sábado, 27 de febrero de 2016

Hidra y sus parientes (II)




Tiempo atrás, estuve mirando un poco más de cerca a la Hidra de Lerna.

Vuelvo sobre el asunto ahora para subrayar un punto que creo importante.

Entre las maldades constitutivas de la Hidra, está su sangre venenosa y su mismo aliento envenenado, y tanto que aun el solo efluvio de ambos es mortal.

Esto mismo está asociado a la muerte de su matador, de alguna manera, pues el propio Heracles/Hércules recibe parte de ese veneno mezclado con la sangre del centauro Neso, a quien mató con una flecha envenenada en la sangre de la Hidra, pues Neso había raptado a su esposa Deyanira y escapaba con ella.

Pero, más allá de estas notas fatales de la pestilencia de Hidra, está el modo como Heracles termina con ella.

Como en un triángulo invertido, el vértice al que van a dar los afluentes del asunto parece ser el fuego.

Y también aquí hay que asociar el fuego con el final del semidiós y mayor héroe mítico de los griegos. Pero dejemos ese asunto para después.

Entiendo que es el fuego, precisamente, el nudo que, si no sostiene las columnas del mito referido a la Hidra, al menos cierra y cauteriza su desarrollo. Fuego que una y otra vez será el límite del mal.

Heracles/Hércules, al cabo, debe lograr que la potencia maligna de la Hidra quede sin cauce. Sus cabezas son la figura de su maldad multiforme y la capacidad de reproducirlas es la fuerza prepotente con la que somete a sus oponentes. Es inútil que cortemos una por una las cabezas, se reproducirán fatalmente.

Quien se enfrente a ella siempre estará en desventaja. Alimentará una catástrofe tratando de evitarla y, en el mismo acto y con el mismo acto reparador, habrá generado otra u otras maldades de magnitud mayor a la anterior o anteriores que trataba de curar. La repetición es a la vez un dato siniestro: Hidra puede indefinidamente generar la amenaza maligna, su oponente no tiene fuerzas interminables. Ella puede repetir sin más su maldad, él no puede sostener sin más su virtud. No por sí solo, al menos.

Así, un designio tal, que se engendra desde dentro mismo de aquella monstruosidad, hace que cualquier virtud, cualquier justicia, cualquier bien, no sólo se desaliente y languidezca, sino que revierta en mal y hasta lo aumente y lo expanda.

El bien como dique y promotor del mal: una idea perversa hincada en la misma substancia de las cosas. La espantosa familia entera de Hidra tiene esos genes, hay que recordarlo.

La suya es una pretensión como si dijéramos diabólica. El monstruo no puede con el bien, no es capaz de destruirlo, no es capaz de crearle un equivalente, pues no es capaz de crear, en suma. Pero puede hacer que el bien, sin desvirtuarse y en su propia y mismísima realización recta, colabore con el mal y, en su misma acción benéfica, indefectiblemente, produzca lo malo y lo potencie.

Se diría que una de las razones de ser de la propia Hidra es esta conmoción en la raíz de las cosas, este intento de cambio de signo de la entera realidad, especialmente en lo que tiene de bueno y benéfico. Tal vez, se trate de algo más que de una rémora de la ancestral batalla entre los Olímpicos y los Titanes que está en la historia de su familia.

Frente a ella, la Hidra, ya suficientemente mala, la virtud -por un arcano malévolo- es usada como punto de apoyo de una palanca destructiva. Es claro que aun así es parasitaria del bien: lo necesita para malear las cosas. Y eso en cuanto cortar sus cabezas venenosas es un bien.

Pero, en términos típicos, ese bien parece imposible. Más le corta usted la cabeza más fuerte será la que renacerá, si es que no son dos por cada una cortada, como en algunas versiones.

Mayor el bien, mayor el mal que produce. Corte una cabeza que es bueno y aparecerán dos que es doblemente malo. Corte nueve y se multiplicarán. De ese modo, parece que la causa del mal es un bien. Así, parece preferible no atacar el mal. No hacer el bien.

Finalmente, Hércules/Heracles se enfrenta a ello con la ayuda de Yolao, su sobrino. Tal vez inspirado por Atenea, como dicen los mitos, Yolao prepara el artificio de un basto envuelto con una tela que empapada en combustible arderá como una tea. Así, cada muñón que resulte del corte de su tío será cauterizado y no habrá nueva cabeza.

El fuego, de este modo, interrumpe el ciclo y ahoga la potencia, la clausura, la vuelve inane, y aunque no la hace desaparecer, la encierra en la propia monstruosidad. Y nótese que en el mito Hidra no puede vivir sin sus cabezas. Incluso la peor de ellas, que es la única que no puede morir aunque la corten, es enterrada finalmente por Heracles en un sitio sagrado cerca de Lerna, bajo una piedra enorme.

En la medida en que ese dinamismo es la propia fuerza del monstruo, cauterizar ese dinamismo equivale precisamente a destruirlo o -lo que es similar- a poner ante él unas puertas llameantes y quemantes que le impiden su expansión. El fuego -ya trataremos de ver su simbolismo- clausura el mal. Y el héroe no porta ese fuego, que no es parte de su fuerza y virtud, sino que es una ayuda externa a él sin la cual enfrentarse al mal multiforme le sería imposible.

En otras versiones del mito, Heracles hunde su espada en la sangre venenosa de la primera cabeza cortada y así va dando cuenta de las siguientes. Como hubiere sido, el propio veneno es asunto que hay que considerar, porque -ya se dijo- el veneno que obtiene de esta proeza, y que guarda para futuras ocasiones, tendrá secuelas en las demás pruebas, pero también estará presente en su vida y en su muerte. Como el mismo fuego, es verdad, y sobre todo al final, donde veneno y fuego volverán a encontrarse cara a cara, esta vez en el héroe y no en la Hidra.


Además de ahondar en las significaciones de esta cuestión del fuego, y en sus posibles sentidos más allá del que ahora mostramos en esta trama mítica, quedan por ver algunos otros hilos de este tejido.

El origen de la Hidra y el significado de tal origen así como el de sus progenitores y hermanos es uno. Allí, el enfrentamiento ancestral con el mundo olímpico parece un nítido aviso de que hay una contradicción que busca saldarse. Pero también resulta un retrato de la concepción mítica de las relaciones entre el mundo divino y las fuerzas que obran en el mundo.

Por otra parte, está el episodio mismo del combate y su mecánica. Tanto por el fuego como por el hecho de que para lograr su propósito, el emblema Heracles/Hércules se hace ayudar por Yolao, su sobrino, que tendrá un culto propio, en el Mediterráneo griego, siempre asociado a su tío. Yolao mismo, según el mito en torno al héroe, estará presente al final de la vida de Heracles y, como dije, asociado otra vez al fuego que resultará una vez más liberador.

En este sentido, precisamente, un apartado lo merece también el hecho de que ésta haya sido una de las dos pruebas impugnadas por Euristeo, rey primo de Heracles, que fue quien se las ordenó por orden del oráculo de Delfos, aunque con especial inquina propia, y que las impugnó por el hecho mismo de que, para triunfar en ella, haya recurrido a otro y no la haya acometido en soledad como se exigía de él. Si esto es una ficción mítica para corregir el número de pruebas, y agregar 2 más a las 10 originales, tanto da.

Por último, es preciso rastrear el significado de Heracles/Hércules, siendo como parece ser, el agente de un designio opuesto a la Hidra y sus peculiares significados, no solamente en el orden mítico sino en otro orden más antiguo que el mito. Y más nuevo.


Pero.


Hay tiempo, creo.

Vayamos viendo.


El año recién despierta.

Y un servidor con él.