martes, 1 de julio de 2008

El rengo

De noche, parece, lo picaron unos mosquitos, tal vez un zancudo, algún otro bicho, y se rascó. Y tanto se rascó, dormido se ve, que llegó a lastimarse. No eran épocas de pervinox, así que se le infectó la herida y tanto que una vez que se curó, quedó rengo. Además era asmático y andaba mal de los pulmones. Y tanto que dizque murió de tuberculosis, aunque como a los 71 años.

Algunos de sus pasos rengos recorrí. No tantos, porque él caminó, con renguera y todo, más de 4.500 kilómetros en nueve años; y más subiendo y bajando por toda la sierra de Querétaro y por toda la California, la Baja y la Alta –en la que lo consideran fundador de ciudades y del mismo estado, y más.

Era un mallorquín menudo y no muy sano. Franciscano, el hombre, desde chico. Muy léido, dicen y buen profesor y maestro. Y trabajador y trajinador, tanto que fundó pilas de misiones en el far west antes de que fuera el far west, y por todas partes de México. Y pasó y le hicieron pasar las de Caín, virreyes y gobernadores y hasta clérigos, claro. Pero el tipo, nada: siempre avante.

Un titán, el rengo.

Lo conocí de chico. Chico yo, quiero decir, porque él murió en 1784. Justo en la época en que empezaba aquella renguera que decía, la mía que no la suya de él, porque a esa altura ya caminaba por lo parejo, el hombre, y no era nada rengo. Un amigo del colegio me visitaba una vez por semana y me traía al hospicio pilas de revistas, entre las que había vidas de santos. Y el rengo, que no era santo declarado entonces y hoy por hoy es todavía sólo beato (desde el 1988), estaba entre mis preferidos, aunque los dibujos eran bastante sencillos, debo decir.

Pícaro y cordial, andador, buenazo hasta no poder más, inteligente, hábil. Filósofo y teólogo, humilde campesino, mediterráneo. Pero también un genio para la planificación de la agricultura que les enseñó a los indios de sus misiones, o para el comercio entre misiones, para la construcción de caminos entre las misiones, y para fundar ciudades y hacer leyes de protección de indios, y esto por hablar nada más que de la añadidura.

En el Capitolio yanqui, cada estado de los States puede poner la estatua de dos de sus próceres y ‘padres fundadores’.

Él único fraile que hay en la galería de las estatuas es ni más ni menos que el rengo de California.

¡Qué tipo!

Fray Junípero Serra, sí señor...

No sé bien por qué se lo celebra en la liturgia de hoy. Nació un 24 de noviembre, murió un 28 de agosto (he visto que los franciscanos lo celebran el 26 de agosto, porque el 28 es san Agustín.)

El evangelio que le tocó hoy es un fragmento de san Mateo (8, 23-27), nada menos que el relato de una tempestad calmada por Jesús en el Tiberíades.
Subió a la barca y sus discípulos le siguieron.
De pronto se levantó en el mar una tempestad tan grande que la barca quedaba tapada por las olas; pero él estaba dormido.
Acercándose ellos le despertaron diciendo: «¡Señor, sálvanos, que perecemos!»
Les dice: «¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?» Entonces se levantó, increpó a los vientos y al mar, y sobrevino una gran bonanza.
Y aquellos hombres, maravillados, decían: «¿Quién es éste, que hasta los vientos y el mar le obedecen?»

¿Ven? He allí Uno a quien le obedece el viento de los espíritus que soplan sobre el mar de este mundo. Y Uno a quien le obedece el mar de este mundo que bulle agitado por los vientos de los espíritus que soplan sobre él.

Como en el caso de mi buen Junípero. Que, a imitación del que calma el mar, puso también él sal y fuego en el mar de este mundo, templando las aguas, bautizando al mundo.

Que es lo que uno debería hacer. Y no hace falta ser rengo para eso.