martes, 14 de marzo de 2006

Clase turista

El asunto acucia.

Y cómo no...

Salgo de la estación terminal y entre la marea de gentes, policías, vendedores de chipá, facturas, relojes y paraguas, se cuela la voz baritonal de una joven alemana, tratando de explicarse en inglés, acompañada de un apuesto mozalbete nigeriano.

Y ya la catarata de voces y bermudas con sandalias no se detiene...

Mochilas, blancas pieles nórdicas exhibiendo coloraturas castigadas por el UV del verano que fenece. Jubilados yanquis, enfermeras suizas, electricistas franceses, estudiantes de nada de ningún país, mahoríes, fineses, hindúes...

La ciudad (no, la ciudad no: el entero país...) ha sido objeto de una invasión.

Exenos. Metecos. Viajeros y viajantes.

No estoy diciendo nada. No se me agolpen los ecuménicos. Tranquilos, oneworlders...

Digo, solamente, que hay una diferencia entre el peregrino, el inmigrante y el turista. Y acerca de ello voy cavilando. Y lo que se me va apareciendo a las mientes no es nada simpático, les prevengo...

Todos pertenecen al género de los trashumantes. Todos son homines viatores.

Pero una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa.

¿Serán todos hijos putativos de Odiseo?



Apunto estas cosas en la bitácora para no olvidar lo que no puedo olvidar.