martes, 16 de septiembre de 2008

Indigencia contingente (V)

No se trata aquí de neutralizar el discurso, de convertirlo en signo de otra cosa, de traspasar su espesor y dar alcance a lo que queda silenciosamente más acá de él; se trata, por el contrario, de mantenerlo en su consistencia, de hacerlo surgir en la complejidad que le es propia. En una palabra, lo que se quiere es, lisa y llanamente, dejar de lado las "cosas". "Des-realizarlas". Conjurar su rica, maciza e inmediata plenitud, que ha solido constituir la ley primordial de un discurso que sólo podía desviarse por error, olvido, ilusión, ignorancia, inercia de las creencias y las tradiciones, o también por el deseo, quizá inconsciente, de no ver y no decir. Sustituir el tesoro enigmático de las "cosas", previo al discurso, por la formación regular de los objetos que sólo se perfilan en él. Definir estos objetos sin aludir al fondo de las cosas, refiriéndolos, en cambio, al conjunto de reglas que permiten formarlos como objetos de un discurso y constituyen los objetos discursivos que no los sumerjan en el fondo común de un suelo originario, sino que explique el nexo de las regularidades que rigen su dispersión.

Sin embargo, cancelar el momento de las "cosas" no quiere decir necesariamente embarcarse en el análisis linguístico de la significación. Cuando se describe la formación de los objetos de un discurso, lo que se pretende es describir las relaciones que caracterizan una práctica discursiva, no determinar una organización léxica ni las dimensiones de un campo semántico: no se pregunta por el sentido que se da en una época a términos como "melancolía" o "locura sin delirio", ni por la oposición de contenido entre "psicosis" y "neurosis". Tampoco se pretende insinuar que este tipo de análisis sea ilegítimo o imposible; pero no son análisis pertinentes cuando se trata de saber, por ejemplo, cómo la criminalidad ha podido convertirse en objeto de tratamiento médico o la desviación sexual en posible objeto del discurso psiquiátrico. El análisis de los contenidos léxicos define, sea los elementos significativos de que disponen los hablantes de una época dada, sea la estructura semántica que aparece en la superficie de los discursos ya pronunciados; no concierne a la práctica discursiva como lugar donde se forman y deforman, o desaparecen o se esfuman, una pluralidad intrincada -a la vez superpuesta y fragmentaria- de objetos.

La sagacidad de los comentadores no ha fallado: en un análisis como el que yo llevo a cabo, las palabras están tan deliberadamente ausentes como las cosas mismas; no se trata de describir un vocabulario, como tampoco se trata de recurrir a la plenitud viva de la experiencia. No nos situamos más acá del discurso, en ese ámbito donde aún no hay lenguaje y donde las cosas se perfilan apenas a una luz indecisa; tampoco nos trasladamos más allá del discurso, para hallar las formas que ha ordenado y dejado tras de sí; nos mantenemos, intentamos mantenernos, al nivel del discurso mismo. Como a veces hay que poner los puntos sobre las íes de las ausencias más manifiestas, diré que en todas estas investigaciones, en las que he avanzado aún tan poco, quisiera mostrar que los "discursos", según cabe oírlos, según cabe leerlos en su forma de textos, no son, comos se podría esperar, un puro y simple encuentro de cosas y palabras: trama oscura de las cosas y cadena patente, visible, colorista de las palabras; querría mostrar que el discurso no es una leve superficie de contacto, o de enfrentamiento, entre una realidad y una lengua, el cruce entre un léxico y una experiencia; querría mostrar con ejemplos precisos que al analizar los discursos mismos, se van aflojando los lazos, aparentemente tan fuertes, entre las palabras y las cosas, y aparece un conjunto de reglas propias de la páctica discursiva. Estas reglas no definen la existencia muda de una realidad, ni el uso normativo de un vocabulario, sino el régimen de los objetos. "Las palabras y las cosas" es el título -serio- de un problema, y es también el título -irónico- del trabajo que modifica su forma, desplaza sus datos y revela, al fin de cuentas, un quehacer totalmente distinto. Quehacer que consiste en no tratar -ya- los discursos como conjuntos de signos (de elementos significantes que remiten a contenidos o a representaciones), sino como prácticas que forman sistemáticamente los objetos de que hablan. Es cierto que los discursos constan de signos; para designar cosas. Es este más lo que los hace irreductibles a la lengua y a la palabra. Es este "más" lo que es preciso descubrir y describir.

El texto está en el capítulo III de la parte II, de La arqueología del saber, entre las páginas 78 y 81 de la edición de Siglo XXI que cité, aunque esta traducción viene de la edición francesa de Gallimard, páginas 65 a 67.