miércoles, 24 de septiembre de 2008

Más vale malo ....... (complete lo que corresponda)

Mientras regaba unos pastos nuevos y unas nuevas flores y plantas, la tarde-noche se encarnaba, sanguínea tirando ya a violácea, tibia, apenas fresca.

Primaveral, caramba, primaveral...

Unos falcónidos gritan, bastante altos, en el cielo. Están desde hace un tiempo por la zona. Presumo que corridos de algún lado. Los últimos pájaros del día van camino al sueño, con unos pocos piares, como ronda de sereno, voceando el fin.

El caso es que uno yerra y dice estupideces, así como oye otro tanto, en proporciones razonablemente parejas. Mejor sería nada, claro. Pero que errores y estupideces se dicen, veramente se dicen.

Pienso entonces, mientras el agua llueve mansamente sobre la tierra, en si es mejor que las estupideces las diga un amigo, un conocido o si es preferible que las diga un desconocido, un adversario o –hay que decirlo- un enemigo (que no existen, pero que los hay, los hay...)

Y no lo sé. No lo sé bien.

Tengo por una parte la idea de que es como un acto de misericordia divina el que uno oiga cosas que le parecen –o que redondamente son...– estúpidas o erróneas de boca de los primeros.

Es cierto que nadie ama lo que no conoce y que la inversa da más o menos también que se aborrece más lo conocido, llegado el caso, como que no hay peor cuña que la del mismo palo...

Pero barrunto, precisamente, que ha de ser un acto de misericordia oír estupideces o errores de bocas conocidas y amigas, porque –y curiosamente a la vez– eso tiende a hacer más benévolo el juicio, lo permite al menos. Hace más posible odiar el error y la estupidez que al que yerra o al estúpido (supuesto que cada vez que alguien dice una estupidez es estúpido, por lo menos al decirla...), y a quien en principio se le tiene afecto.

Pienso también que la inversa puede ser. Y que no conocer al errado, permite abstraerlo, concentrándose en lo dicho y no en el dicente.

Pero esta posición se me hace en algo más débil porque abstraer o ignorar (en los dos sentidos) no es lo mismo que conocer. Que el otro, en este sentido que dicen las palabras abstarer o ignorar, no exista para mí, no le hace favor. Ni a mí tampoco, a este respecto.

Al mismo tiempo se me ocurre que si se quiere a alguien se quiere su bien. Y se quiere más a quien más se conoce. De donde más se lamenta uno del error de los conocidos -y por el conocido que yerra- que por el error de los desconocidos. Suele fastidiarse uno por el estúpido amigo, porque es amigo. Y la ira reacciona ante el bien en peligro. Y un amigo estúpido es un bien en peligro, no solamente una verdad en peligro.

Aunque, pienso, también es verdad que está El buen samaritano, que posiblemente no sólo era bueno por ser samaritano, es decir, conocido del presumible judío asaltado tanto como de los judíos oyentes de la parábola, en cuanto se sabía que el samaritano no era judío. Sino que además puede ser que fuera bueno por ser desconocido (personalmente desconocido): anónimo para los oyentes y para el judío caído en desgracia tanto como ellos para el samaritano. Y como un estupidicente o errado, es un caído en desgracia también, si vamos al caso, el desconocido que lo oye bien podría obrar como el samaritano que lo atiende, sin importarle quién es porque no lo conoce y atenderlo benevolentemente precisamente porque ha caído en desgracia.

Y esto me voy diciendo mientras ya no hay ni falcónidos ni piares. Ni luz casi, y no sólo en el cielo. Tal vez debería preguntarle estas cosas también a mis amigos y conocidos y, por qué no, a los desconocidos y enemigos. Tal vez me digan que mejor deje de regar.

Quién sabe.

Mañana me toca regar de nuevo.

Veremos.