jueves, 3 de abril de 2014

Gracias, Cristina


No hay que apurarse, que no es broma.

Por supuesto que siempre podría ser ironía. No es difícil. Y si fuera, tampoco estaría sobrando. Para que gracias suene irónico, solamente hay que ver qué deja Cristina en realidad en las raíces y en el aire de la Argentina. Y, entonces, para muchos, será redondamente irónico.

Pero está el hecho también de que podría ser un gracias oblicuo. Un gracias per accidens. Porque, bien mirado, tal vez algo se le debe. Cierto: es un agradecimiento oblicuo. Tal vez una de esas bromas o lecciones de la historia, que nos pone ante ciertas cosas para que se vean otras.

Así, pasan cosas que no son buenas, y hasta perversas como en este caso, pero que dejan a la luz y a contraluz otras que no son mejores y de las que tendríamos una idea equivocada si no las viéramos a la luz de otros males (valga el oxímoron metafísico), si uno tiene ganas de ponerse a ver o si lo tiene que sufrir porque no le quedó más remedio.

Por ejemplo, Cristina dejó a la luz la pusilanimidad política de la patria, el raquitismo político. Cristina no fue buena, pero fue fuerte; y aunque vale aclarar que por fuerte se entiende esa guaranguería prepotente que le despierta tanta excitación a sus lameculos, con todo, mostró la debilidad de sus oponentes. Cristina tiene malas intenciones manifiestas, pero a la vez dejó a la luz las malas intenciones de la alternativa. Cristina maltrató arteramente al pueblo, con la perversidad de quien lo usa para fines inmundos, pero quedó de manifiesto lo poco que le importa el pueblo a tantos de quienes la critican por su manipulación. Cristina se adueñó injustamente de las banderas de la Argentina y de la Argentina misma, pero eso mostró cuán injustamente dueños se creen de lo mismo muchos de aquellos que la censuran por eso mismo. Y cosas así. Muchas más.

Como digo, es un agradecimiento amargo, ni siquiera agridulce, porque ni siquiera puede aducirse el mal menor. Y tal vez eso mismo haya que sumarlo: Cristina obligó a elegir entre dos males mayores. Trampas de la política -y de tantas cosas humanas- que es de la política misma poder sortear. Y habrá que agradecerle el que no se pueda arrancar el mal que hizo solamente con los discursos y las prestidigitaciones de un petimetre o un pomposo. Habrá que agradecerle el que haya puesto a la patria en tal grado de abyección política y espiritual, que para erguirla haga falta un grande.

Claro que no vale la pena decir ni una palabra de la lista de bienes y beneficios que solamente un adicto puede pensar que debe agradecerle a ella, o a todo lo ella que no es ella pero que va con ella. No tiene caso. Solamente un adicto lo agradecería. Y no digo adicto como quien dice enfermo, se entiende, que ése no tiene casi culpa. Pero adicto es, de todos modos, porque aun cuando pudiera pasar que se diera cuenta de que se equivoca y no son realmente bienes, ni beneficios, no podría sino aplaudir, babeante y frenéticamente, aunque hoy por hoy tal vez muchos aplaudan a escondidas más bien en su interior, mientras en el exterior muestran alguna apariencia de salud, producto de la adversidad y del repudio, más que de la honestidad intelectual o afectiva. Pero. Es un adicto, qué caso tiene.

Más allá de esto, allí están quienes la votaron y quienes -después cobardemente según he visto- la hicieron votar. Allí están los que hicieron que a sus hijos y parientes, a sus amigos, a sus vecinos, les ganara el corazón el entusiasmo y el orgullo por la morocha argentina, repitiendo el catecismo de las 6,7, 8 preguntas y su talante. Y allí están sus simétricos opuestos que por razones tan falsas como sus antagónicas la hicieron odiar, para hacer amar algo más o menos igual de abominable. En cierto sentido, el mal es un parteaguas. Y hay que agradecer también el poder tener una ocasión tan nítida de ver cómo se parten las aguas.

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Tal vez, eso mismo haya que agradecerle a Cristina. Nos ayudó, queriéndolo sin querer, a conocer gente. Y a reconocerlos como lo que son, si no lo sabíamos. A saber quiénes son y con qué están amasados realmente muchos de nuestros hermanos argentinos, más allá de las apariencias o de lo que digan. De un lado, del otro lado. Y hasta los del lado de la patria a secas, vapuleados por ella y por otros, sin misericordia, y que son los que merecen al menos el mayor respeto, si no el verdadero respeto.


Y en cuanto a agradecerle a un malo el beneficio de su papel en la historia, por cierto que Gollum no es un símil del todo disparatado o inapropiado, llegado el caso. Porque tal vez haya quienes crean que es justo agradecerle a Gollum el inconmensurable favor que le hizo a Frodo, librándolo de un daño semejante, y más si se trataba de un daño del que Frodo no hubiera querido, sabido o podido librarse sua sponte. No que Gollum haya hecho el bien. Pero hizo un bien.

Tal vez, y siguiendo la mención de Gollum, y hay que decirlo, Cristina obligó a los que quisieran acometer la más ascética y realista ecuanimidad, a la mayor justicia posible en lugar de -o por lo menos antes de- cualquier ajusticiamiento político o social. Ya lo prescribió el sabio Gandalf: no lo mates, puede que todavía, antes del fin, algún papel deba cumplir en esta historia.

Y puedo decir creo que sin errar que Cristina, sin quererlo, hizo algún bien. Al menos hizo uno.

Esta ascesis que digo es necesaria y a cada momento que pasa lo es más. No hay que tomarse el trabajo de hacerlo si uno no quiere o cree que no le da el cuero. Pero es necesario hacerlo.

Más que nada porque Cristina pasará y quedará la Argentina, que no es Cristina. Es la Argentina, y es muy otra cosa, más allá de lo que ella haya hecho con la Argentina. Algo parecido a lo que pasó con Perón. O con los mismos militares, si me apuran. Perón no es la patria, ni el pueblo, es claro; ni Videla es el ejército, ni la patria, es claro también.


Sí, decididamente creo que en cualquiera de los dos casos, irónico o per accidens, el agradecimiento cabe.