lunes, 24 de mayo de 2010

La curva línea recta

¿A quién se le ocurriría? Proponer que la línea curva al mismo tiempo sea recta y la horizontal, vertical. Y que sea tal que no se pueda cercenar una de las dos posiciones sin cercenar ambas y el todo.

Parece un juego de palabras, un disparate geométrico de planos encontrados y superpuestos. O un acertijo algo cruel, sobre todo si va la vida en ello.

Se le dice a un hombre: Jamás se incline usted si no es para mantenerse en pie. Nunca mire para abajo salvo que sea para mirar hacia lo alto. No vuelva nunca sobre sí si no es para salir de sí. Vectores raros son esos.

Sin embargo, por raro que suene: cercene usted la vertical y recta de la fe o de la esperanza o de la caridad, por ejemplo, y vea qué pasa con la horizontal y curva del ensimismamiento, del abajamiento o del arrepentimiento o de la humillación. O del dolor, la decepción, el ahogo y la misma muerte. Y viceversa.

Claro.

Pero.

Había un dios clavado en una cruz.

Hasta que él fue clavado en ella, la cruz eran dos postes atravesados. Dos.

Parece que no hay modo de hacer una cruz si es sólo un poste vertical y recto. Ni se puede con la horizontal sin el poste. Tienen que ser dos.

Eso fue así hasta que clavaron a un dios en una cruz.

Resultó entonces que la cruz ya no son dos cosas unidas: es una sola cosa. No son dos trazos, es uno solo.

La recta vertical sin la horizontal o curva, la curva u horizontal sin la vertical recta: para los hombres, cualquiera de ambas posibilidades de exclusión es como el infierno. Es el infierno. Un infierno de desesperación o de soberbia, de tristeza incurable o de orgullo.

Y resultó claro entonces que no se puede hacer algo siquiera humano en este mundo si no es a la vez curvo y recto, vertical y horizontal.

Ahora bien.

Había un dios clavado en una cruz. Y si debía ser clavado, debía ser un dios, porque no bastaba la cruz. Porque la cruz eran dos maderas separadas que había que atravesar a martillo para que se juntaran y ni así se hacía de veras una sola cosa: por más hombres que usted clavara allí se necesitaba que el dios hincara su carne en la madera, impregnara la madera con su sangre. Hasta que carne, sangre y madera se fundieran. Pero también hasta que la horizontal y la vertical se fundieran: el matrimonio de la sangre y la carne de un dios con la madera; para que la madera pudiera ser humana, claro; pero también para que el hombre pudiera ser horizontal y vertical, recto y curvo en un solo trazo.

Pero el dios estaba clavado en una cruz porque era un hombre, también y especialmente. Y era un hombre porque convenía que fuera un hombre.

Porque la cruz era para un hombre, no para un dios.

Era el modo en que el hombre estaría en el mundo si fuera de otro mundo. El modo en que debe estar en el mundo, si quiere estar en el otro mundo. Y así, amalgamado en horizontal y vertical, en recta y curva, pudiera ser uno y no dos.

Como la cruz es una sola línea: vertical y horizontal, recta y curva. Amalgamada desde que se clavó en ella la carne de un dios, desde que fue impregnada de la sangre de un dios.

Así, sí.

Un nuevo modelo geométrico.

Una cruenta lección divina de geometría humana, al fin y al cabo.

Algo que a un hombre no se le ocurriría ni podría resolver, si no tuviera un profesor de geometría que se hiciera geometría para explicarle geometría.