jueves, 28 de abril de 2022

De la mujer amada


Lo sabe el fuego que no tiene llama
y arde sin tiempo y sin dolor nos quema.
El fuego, que nos marca con su emblema,
nos traspasa y abrasa y amalgama.

El fuego, que en su luz clama y proclama
que no hay mirada que no sea un poema
y que cada caricia es la suprema
y fina encarnación de quien nos ama.

Yo sé que la mujer amada existe.
Lo sé porque conozco su presencia
y, en su presencia, me he sentido un hombre.

Y quema esa verdad. Pero no es triste.
Y es feliz ver que el mundo se silencia
porque ella, amada, pronunció mi nombre.