sábado, 19 de octubre de 2013

Clavelito



En la casa, no hay muchos a los que les gusten las plantas. Si acaso, verlas. En modo alguno ocuparse.

Tienen algunos alguna que prefieren. Y alguna que no soportan.

Pasa habitualmente que en tiempos como estos primaverales en que estallan los colores en hojas y flores, o en los otoños en que la paleta de Natura se luce, hay algunas admiraciones sinceras. Y por ahí les entra un poco de admiración y algo de afecto por el planterío.

De tanto en tanto, por esto o aquello, hago una visita guiada a corolas y gajos, nada más que como homenaje a los tallos, ramas, hojas, flores, frutos y a las raíces, animalitos de Dios, que tanta alegría callada dan, tanta pena en silencio acompañan. O visten a una y a otra, como si supieran.

Pero está el tala.

Claro.

Tiene que haber traído la semilla algún pájaro.

Una veintena de años atrás, había allí un sauce que terminó muriendo. Después, como a la vera y casi sobre la medianera, apareció un laurel que dejé venirse árbol para que diera hojas de cocina y sombra.

Pero llegó un tala.

Hace años está. Quién sabe de dónde. Y lo dejé. Sobre todo, por recuerdo de mi infancia serrana. Y creció. Y la copa anda ya por los 12 metros. Y las ramas espinosas se meten casi 6 metros a cada lado del linde.

Flor de tala.

Es decir, nada de flor. Pura hoja en primavera y verano, pura rama de espinas fieras (los vecinos ya empiezan a quejarse con elegancia...) y puro frutito anaranjado que hace delirar en chillidos al cotorrerío que a esta altura del año empieza a llegar, goloso (y hasta a hacer algún nido, para estar cerca de la comida...)

Y después, las hormigas. Que compiten con el pajarerío de aves de toda laya, porque son aficionadas al frutito, también ellas.

Se anda mucho descalzo en la casa. Todos. Y casi en todo tiempo. Y, claro, el tala hace pagar el precio de darse ese gusto, porque no deja de soltar ramitas con espinas.

Para más, como a ninguno de los otros ejemplares de la casa, al tala van a dar los claveles del aire.

De modo que, así las cosas, nadie quiere al tala, ni acá, ni en los alrededores. Lo quieren talar. Pero no dejo. Ni a los de la casa, ni a los circundantes.

Nadie lo quiere. Y se entiende que nadie-nadie, no.


Hasta que ayer floreció uno de los tantos claveles del aire que carga con paciencia. Primera vez que pasa.  

Y entonces, a todos los que vieron las flores, porque estaban bien visibles, como para hacerse ver, por un momento les pareció más lindo el tala.

Pero era cuestión del clavel del aire, más bien.

Sin embargo, la belleza y la maravilla de esas flores exóticas se las atribuyeron al tala.


A la tardecita ayer, y a la madrugada hoy, me senté bajo la sombra espinuda. Tomaba unos mates y conversábamos. El tala y un servidor, claro.

Y yo le decía que qué cosa eso. De pronto lo vieron. De pronto les pareció hasta más lindo: "Mira vos, el tala...", decían.

Y me dice el tala que es así, nomás, que ya le pasó en otras partes otras veces; y me explicó con bien articuladas razones que es común que pase así. Y me explicó por qué.


Mirá vos, el tala...