sábado, 28 de junio de 2008

Eirene

Hoy es la fiesta de san Ireneo, obispo de Lyon, que fue discípulo de san Policarpo, obispo de Esmirna, y éste a su vez, discípulo de san Juan Evangelista.

(Por las dudas, tal vez convendría aclarar que ese temperamento o posición que se llama ‘irenismo’, no tiene relación con este inmenso teólogo del siglo II, sino con la palabra original que está detrás de su nombre: Eirene.)

Irene es nombre que siempre me gustó. Y es uno de esos raros casos en los que el nombre de varón procede de un femenino. Como se sabe, Eirene es palabra griega que significa ‘paz’, aunque en un sentido determinado que se asocia habitualmente al de Pax, en latín, y que, al decir de casi todos los que saben, no quiere decir lo mismo que Shalom en hebreo.

ver


Es precisamente Juan, el amado, el único evangelista que trae aquel texto conocido (Jn. 14, 27):
Os dejo la paz,
os doy mi paz;
no os la doy como la da el mundo.
No se turbe vuestro corazón ni se acobarde.

Está en “los discursos de despedida” de Jesús, durante la Última Cena, que se extienden a lo largo de cuatro capítulos, entre el 14 y el 17, inclusive.

¿Qué dijo allí Jesús: Eirene o Shalom? ¿Cuál de las dos es “su” paz? El texto griego, que traduce el saludo típico de los judíos (la paz esté contigo o con ustedes, que haya paz en esta casa, etc.), dice Eirene y traduce de este modo el Shalom judío o arameo. Dicen algunos que ambas expresiones, si no son opuestas en cierto sentido, son bastante distintas y que Jesús se refirió primero con “su” paz a Shalom y después, con la paz como la da el mundo, a algo más parecido a Eirene o Pax.

Eso no lo sé, y en parte, creo que no. Pero no por el sentido de Eirene o Pax, que su dignidad tienen, sino en todo caso por el sentido de ‘mundo’ en esa expresión de Jesús.

En cualquier caso, basta fijarse en el Antiguo Testamento para ver la extensa cadena de relaciones que tiene la palabra Shalom y como queda al principio y en el medio y al final de la vida, no solamente de la vida personal, sino también de la vida social.

Ambas “paces” –la personal y la social- tienen su origen –y su fin- en la Paz de Dios, que es algo más que la mera ausencia de conflictos entre los hombres o la sola tranquilidad sin guerras, tal como más bien evocan Eirene y Pax.

Son los distintos modos de estar unidos a Dios, los caminos de la Paz. Salvarse es no solamente descansar en paz, sino descansar en la Paz. Él es el origen de la Paz, de Él procede, y es “su” Paz lo que mueve “paces”: la personal y aun la social. Quien está en Él, está en Paz. Es, finalmente, uno de los nombres de Dios y los nombres de Dios son como aproximaciones a lo que Dios es.

En ese mismo discurso que trae san Juan, apenas antes de darles "su" paz, Jesús les dice a los apóstoles:
Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará,
y vendremos a él, y haremos morada en él.
El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que escucháis no es mía, sino del Padre que me ha enviado.
Os he dicho estas cosas estando entre vosotros.
Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho.
La Paz está asociada a los Mandatos del Señor y a su cumplimiento, a la Sabiduría divina y a su conocimiento, al Amor y a la Misericordia divinos y a su práctica. Conformarse a esa Paz es hacerse uno con esos mandatos, sabiduría y amor y misericordia divinos. La Paz se asocia a la justicia, a la verdad, entendidas ambas como consonancia con las cosas y con los otros, no en los sonidos del mundo, sino en los sonidos que suenan por debajo, por encima y por dentro mismo de los ruidos y que son los que verdaderamente producen consonancia y consenso y concordia. Y nada de eso por mérito propio del hombre, se entiende, ni siquiera la docilidad humana para conformarse a todo ello.


Ahora bien.

Hay asuntos importantes en torno a la vida y la obra de san Ireneo, como por ejemplo su combate contra los gnósticos, que no es poca cosa ni baladí, todavía hoy. De hecho, la obra principal suya que nos ha llegado es a propósito de este asunto de la extensión de los gnósticos en la Galia.

Pero el caso es que estaba viendo más bien los textos que trae la liturgia para su fiesta y me llamó la atención la yunta y el guión que veo se sigue de ella.

Primero, hablan las Lamentaciones de Jeremías profeta (2: 2, 10-14, 18-19):
El Señor ha destruido sin piedad todas las moradas de Jacob; ha derruido, en su furor, las fortalezas de la hija de Judá; por tierra ha echado, ha profanado al reino y a sus príncipes.

En tierra están sentados, en silencio, los ancianos de la hija de Sión; se han echado polvo en su cabeza, se han ceñido de sayal. Inclinan su cabeza hasta la tierra las vírgenes de Jerusalén.
Se agotan de lágrimas mis ojos, las entrañas me hierven, mi hígado por tierra se derrama, por el desastre de la hija de mi pueblo, mientras desfallecen niños y lactantes en las plazas de la ciudad.
Dicen ellos a sus madres: «¿Dónde hay pan?», mientras caen desfallecidos, como víctimas, en las plazas de la ciudad, mientras exhalan el espíritu en el regazo de sus madres.
¿A quién te compararé? ¿A quién te asemejaré, hija de Jerusalén? ¿Quién te podrá salvar y consolar, virgen, hija de Sión? Grande como el mar es tu quebranto: ¿quién te podrá curar?
Tus profetas vieron para ti visiones de falsedad e insipidez. No revelaron tu culpa, para cambiar tu suerte. Oráculos tuvieron para ti de falacia e ilusión.

¡Clama, pues, al Señor, muralla de la hija de Sión; deja correr a torrentes tus lágrimas, durante día y noche; no te concedas tregua, no cese la niña de tu ojo!
¡En pie, lanza un grito en la noche, cuando comienza la ronda; como agua tu corazón derrama ante el rostro del Señor, alza tus manos hacia él por la vida de tus pequeñuelos (que de hambre desfallecen por las esquinas de todas las calles)!


Después, se lee parte del Salmo 74 (1-7, 20-21):
¿Por qué has de rechazar, oh Dios, por siempre, por qué humear de cólera contra el rebaño de tu pasto?
Acuérdate de la comunidad que de antiguo adquiriste,la que tú rescataste,
tribu de tu heredad, y del monte Sión donde pusiste tu morada.
Guía tus pasos a estas ruinas sin fin: todo en el santuario lo ha devastado el enemigo.
En el lugar de tus reuniones rugieron tus adversarios,
pusieron sus enseñas, enseñas que no se conocían, en el frontón de la entrada. Machetes en bosque espeso, a una cercenaban sus jambas, y con hacha y martillo desgajaban.
Prendieron fuego a tu santuario, por tierra profanaron la mansión de tu nombre.

Piensa en la alianza, que están llenos los rincones del país de guaridas de violencia.
¡No vuelva cubierto de vergüenza el oprimido; el humilde y el pobre puedan loar tu nombre!
Y finalmente, el evangelio del día trae el episodio de la cura del siervo de un centurión romano (Mt. 8, 5-17)

Al entrar en Cafarnaúm, se le acercó un centurión y le rogó diciendo:
«Señor, mi criado yace en casa paralítico con terribles sufrimientos.»
Le dice Jesús: «Yo iré a curarle.»
Replicó el centurión: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano.
Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: "Vete", y va; y a otro: "Ven", y viene; y a mi siervo: "Haz esto", y lo hace.»
Al oír esto Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: «Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande.
Y os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se pondrán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los Cielos,
mientras que los hijos del Reino serán echados a las tinieblas de fuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes.»
Y dijo Jesús al centurión: «Anda; que te suceda como has creído.» Y en aquella hora sanó el criado. Al llegar Jesús a casa de Pedro, vio a la suegra de éste en cama, con fiebre. Le tocó la mano y la fiebre la dejó; y se levantó y se puso a servirle.
Al atardecer, le trajeron muchos endemoniados; él expulsó a los espíritus con una palabra, y curó a todos los enfermos, para que se cumpliera el oráculo del profeta Isaías: Él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades.

De modo que, primero, están las dos quejas y lástimas por la forma en que Dios trata a su heredad, dos lamentaciones por la forma en que la hija de Judá, de Sión, de Jerusalén, sufre la cólera y el reproche divinos, llorando la destrucción de las murallas y los hijos de Israel, la profanación del Templo y su gloria, con el memento angustioso de la Alianza de Dios con su pueblo, que Dios parece haber olvidado.

Después, el relato de la fe del centurión y esa exclamación que es (o a mí me parece que es) como la respuesta a los dos textos anteriores, en las propias palabras de Jesús:
Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande.
Y os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se pondrán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los Cielos, mientras que los hijos del Reino serán echados a las tinieblas de fuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes.

Me parece ver aquí una razón por la cual se lamenta Jeremías y llora el Salmista: no hay Shalom. No hay consonancia con Dios, ni con sus mandatos, ni con su sabiduría, ni con su misericordia, poco o nada se hace obedeciendo a su justicia y a su verdad. Luego, entonces, no habrá Shalom. Pero, digo yo ahora, tampoco habrá Eirene ni Pax. No habrá la Paz de Dios, ni tampoco la frágil que el hombre pueda acordar, pero tampoco siquiera habrá la paz del mundo.

Y así es también como, el que cree que tiene alianza con Dios, cree que tiene, por decirlo a lo campo, la vaca atada. Y resulta que no. Y de pronto descubre que no tiene Shalom, y ni siquiera Eirene o Pax. Y ni siquiera, insisto, la paz que el mundo da. Y más bien todo lo contrario. Y llora y se angustia y se lamenta e impreca al cielo buscando esa Paz.

La palabra Shalom deriva de pagar, restituir, recompensar. Y se entiende que es a la vez recompensa, y que es saldo, cosa saldada: una vez que uno haya saldado esa deuda que tiene con el Autor de esa Paz, Él recompensa con la Paz. ¿Como se salda esa deuda? ¿Como obtenemos la recompensa de la Paz? Cosa nada sencilla, se ve. Pero, por lo que dice hoy san Mateo, hasta de eso se encarga Él mismo: Él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades. Y tal vez por eso mismo dice Jesús, cuando anuncia que Él da una paz que no es la del mundo: No se turbe vuestro corazón ni se acobarde.

Son muchas las veces en que uno no goza de la paz que da el mundo y hasta se inquieta por ello. Y el mundo no recompensa nada de nada, aunque uno le pague creyendo que tiene deudas con él. Y se turba el corazón y se acobarda uno.

Pero muchas veces se cree uno que está cumpliendo, no ya con el mundo sino con el mismo Príncipe de la Paz, como llama Isaías al que ha de venir. Y resulta que lo mismo siente uno que no obtiene recompensa alguna, que no es otra cosa sino decir que no tiene ni paz ni Paz. Y se turba el corazón y se acobarda uno.

Lo cual querría decir que no toda turbación del corazón y toda cobardía significan lo mismo y vienen de lo mismo.

Porque una inquietud y pusilanimidad pueden venir de servir al mundo y de que el servicio al mundo no alcance para calmar esa inquietud, ni nos haga más fuertes. Más bien todo lo contrario.

Y otra inquietud y pusilanimidad pueden venir de no servir a Dios. O de no estar sirviéndolo del modo debido. Porque ocurre que uno se inscribe entre los servidores de Dios e inmediatamente pasa a cobrar la recompensa por esa obediencia y pretende que le sea pagada en Paz inmediata y automática.

Y esto, muy probablemente, porque -personal o socialmente- llamamos obediencia y fe a lo que habitualmente no es más que una tibia negociación, un regateo de tendero, cuando no un reclamo insolente de derechos supuestamente adquiridos.

Y lo que Él dice es: "Si alguno me ama... le dejo mi Paz".

Claro.