lunes, 14 de julio de 2008

Es lo que hay

Unos días atrás, nos cruzamos con un compadre, buen amigo. No personalmente sino a través de palabras de otros y después a través de breves letras por el éter.

Un comentario al pasar sirvió para mover el fuego. Y saltaron chispas, claro, como cuando se mueve el fuego. Fue tonificante, viera usted.

El caso es que a vuelta de correo me copia generoso un fragmento de José Antonio.

Sirve hacer eso de que un texto, una canción, un emblema, se presenten por nosotros y nos representen. Y allí fue que se terminaron el cruce y los chsipazos.

El asunto me trajo a la memoria otros textos del español. Cosas que viene bien repasar y leer cada tanto. Por ejemplo, ahora que se mueve el fuego también por todas partes y saltan chispas por todas partes.

Fue en el Gran Teatro de Córdoba, el 12 de mayo de 1935.

A esa altura, y hacía rato, ya todo estaba decididamente patas para arriba en aquella España. Ya se mamporreaban y hasta se mataban en las calles y todavía no había habido alzamientos oficiales y guerra civiles declaradas. Pero ya había.

En Córdoba, como digo, José Antonio hizo un discurso en medio de refriegas, piedrazos, marchas, cárceles. El discurso se parece a otros de ocasiones anteriores. Tiene, con todo, un aire más serio, también es menos retórica política y florida y más programático. Como en ocasiones anteriores, sin embargo, otra vez describió la realidad de aquella España y dijo qué pasaba y qué había que hacer, a su sabor. En esa oportunidad, incluso, trazó hasta una especie de programa de gobierno completo.

El fragmento que mi compadre me manda con algunos párrafos más que agrego, se parece, además, en esto y aquello otro, a varias cosas que uno mismo diría. Siempre, y también aquí y ahora.
Nosotros tenemos que volver a ordenar a España desde las estrellas; tenemos que hacer otra vez de España una unidad de destino en lo universal. La vida española se encuentra oprimida entre una capa de indiferencia histórica y una capa de injusticia social. Por arriba España dimite cada día un poco más su puesto en el mundo; por abajo, soporta la existencia de muchedumbres hambrientas y exasperadas. La política española, entre esas dos capas, conserva un tono colonial; cada Gobierno desparrama medio centenar de gobernadores que administran las provincias a su talante y que trazan a su capricho el estatuto de derechos públicos de cada ciudadano.

¿Qué salidas se ofrecen para tal estado de cosas? Dos salidas: la de los partidos de la izquierda y la de los partidos de la derecha. Los partidos de la izquierda alegan la preocupación de lo social; pero además de que, aun en eso, son totalmente ineficaces, porque su política desquicia un sistema económico, y no mejora en nada la suerte de los humildes, los partidos de izquierda ejercen una política persecutoria, materialista y antinacional. Y los de derecha, al contrario, manejan un vocabulario patriótico, pero están llenos de mediocridad, de pesadez y les falta la decisión auténtica de remediar las injusticias sociales.

Nuestro movimiento no es de derecha ni de izquierda. Mucho menos es del centro. Nuestro movimiento se da cuenta de que todo eso son actitudes personales, laterales, y aspira a cumplir la vida de España, no desde un lado, sino desde enfrente; no como parte, sino como todo; aspira a que las cosas no se resuelvan en homenaje al interés insignificante de un bando, sino al acatamiento al servicio total del interés patrio. Para nosotros, la Patria no es sólo un concepto, sino una norma. El acatamiento de esta norma hay que imponerlo con todo el rigor que haga falta, contra todos los intereses que se opongan, por fuertes que sean. Por eso somos revolucionarios.

Un año después, en noviembre de 1936, unos 15 días antes de su fusilamiento, terminó una especie de análisis-manifiesto que tiene trazas también de testamento político, por las propuestas que trae y el tiempo en que fue escrito y lo que pasó después.

¿Está bien? ¿Está mal?

Verá usted, mi amigo. Creo, de todos modos, que hay cosas dichas allí que sirven. Y que varias de ellas me representan, tanto como a mi compadre, y en mi caso en lo que tienen de universal, más que nada, porque español del '30 no soy.

¿Hace falta un José Antonio? ¿En aquella España de él, en ésta que ya no es suya?

¿Entre nosotros mismos, vamos...: hoy mismo, aquí mismo?

Podría discutirse, tal vez.

Aunque no sé si tanto, porque cierta clase de hombres siempre hace falta. La vida y la palabra de ciertos hombres siempre sirve. Y si firman con su muerte, también y sobre todo. Aunque no a todos les sirve de la misma manera su vida, su palabra y su muerte, se entiende.

Pero me parece que lo cierto es que, si llegáramos a la conclusión de que aquí y ahora haría falta un José Antonio, sería al fin de cuentas una conclusión tal vez no irremediable pero seguramente medio triste.

Porque a él no se lo ve por ninguna parte. Y nada parecido se ve.

Se ve mucho de esa izquierda que él dice y peores y se ve mucho de esa derecha que él dice y peores.

Pero a él no se lo ve. Ni a nadie parecido.

¿Qué se puede hacer? Hay que apechugarla...

Es lo que hay.