domingo, 5 de noviembre de 2006

Gregorio: 1 - 0

La historia podría llamarse Gregorio, después de todo. A secas.

El asunto es que el sujeto tiene 8 años, nacido un 1º de noviembre. Recibió hace unos días una magnífica pelota de fútbol, regalo de su padrino y a la vez hermano mayor. El presente, con todo, era parte del paisaje que rodea a la fecha de su cumpleaños.

Espléndido.

Hace ya un tiempo, y como además el sujeto está rodeado de hermanas -unas verdaderas brujas, a las que sobrelleva por su bonhomía y ductilidad-, se decidió anotarlo en el campeonato de fútbol del club, que se juega cada año para estas fechas, precisamente. Y eso pese a todos los reparos que hay al respecto, que no son ahora del caso.

Entonces, el sujeto entra en estado de éxtasis social y deportivo algunas semanas antes y su cumpleaños termina durando más o menos un mes, y más, que es lo que dura el campeonato de marras, con sus largas vísperas de acecho gregoriano.

Hay rituales que cumplir, el menos gravoso de los cuales es hacerse de una ficha impresa (o bajarla del sitio del club e imprimirla, tanto da) ; tras ello, debe uno anotarse los compromisos deportivos del sujeto cada sábado y domingo de noviembre (bajándolos también del sitio referido) y llevar un fixture insalvable, hipotecando con la vertical intacta mañanas o tardes de cada día del fin de semana de este mes. No es para tanto, bien mirado. Ahora bien: arrastrar hermanos/as del sujeto al borde mismo del campo de juego no es cosa menor y constituir a la madre del interfecto sobre la raya blanca del outgoal, tampoco es baladí. Una vez allí, todos se entusiasman o hacen que, para cobrar al fin -o intentar cobrar- su esfuerzo en una pitanza de caramelos, alfajores, jugos o sandwiches... Una verdadera peste de interesados y logreros..., que se quedan con las ganas dos de cada tres veces. Menos Gregorio, claro.

El sujeto se levantó ayer sábado circa horas 0630 antemeridianas. Jugaba a las 0930 y debía estar 0915. Su excitación flageló a los últimos rezagados de la noche y a los primeros desvelados de la mañana; entre estos últimos: un servidor.

Un salto temporal nos pone en la soleada mañana del sábado. Hermano del sujeto allí presente: José. Padre y madre, claro.

Sociabilidad de club (hmmmm...), sociabilidad de padres mayoritariamente cofrades ocasionales de team de ocasión -y anual-, también (hmmm... x 2); y algunas otras pocas sociabilidades más genuinas, sí.

Ya calzada su camiseta a estrenar -a cuadros, con los colores nacionales- y el sujeto sale al campo.

Aquí la historia se divide en dos. Aunque puede seguir llamándose 'Gregorio'.

Como pasa en estos casos, uno no puede dejar de ver superpuestas y en perspectiva, dos cosas a la vez. Y una cosa en la otra. Lo visible y significante, y lo invisible y significado.

Una variante sería titular: ¿en lo propio es menester acertar siempre? Y la respuesta en este caso podría ser no, a la vista de las esforzadas dotes del sujeto con balón al pie...

Sin embargo.

No tan rápido, que para medir con tasa de implacable rigor, ya están las policías morales, culturales. Y deportivas. Los que quieren el procedimiento impecable con el triunfo asegurado. Los que siempre nos dicen lo que tenemos que hacer, incluso hasta cuando nos dicen que tenemos que hacer una cosa distinta de lo que estamos haciendo. Que policías hay en todas las veredas, amigos míos... Incluso al conjuro de la consigna: ¡sea libre o muerte!

De modo que Gregorio jugó un partido técnicamente mediano. Bien es verdad que, de un año al otro, los progresos brillan como doblones de oro en un cofre tachonado...

Hasta que aparece la otra historia.

Miraba yo sus infatigables corridas por la cancha número dos, sus imprecisas maniobras tesoneras, su garra y corazón, sus coyundas de caucho que le permiten volar, caer y levantarse como una pelota de frontón. Miraba -entre desesperado y divertido- sus súbitas distracciones eutrapélicas, en medio de un avance contrario, departiendo animadamente con su 'amigo' reciente, conmilitón eventualmente zaguero, tan despistado como él, quién sabe qué cosas intercambiando entre dos que no se saben sino desde hace 20 minutos...

Miraba su ánimo invariable, su frente sudada, sus arrestos de resorte, su felicidad inmarcesible.

Y admiraba y envidiaba esa alegre apostura de dueño de casa del mundo y de las cosas que tiene un sujeto de ocho años.Como admiraba, envidiaba y pensaba, lo que es la vida de aquel hombre sobre la tierra. Que es la vida del hombre.

Muy animado era el partido, de modo que no había modo de no prestar atención. Pero, a la vez, no podía dejar de ver en esas justas, otras.

Me decía, mirando, que la vida se parece a eso, exactamente. Y especialmente la vida del alma. La dura y fatigosa vida del alma. La más bien dura y fatigosa nuestra vida del alma. La vida del alma que busca no solamente acertar en lo propio, sino jugarse la vida del alma en cada trance, en cada avance, en cada ataque y defensa, en cada zaga o delantera. Sin certeza del resultado. Casi sin pensar sino en lo que debe hacerse, no en cómo habrá de resultar.

De pronto, ya no veía solamente el partido. De pronto, cada paso, cada cosa, cada corrida ahogada, cada caída doliente, y cada casi inmediata incorporación sonriente, cada cosa y más, todas eran el emblema de la vida del alma. Y viendo todas aquellas alternativas futbolísticas del partido inaugural de Gregorio, ya no veía sólo aquello, sino que no podía dejar de ver lo otro en su fantástica similitud.

Veía lo que es para él. Y lo que debería ser para mí, que no tengo 8 años, ni juego partidos tan importantes como aquel suyo.

Terminó 1 - 0. Gregorio había ganado. Su cielo inmediato era una felicidad casi completa. Completa del todo que fue al rato, con su pequeño cielo del helado bien ganado.

Hoy llovió. No se jugó. Su semblante apenas se turbó. La expectativa sigue inarrugable.

Y la mía, además. Que espero el próximo partido para disfrutar de la limpidez con la que el sujeto combate por su alma. Termina. Gana. Pierde. Se pide un helado y se sacude el polvo y el barro de la batalla, impecable el ánimo para la próxima.

¡Ah, sí...! Tiene la mejor parte. La garra, la frescura, el gozo. Y el helado.

Y yo, verlo. Y verme. Y ver.