jueves, 13 de febrero de 2014

Dolor de Job y felicidad de Dios

Uno de los libros que mayores consuelos trae a los ignorantes y mayores problemas trae a los sabios es, creo que sin dudas, el Libro de Job. Y probablemente esto sea así, entre otras muchas desinteligencias, por razones rengas: la petulancia del ignorante que cree entender el sufrimiento de Job, porque él también sufre, o la tontera de los sabios que creen que aquí se trata de ganar fama fácil desentrañando los asuntos de Job (y sus amigos) y escudriñando los avatares y vericuetos del dolor humano, que no alcanzan a explicar, más que con voluntarismos o pseudomisticismos.

Sobre el Libro de Job hay un capítulo sabroso en San Agustín y nosotros, del P. L. Castellani (es el capítulo IX) y un prólogo conocido de G. K. Chesterton a este libro del Antiguo Testamento que se publicó en 1907 y después en una recopilación de prólogos, en 1916 (G. K. C. as M. C.), que en la Argentina apareció en 1950, en una edición de Emecé.

Castellani trata esto en El dolor: la naturaleza del mal, que es el capítulo que digo, y también en parte en la Parábola del Fuerte Armado, que está en Las parábolas de Cristo. Pertinentemente, también Dostoievsky y la Leyenda del Gran Inquisidor están entreverados en sus páginas a propósito de estas cuestiones

Chesterton y Castellani parecen coincidir en un punto principal de este asunto. Porque entiendo que ambos postulan que el Libro de Job, en su unicidad y peculiaridad única, es la expresión de lo que Dios tiene para decir acerca del mal y en consecuencia del dolor. Y si eso dicen como creo, tienen razón. Habitualmente oigo decir que es Job el emblema de este libro y en realidad es Dios.

La idea central de una gran parte del Antiguo Testamento puede ser llamada la de la soledad de Dios. Dios no es solamente el personaje principal del Antiguo Testamento, sino que es el único.

Esto, dicho allí por Chesterton acerca del Antiguo Testamento, creo que se aplica de modo especialísimo al Libro de Job, al que nos hemos acostumbrado a ver al modo humano, en sus personajes y peripecias humanas, como si fuera sin más una especie de biografía de un personaje desgraciado y un recuento de las calamidades que extraña y como arteramente se abaten sobre él. Igual respecto de los demás humanos que hacen pendant con su figura doliente y que en un sentido u otro son parte de sus penurias o el eco desdichado que aumenta y acendra sus desdichas.

Como si el Libro de Job fuera la historia de Job y de sus amigos, puesta allí para que podamos identificarnos con el inocente héroe sufriente y aborrecer a los amigos pavos e impertinentes y así quedarnos tranquilos porque el misterio del mal y del dolor ha sido develado. Y eso es todo.

Y no lo es. Hay allí una historia de Job y de sus amigos, eso sí. Pero ése no es el asunto del libro.

De qué se trata el Libro de Job aparece algo más claro tal vez cuando finalmente Dios interviene.
Dios humilla y consuela a la vez a Job desplegando ante él la pompa infinita del Universo; y después el otro Coso que es otro Universo, no "enorme como el mundo", que dice Baudelaire, sino más grande que el mundo, el Príncipe de este mundo. Dios hace ver a Job que al lado del Universo y en frente de Satán, Job es un grano de arena, un gusano, una nada, ¿qué será al lado de Dios? Pero que Dios creó esos dos mundos y lo creó a él y lo puede crear de nuevo si quiere: de modo que el mal y Satanás, que para Job son invencibles, para Dios son una canción, un silbido, un juego.
Yo sé que mi Redentor vive,
y me resucitará el último día
del polvo de la tierra,
y me revestirá de mi piel
rodándola por todo alrededor,
y en mi carne veré a Dios.
Yo mismo lo he de ver y no otro,
mis ojos mismos y no los de otro.
Y esta esperanza, está en mi vientre, en mi útero,
en el fondo de mí mismo...
Esto lo había dicho Job antes de hablar Dios, pero lo había dicho como una "esperanza" -como una preñez, dice el texto hebreo- casi como una conjetura -porque la resurrección es un milagro absoluto, y el hombre no lo puede saber con saber humano, no lo puede concebir siquiera, y por eso dijo antes el profeta leproso:
¿Quién me dará que esto sea escrito,
que mis palabras sean aradas
en un pergamino,
en una plancha de plomo,
con un escalpelo
o con un cincel de hierro,
en un granito,
para que no se vayan y pierdan?
Y entonces se levanta Dios y se lo escribe en el plomo, en el granito, en las montañas, en las nubes y en las estrellas. Eso que te parece tan difícil, para mí es un juego. ¡Yo hice todo esto con una palabra! ¿Crees que voy a aniquilar a aquél a quien amo? Yo no hice la muerte, ni odio a nada de lo que hice. El mismo Satán es una bestia -son dos bestias, Behemoth significa bestia en hebreo y está en plural- son unas bestias con las cuales yo juego. Yo las puedo pescar. "Yo le prenderé un anzuelo en las narices - y en la garganta le pasaré un ancla" -dice Dios a Job.

¿Qué ancla? El ancla es la cruz: aquello con lo cual Satán creyó triunfar -se le volvió anzuelo. "Ego mors ero tua, Inferne" - Yo seré tu muerte, oh Infierno. Y la carnada que pondré en el anzuelo será nada menos que la carne de mi propio Hijo, el Inocente. Satán ya está agarrado en el anzuelo como un salmón: un poco de tiempo más, y ya no podrá moverse será encadenado para siempre.

Esto dice Castellani en ese capítulo de San Agustín y nosotros. Y lo titula bien: El dolor: la naturaleza del mal. Porque de eso trata el Libro de Job y la explicación acerca de la naturaleza del mal y su secuela el dolor la da Dios mismo, que es en realidad el protagonista de ese libro, por más que aparezca al final. Para hacer esto, y explicarle el mal a Job y el dolor consecuente, Dios decide explicarle el bien y la felicidad, y la felicidad del Creador, en primer lugar, por haber creado. Y la felicidad -y la finalidad- del rescate de lo que ha creado y no quiere perder, para el cual rescate ha ofrecido a su propio Hijo.

Dios hará que el hombre vea las cosas aunque sea sobre el fondo oscuro de lo inexistente. Hará que Job vea un universo sorprendente, aun cuando solamente lo consiga haciéndole ver un universo incomprensible. Con el objeto de asombrar al hombre, Dios se hace momentáneamente blasfemo; hasta se diría que es ateo durante un instante.

(...)

Job hace una interrogación y Dios le responde con una exclamación. En vez de mostrarle que el mundo tiene explicación, le repite que es mucho más extraño de todo lo que él pudo pensar...

Dice esto Chesterton en su Prólogo y ha dicho allí mismo un poco antes:
Este es el primer hecho que se refiere a la hermosa inspiración por medio de la cual Dios se hace presente al fin, no para resolver problemas, sino para plantearlos. El otro hecho importante es, como el precedente, el que hace que todo el Libro de Job sea religioso y no simplemente filosófico; otra gran sorpresa es que Job se siente súbitamente satisfecho con que se le presente algo que para él es impenetrable. Los expresados enigmas de Jehová parecen oscuros y más desolados que los enigmas de Job; y sin embargo, Job estaba desconsolado antes de que hablara Jehová, y se siente consolado después de oírlo...
*   *   *

Es probable que a los cristianos, especialmente a los cristianos, nos pase algo parecido y necesitemos leer el Libro de Job más atentamente hasta que veamos de qué se trata, de Quién se trata y para qué fue proclamado. Y es muy probable que, mientras el Libro de Job signifique para nosotros cierto regodeo en el retrato naturalista de los chancros de Job y en la enumeración complacida de las estolideces de sus consoladores amigos, jamás lo hayamos leído verdaderamente.

Y es casi seguro que el Libro de Job ha sido escrito para todo tiempo, pero más seguro es que sea imprescindible para los tiempos en que el hombre no pueda recordar, no solamente qué dice Dios acerca del mal, el dolor y la nada, sino qué dice Dios acerca de un asunto que le interesa mucho más: la creación, el Bien y la Gloria.