jueves, 1 de noviembre de 2018

¿Cualquier cosa? (VI): la metáfora (I)


En el centro de la poesía está la metáfora.

Las voces, las palabras cuentan. Y cuentan las imágenes. Y los recursos que la preceptiva llama figuras de pensamiento y de dicción, los tropos. Como los restantes recursos entre los que están el metro, el ritmo y la rima. Todo en ese orden de importancia.

Pero la reina de la poesía es la metáfora.

Y hay que justificar esa proposición.

La metáfora, básicamente, dice una cosa por otra. Y de Aristóteles a hoy la definición, el análisis, la sistematización de esta figura muestran variaciones casi infinitas en acierto y profundidad.

No es cuestión ahora de hacer el recorrido completo de estas manifestaciones porque no es el propósito que tengo. Apenas quiero mostrar por qué digo que la metáfora es la reina de la poesía.

Los hombres vivimos intelectual y sensiblemente de señales. En nosotros, lo real extramental y extrasensible, tiene carácter intencional. Esto es, las cosas permanecen fuera de nosotros aun cuando, de algún modo (esta expresión es fundamental), están en nosotros. Conocer, para los hombres, es que las cosas estén, de algún modo, en nosotros. Estas señales de las cosas en nosotros tienen distintas categorías. Algunas de mayor envergadura, como es el caso del concepto formal.

De todas maneras, esas semejanzas se dan a través de signos, aunque el signo en el caso del concepto formal no tenga carácter instrumental sino formal, y esto significa que es un signo que no es captado primero en cuanto tal al significar las cosas.

La expresión aristotélica dice que las palabras son signos de los conceptos y los conceptos son signos de las cosas. La palabra signo no significa lo mismo en el primer caso que en el segundo. El modo como las palabras significan conceptos no es el mismo modo en que los conceptos significan las cosas. Como fuere, signos hay en ambos casos y, por el momento, la distinción no dice nada respecto de lo que quiero decir.

Hay mediaciones: para que las cosas estén en nosotros, hay una mediación. Para que lo que está en nosotros esté en otros, también hay mediación.

Pero queda una tercera cuestión que, a como lo entiendo, está en las raíces mismas de la metáfora.

Se trata del origen formal de las cosas. Qué las hace ser lo que son. Y más específicamente: ¿son idénticas a aquello de lo que proceden?

Formulando la cuestión en términos aristotélicos quedaría así: las palabras son signos de los conceptos, los conceptos son signos de las cosas, y las cosas ¿son signos a su vez de algo anterior a ellas tanto entitativamente como temporalmente?

En mi caso, la respuesta es afirmativa. Y vale aquí la salvedad: el tiempo está del lado del signo en ese caso primigenio y no del lado de lo significado, porque lo que el signo significa no tiene tiempo.

Los existentes no son idénticos a la concepción de quien los hace existir. Son ellos mismos un signo de aquella concepción.

Si esto es así, la cualidad significativa y aun la simbólica es el estatuto de todo lo existente por participación, esto es, de todo lo que existe y no tiene en sí el principio del ser sino que lo ha recibido de otro, que es a su vez quien lo ha concebido antes que nada en su intelecto. De esa concepción las cosas son un signo.

La capacidad de percibir estas correspondencias está en la inteligencia. De allí parte el nudo formal de la palabra exterior, la que tampoco es lo concebido mismo sino un signo de ello.

Pero todo lo que existe no existe encerrado en su propia existencia. Forma parte de una sintaxis mayor, tiene relaciones con otros existentes y admite esas relaciones. La inteligencia tiene también la virtud de percibir esas correspondencias, a veces intuitiva y casi inmediadamente, a veces racional, constructiva y mediadamente.

Esas correspondencias se dan en distintos niveles y con cierta cualidad. Esto es el fundamento de la analogía, en términos generales. Y vale subrayar que la metáfora es una especie de la analogía.

Todo lo que es tiene la forma, por así decirlo, de círculos concéntricos. En cada círculo puede repetirse a su modo propio lo que en otros. Y todos significan, cada cual a su modo, lo que está en el centro de esos círculos, que, siendo inmóvil y uno, es el origen de los movimientos y correspondencias de los múltiples círculos que giran en torno a él. Esta figura que tiene algo del sabor del paraíso dantesco, es también la matriz por la que un significado se asocia o puede asociarse a otros. Pues está en su naturaleza significar de ese modo.


Y por el momento, hay que llegar hasta aquí.