miércoles, 6 de mayo de 2015

Señora de los ocasos




Creo que las cosas aparecen cuando tienen que aparecer. Tal vez exactamente en el momento en que se las necesita.

Siempre dichas en un lenguaje misterioso y simbólico, hay cosas que están ante nuestros ojos durante años.

Invisibles ellas, ciegos nosotros.

Y así fue esta vez, otra vez.

*   *   *

Almorzaba con mi madre, solos los dos, como habitualmente pasa cada semana.

La comida es espléndida, como siempre, sencilla, sabrosa, con la abundancia justa.

A los años, me viene apareciendo cada vez más nítido que los veros manjares no son los que están en la mesa, sino otros; y son los que realmente voy a extrañar cuando ya no los tenga en el plato insaciable de mis oídos.

Son sus cuentos, sus relatos, las historias de su vida, de sus viajes, de las vidas de otros.

Y así fue esta vez. Otra vez.

*   *   *

Veo la imagen que está en la cabecera de su cama desde que era mozo. Siempre allí, aunque haya cambiado de casa y de cuarto al menos tres veces.

Una imagen bella, una tabla dorada con muy buena técnica que hizo y le regaló un amigo de mi padre hace casi cincuenta años.

Es evidentemente un fragmento de una obra mayor. Típicamente itálica, medieval, de los siglos altos. Finísima estampa de Madre e Hijo.

Tal vez la familiaridad engendró el menosprecio, diría Chesterton. Me bastaba la belleza. La impresión serena, quieta y digna que me causaba esa presencia habitual. Un gesto de ternura materna, una devoción filial. Bien dichas ambas cosas.

Pero hoy fue distinto.

Hablábamos de gentes y de viajes.

Allí recordó unos paseos por Florencia, primero, y por Asís más tarde.

- Ahí es donde está esa imagen, me dijo señalando a la consabida cabecera.

Tuvo que despejar sus recuerdos hasta que, afinando un lápiz imaginario, trazó incluso un mapa en el aire, y después sobre el cubrecama, memorando sus andanzas por Florencia y Asís.

- ¿Ves que la Virgen señala al costado y el Niño le indica dos con su mano? Ella está señalando a san Francisco y Él le dice que si elige, elige a los dos, no a uno solo... cuando la vi allá, ya la conocía: era esta misma, aunque, claro que es más linda aquella...

*   *   *

Miré la tabla infinidad de veces en estas decenas de años pasados. Jamás había visto el detalle de los gestos con detalle y me sorprendió y me alegró.

*   *   *

Volvía a casa en el tramonto, en el temprano ocaso conurbano de este otoño informe, denso, pesado, gris, ácido.

Y me acordé, mientras iba pensando en nada, como se piensa cuando hay que sortear miríadas de autos por las callejas en trámite aburrido y lento. Conocía la imagen completa. La había visto. Y tampoco me había llamado suficientemente la atención, se ve, porque no recordada que me hubiera causado entonces alguna emoción más que la de la belleza y elegancia de esas pinturas italianas medievales.

En la casa me esperaban asuntos menos gloriosos y con mucho pedestres.

Pero llegó el momento de poder buscar la imagen. El gesto de la mano de la Virgen, el de la mano del Niño, sus miradas, eran de un diálogo gestual imperdible.

El fragmento prometía misterios y símbolos. Y creo que los tiene esta obra que, en el siglo XIV, significaba una cosa y que hoy tal vez signifique aquello y algo más. Algo para estos días.

*   *   *

Tiene varios nombres esa obra célebre y muy celebrada, pero diría que el que más le cuadra es el de Madonna dei tramonti: Señora de los ocasos. Un sobrenombre, en realidad, pero que hoy por hoy se llena de interesantes significados y derivaciones, que por aquellos siglos no pudieron haberse vislumbrado, creería un servidor.

La razón del sobrenombre es sencilla y luminosa. El fresco que pintó en el primer cuarto del 1300 Pietro Lorenzetti, digno hijo de la escuela de Siena, tiene enfrente un vetanal que deja pasar la luz del sol cuando se pone, en el tramonto de Asís, en el ocaso. Y así es como, con la luz del ocaso, se ilumina el fresco que está en la capilla dedicada a san Juan Bautista. Y de allí su nombre.


La presentación oficial franciscana del asunto dice sucintamente algo así:
El ciclo lorenzettiano halla su sereno y sonriente epílogo en el conocidísimo cuadro de la Virgen que ensalza a Francisco. Invita gentilmente al Niño Jesús a bendecir a nuestro Santo, señalado su cuerpo con las llagas de la Pasión, y anteponiéndolo, por este motivo, al Apóstol predilecto, Juan. [La Virgen de los Ocasos: así es llamada esta imagen porque durante las puestas de sol queda iluminada por los rayos del astro que se filtran a través de un ventanal que está enfrente. Es la obra maestra de Lorenzetti por la gracia y suavidad de la figura, por la eficacia expresiva, por lo luminoso y transparente del color. La Virgen, con el Niño en los brazos, tiene a su derecha a san Francisco y a su izquierda a san Juan Evangelista. El rostro de ella, lleno de ternura, se dirige hacia el Hijo con expresión bendecidora y a la vez interrogativa: la Madre parece responder volviendo hacia san Francisco el pulgar de la mano derecha. Es una sagrada conversación que ofrece ocasión para muchas interpretaciones (R. Cianchetta)]

Una clase de Anna Lanzetta, estudiosa del arte de ese tiempo en esas regiones, resume así el asunto, con opiniones personales acerca de las implicaciones técnicas y culturales de los gestos:
Nella Basilica inferiore della chiesa di S. Francesco di Assisi, nel transetto sinistro della Cappella della Maddalena, tra gli affreschi di Cimabue, Giotto e Simone Martini, si può ammirare l’affresco di Pietro Lorenzetti che rappresenta quattro personaggi di cui due impegnati in un dialogo. Al centro dell’affresco c’è una scena di vita quotidiana: la Madonna è intenta a parlare col Bambino e la gestualità indica il dialogo in atto. Il dialogo, apparentemente muto, ma esplicitato dai gesti, ci rende compartecipi. Un meraviglioso bambino, comodamente seduto in braccio alla mamma, richiama la sua attenzione con le dita della mano e chiede di parlare, atteggiando il viso alla domanda. La mamma, con piglio quasi severo, lo ascolta attenta. Le due figure a lato sono: San Giovanni apostolo e San Francesco e il bimbo chiede,  per non confondersi nella scelta: “dimmi mamma, a chi mi devo rivolgere per primo”? E la mamma gli risponde, indicando, con il pollice della mano destra, San Francesco, quasi a dire -siamo in casa sua-. Basta quel gesto e  l’arte  diventa improvvisamente vita. Il -gesto dialogato-, protagonista della pittura di Giotto, segna l’apertura dell’arte alla modernità espressiva. L’affresco rappresenta  dunque una scena di vita quotidiana,  che si può ammirare e leggere con precise connotazioni che assumono rilievo nell’espressività che, esulando da un contesto ieratico, diventa umanità. Al dialogo assistono, attenti e silenziosi, i due santi. Dolcissimo il volto della Madonna; una mamma attenta alle domande del figlio, in una costruzione che , basata su pochi elementi espressivi, si connota nel gesto e nello sguardo. Quel gesto provoca  nel visitatore una forte emozione alla presenza di una Madonna che è essenzialmente mamma e segna un’evoluzione nel concetto di un’arte che,  diventa espressione di vita stessa.

È “La Madonna dei Tramonti”, cosiddetta perchè affrescata da Lorenzetti di fronte a una finestra dalle quale, un raggio di sole, entrando nell’ora del tramonto, la illumina in tutta la sua bellezza. Un raggio di sole che sembra  illuminare un gesto che spalanca le porte alla modernità della pittura, almeno secondo il mio parere.


Sin duda que la obra de Pietro Lorenzetti es un homenaje a san Francisco, anteponiéndolo en la obra al discípulo amado. Homenaje directo o indirecto, según se lo vea.

En un texto de la enciclopedia global -que entiendo debería atribuirse a la especialista crítica Chiara Frugoni- se explican así los gestos del fresco:
Sotto la grande Crocifissione l'artista raffigurò i due santi Francesco e Giovanni Evangelista accanto alla Madonna col Bambino, affacciati a una finta balaustra e a mezza figura. A differenza del trittico della Madonna col Bambino tra i santi Giovanni Battista e Francesco nella vicina cappella Orsini, qui il pittore pose le figure nello spazio libero (in questo caso uno sfondo dorato), senza ricorrere ad archi e cornici di separazione.

Come in altre opere, le tre figure dialogano con gli sguardi e i gesti. Amato dal pittore e da suo fratello Ambrogio è il gesto di indicare col pollice, che in questo caso la Vergine a rivolge san Francesco dietro di lei, come a rispondere a una domanda del Bambino, che infatti alza la destra con un gesto di interrogazione. Francesco, con un gesto elegante, si porta la mano stigmatizzata al petto come ad accogliere quella muta chiamata. Giovanni, dall'altra parte, regge il proprio Vangelo e con la mano libera accenna un gesto d'assenso. I due santi laterali sembrano guardarsi intensamente, alludendo forse a una complicità nel riconoscere il valore delle stimmate equiparato a quello delle Scritture nella diffusione del messaggio evangelico. Un crocifisso si trova infatti proprio sotto Maria.

Perduta è l'altra mano di Francesco, che forse rivolgeva un cenno al committente devoto, rappresentato in un riquadro appena sotto.

I rapporti tra le due crocifissioni, grande e piccola, sono stati studiati e approfonditi: la grande scena appare come la rievocazione di un passato remoto, mentre il piccolo crocifisso riporta l'osservatore ai suoi tempi, rendendolo attuale grazie all'intermediazione di Francesco che ne rivisse il sacrificio, cercando poi di ridestarne il ricordo nei cuori dei fedeli con la sua predicazione.

Y todo el asunto es en cierto sentido una exageración. Aunque no está exenta de miga la cuestión, vista 700 años después, en estos tiempos nuestros.

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Sin embargo.

Es curiosa también la historia que dice haber oído en Asís y que hoy me contó mi madre, porque de su relato surge un clima completamente distinto. Y me pregunto seriamente si esa confusión es una mera casualidad, o si hay alguna bonita y secreta clave en esa involuntaria confusión de una doña de casi noventa años que recuerda un viaje de hace 20 años por aquellas tierras de la Umbría.

Según decía, la Virgen le estaría preguntando al Niño cuál de los dos elegiría y el Niño le estaría contestando: los dos.

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Y hasta aquí llego por hoy, porque el asunto me tiene pensando.



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Antes de finir esta entrada, hay que decir que, en la misma basílica inferior, hay otro fresco de Lorenzetti en el que una especie de tríptico, sembrado también con gestos significativos y miradas que hablan, representa a la Madonna, al Niño y a sus lados a san Francisco y a san Juan Bautista, con un significado parejo al de la obra anterior, y que aquí dejo en imagen y explicado en otro texto de Chiara Frugoni.

Divisi da arcatelle ogivali che simulano la forma di un polittico, con rappresentazioni di angeli simmetrici a riempire gli spicchi superiori, la Madonna col Bambino è dipinta a mezza figura su sfondo dorato tra i santi Giovanni Battista e Francesco. Il Battista, oltre che per la veste da eremita e la barba e la capigliatura lunga e incolta, si riconosce per il cartiglio che riporta un passo del Vangelo di Giovanni (ecce vox clamantis in deserto, parate viam Domini). San Francesco si riconosce invece per il saio e per le stimmate.

Entrambi i santi puntano l'indice verso il basso, probabilmente sottintendendo l'altare e il ruolo di Cristo come agnello sacrificale durante l'eucarestia. I due santi si scambiano una sguardo intenso e anche nel levare l'altra la mano verso l'interno compongono un effetto simmetrico che ne simboleggia la completa empatia. Entrambi dopotutto predicarono per tutta la vita la venuta di Cristo. Maria, che stringe il bambino in braccio, sembra rivolgere uno sguardo di muta approvazione a Francesco. Raffinatissimo è il panneggio della madre col figlio e la naturalezza con cui essa regge il bambino, che le pone una mano nella mano e gioca col suo velo. Preziosa e raffinata è la lavorazione dell'oro, nelle aureole, nello sfondo e nel bordo del manto di Maria, nonostante le difficoltà rappresentate dall'uso della tecnica nell'affresco.