jueves, 11 de abril de 2013

Mithrandir, ¿por qué el Mediano? (III)



La cuestión de los Medianos va de la política a la religión y vuelta.

Son los dos ámbitos en los que la medianía tiene sentido y son los dos ámbitos en los que puede tironearse de ella para provecho de parte.

En Tolkien, eso no aparece así. Su concepción de la majestad es inmarcesible y por ello mismo arquetípica. No hay modo de verlo de otro modo. Precisamente, y por vía contraria, la defección de los mayores es gravísima, mientras que de los menores y medianos de algún modo se espera la defección, aunque no se la aplauda, claro.

De hecho, en Tolkien, nadie -nadie, nadie, no...- quiere quedarse con los Medianos y la tensión paradigmática va hacia la grandeza. Y tanto así que el Mediano por antonomasia ya no lo es al final de sus hazañas, más allá de su apariencia. Y ni siquiera: en El Señor de los Anillos a los medianos-medianos, les da la impresión de que estos Medianos que vuelven de confusos y lejanos asuntos de grandes, han crecido: físicamente más altos.

Pero por mucho que se podría argumentar y citar en esta materia, y en ese mismo sentido, recorriendo la entera obra de Tolkien, la verdad es también que cuando el autor eligió su point of view, el pathos de las acciones, lo estableció en la esfera del Mediano. Y no una vez, sino dos.

Es así que me parece que nadie que haya leído la obra del inglés puede dejar de sentir un hondo consuelo.

El Mediano singular redime la medianía del Mediano general.

Hay una condición, sin embargo.

Está implícita en la supuesta respuesta de Mithrandir en el supuesto diálogo con Galadriel.

El poder. La manifestación poderosa del poder. La majestad estridente. La potencia desatada. Todo eso tiene un lugar en la historia -en ambos bandos- y no hay menosprecio alguno en toda la obra de Tolkien a ese respecto, ya lo dije. Es un hombre que ve, imagina, piensa, gusta y juzga estos asuntos con una matriz tradicional. Lo alto es más alto que lo bajo. Y listo. Pero eso no basta. Sabe más respecto del poder. Y tiene la mirada puesta en él. Y, repito, no hay menosprecio alguno. O por la dignidad del poder (y el poder emanante o adyacente y hasta intínseco a las altas dignidades) o por la peligrosidad de la potencia, especialmente de la sin fin, como en sí misma sin límites o que se pretende tal: algo apetecible para un ser creado y tan dañino como apetecible.

Pero.

Si hay que considerar que el Mediano está en el centro de la cuestión, por una parte; y el poder es asunto central, por otra: ¿cuál es el poder de un Mediano? Y otra cuestión más que tiene relación con ésta: ¿por qué la política y la religión son los ámbitos en que esa medianía tiene sentido?

La segunda cuestión es más sencilla. El territorio de la política como el de la religión son antes que nada el campo de batalla acerca del poder. ¿La religión? Sí. La religión también. Y no es cuestión aquí de la Iglesia o de la vida interior o mundana de la Iglesia, con todos sus pasillos y corredores llenos de peligros y amenazas mundanas -y no sólo, no sólo...- por una cuota de poder. Nada de eso. Es mucho más hondo y definitivo, aunque simple.

Quién manda acá es toda la cuestión, inicialmente (y acá es la entera y total realidad). Acto seguido, la segunda cuestión: ¿cómo se manda?

Hay que advertir que tanto en lo atingente al poder en sí como en lo que toca al ejercicio del poder, quién manda y cómo se manda no están separados. Ni en la tierra, ni en el Cielo. Y cuando lo están hay consecuencias. Y no buenas.

Pero es allí dónde precisamente aparece la condición de la medianía, el emblema del Mediano, como una especie de parábola acerca de la relación del hombre con el poder, o de la actitud humana en esa relación. La actitud humana por naturaleza ante el poder, y por naturaleza quiere decir aquella que le corresponde por lo que es.

Pero..., pero...

Tiene que ser un Mediano de veras. Y debe entendérselo como tal, apreciárselo como tal. Y por las buenas razones. Porque hay una sola forma de ser veramente Mediano. Y, en consecuencia, sólo se lo considera tal, rectamente, de una sola forma. Cosa peligrosa, sin duda. Muy...



Y hasta aquí llego por ahora. Me toca comer.



- ¡Qué suerte! Se me estaba poniendo peliagudo... Aunque...

- ¿...?

- No me lo va a creer: tengo una que otra pregunta...

- ...

- No, ahora no... Mangia, che ti fa bene...

- Grazie.