miércoles, 8 de marzo de 2006

Más fierristas que el fierro, descarriados...

Resulta que tomé el charter.

Y, sí... Es lo que tal vez hacen 7 días de mal dormir, y una última noche -la de anoche- en completo blanco, siguiendo, con el corazón por el cielo, la estela del avión que se llevaba amores hacia el norte, hacia el imperio, en vela uno hasta cerciorarse de que el corazón está a salvo.

El antedicho, el charter, es un bondibus de largomedia distancia, pretenciosillo, incomodón, con aire acondicionado (comodón), a $7 por barba, viaje de ida. No les cuesta tanta calderilla a los 'abonados' (que es lindo nombre en la huerta, pero feúcho y duele si se trata de viajantes o de hombres a secas.)

Desde que sé que existe -más de 15 años-, hollé sus pasillos alfombrados y atravesé su aire perfumadísimo, qué diré, unas 4 ó 5 veces, esta última también contada.

Y, claro...

Lo que no me dijeron ya hoy mismo, los que lo supieron (ay, la aldehuela, ay...) y lo repartieron por allí.

Y el acta de elevación a juicio que me espetaron por infidelidad ferroviaria.

Desencanto de encantados, llantos de Israel esclavo en Babilonia o en Egipto, el planto de los militantes, sicarios de Barrabás beneficiarios de todos los bandos, al fin de cuentas.

Pero, está bien. Está bien. Son buenas.

Me lo tendré merecido. Igual, creo, me lo tomé con garbo, vea; y con una displicencia, viera usté lo que le digo...

Además, como la charla a bordo se me hizo densa y rica, cuando había llegado a la ciudad de la Yegua Tordilla, era como si no hubiera ido en nada ($7 más o menos...)

* * *

Ya volviendo, arrastrándome por el atardecer anémico de hectopascales, caluroso, fui -ritual, piadoso- al Retiro. Y me tomé el tren. Y no sé cuándo ni dónde me quedé merecidamente dormido, bendito, ausente.

Y así fue que reboté en mi pueblo y en estado de coma fui a dar a otro que está a tres pueblos de distancia del mío; y eso con suerte, porque la formación seguía y se internaba en el campo y más allá. Lejos.

Vindicta del riel. Claro que sí.

Las hadas de piedra y quebracho me sumieron en un sopor brujo y me llevó en alas el sueño que dan los dioses de hierro a los infieles.

* * *

Yo, penitente, contrito (pero sin haber sacado el boleto de vuelta, claro, porque esa es la prebenda de los durmientes ferroviarios, que ni las vestales y cancerberos de molinete se atreverían a desdeñar...), arrastré los pies del peregrino por el andén, llegando a casa, viniendo del otro lado, de afuera.

Noté una como indiferencia de todos y todas las cosas. Indiferencia medio fingida, medio genuina. Les era invisible, como si llevara la señal en la frente.

Se diría que me habían degradado, no expulsado. Que me habían sancionado. Una 'chufa', días de arresto.

Pero no había signo alguno en la testa. No.

* * *

Entonces levanté la frente. Sí, señor, ¿cómo no?, ¿por qué no?

No se trata así a un combatiente, a un soldado de tantas campañas. De todas las campañas.

No, señor.

Más respeto.

Que libertad reclaman los esclavos. Los hombres libres la ejercen...

* * *

Y con militar apostura, con orgullo y sin arrogancia, me fui directo a la cueva a tomar mate, ¡qué joder!