viernes, 12 de abril de 2013

Soledad del romance


Vagaba entre unas peñas
cuidando la majada.
Ya por los cerros sube,
ya de los cerros baja.
Corderos de algodones,
su perro, algunas cabras
silvestres, unas aves,
su morral y su caña,
y un halcón diminuto
que aprende sus hazañas
de cazador furtivo
entre piedras y matas. 
Es todo lo que tiene,
nada más le hace falta.
Y no tiene más prendas
que esas buenas compañas.
Canta el rumor del río
con las nieblas tempranas,
allá abajo, en la vega,
entre verbenas blancas.
Silba el halcón bramidos
con la presa en sus garras.
El cielo se demora,
y entre las nubes tarda.
En el aire del día
ya en flor de la mañana,
bajo una encina vieja
que sombra le regala,
cantaba la pastora,
en coplas entonadas,
un romance de niños
que en amores andaban.
El cerro y los corderos,
el halcón y sus garras,
las verbenas del río,
el perro y la majada,
se aquietan con el canto
y, con la voz, se callan.
Y el cerro queda solo
y en silencio. Y en calma.