martes, 28 de noviembre de 2006

Estel

El experimento social de Melkor-Sauron-Saruman (ellos mismos son una sociedad, también), dio toda suerte de monstruos y de seres espantosos. Y dichos ellos así, en ese orden vertical que no es casual ni caprichoso.

Cosas mayores y más graves y hondas que un experimento social, con la nota necesariamente horizontal que parece tener, había detrás de la furia de Melkor contra todo lo plantado en Arda. Pero era un experimento social, también.

El mal no se resigna a la soledad. Tiene pretensiones plurales. Yo, , él, nosotros: está en la naturaleza de los malos también.

El Mal pretende ser trinitario, social.


Orcos, trasgos, licántropos, diseños de bestias artificiales, temibles uruks, pestilentes arañas, espectros de reyes malditos, antiguos males ocultos en las profundidades de las simas, seres deformes, envilecidos, maleados, vencidos, desesperados.

Sin embargo, la intención y la acción espiritual, y moral , que los pusieron en existencia, sin duda eran peores que los resultados, por horribles que los resultados fueren a la vista, por peor que olieren, por atemorizantes que fueren sus silbidos, gruñidos, aullidos, siseos.

En el medio, los intentos de toda clase de seres -inteligentes o no- por enfrentar al enemigo parecieron -y a veces fueron- poco eficaces, aunque se salvara el empeño y la intención, la garra, el coraje, la generosidad. Y hasta la obediencia natural de ríos, bosques y piedras y animales por permanecer fieles al designio original y final de Ilúvatar.

También hubo quienes buscaron atajos. También hubo quienes quisieron usar el propio poder de Sauron contra Sauron, sirviendo a Sauron.

Y más y más se enmarañaba la historia y se enrarecía el aire. Y mayor era cada vez la oscuridad. Y más poder acumulaba el enemigo y más difícil era la esperanza. Porque la cara más mala del mal mostrada a todos tenía una intención antes que otras: desesperar.


Hasta que llegó el Rey.