar de que se insiste con la versión hard- que la destinataria de esta bonita canción combatiente es una joven que fuera entonces: Emilia María Sánchez Herrera. Y eso, ¿quién lo dice? El autor, mis cuates: el autor.


La historia es conocida. Se encontraron en La Habana. Los dos hijos de la revolución, comprometidos, más ella que él, dice él, más culta, más seria. Él, soldadito del servicio militar; ella, estudiante de primer año de medicina. Un amor juvenil, sin más ni más: pónganle toda la épica que les guste: un amor juvenil, ilusionado, extremo. Más o menos al año, un día, sin decir agua va, ella se cansó de la medicina, de La Habana y probablemente del soldadito y se fue a su Camagüey natal a estudiar Letras. Y allí se quedó. Y él se quedó en La Habana y después se fue quedando donde le fue dado, pero lejos de ella. Desolado, dice él. Ciego de amor. Con el tiempo, la desolación, la nostalgia, el desengaño, la furia (cómo que no...) se le hicieron este Ojalá que se repite como una metralla, acribillando con caricias tan tajantes como dulces la memoria de ese amor a medias envenenado, a medias imposible, a medias inarrancable, a medias doblegado por el peso del recuerdo sin olvido.

Rodríguez, dice, escribió otras canciones para Emilia, algunas también muy conocidas. Otras mucho menos. Como esta Emilia, precisamente. Rara, casi disonante, joven. Pero amarga. Como un veneno, como un amor envenenado.

Ella, con los años, dicen terminó de profesora en la universidad de sus pagos. Y él, bueno..., él es Silvio Rodríguez, a cualquier efecto.

Eso hizo ese amor y esa Emilia con él. Y él hizo esa canción para ella. Pero, por lo que se oye, por ella.

No lo sé en absoluto y tal vez la canción sea apenas un atisbo de lo que pasó en realidad, que pudo haber sido objetiva y subjetivamente peor que lo que la canción trasluce. Sin embargo, también podría ser injusto dejarla a ella en esa frontera desdichada, en ese destierro de la ignominia suave y ambigua en el que el poeta la inmortaliza con la canción. Quién sabe, compadres. Quién sabe.

Aunque sí se sabe de cierto, por otra parte, que una mujer podría hacer cosas mejores con un hombre. Hacerlo mejor. E incluso, y en secuencia, hacerlo hacer canciones mejores.

No hay que comparar, eso ya lo sé.

Como sé que muy seguramente Silvio Rodríguez no es Dante Alighieri, ni Emilia Sánchez es Beatrice Portinari.

Y hasta aquí llego ahora. Era el recreo. Las cosas del oficio vienen en la segunda parte que vendrá. Porque Dante no es Silvio y Emilia no es Beatrice. y entonces una cosa es una cosa; y otra, es otra.