sábado, 18 de junio de 2011

ens





Pasaba la tarde, nublada y todavía un poco húmeda, después de la tormenta de unos días atrás.

Había terminado por armar un fuego a la intemperie, allí mismo, en vez de irme junto a la salamandra; era el fin de la faena: después de ordenar las cosas de labor y dejar limpias las herramientas y acomodados los aparejos. Puse la pava en un costado, sobre las primeras brasas, y lentamente me dediqué a ensillar el mate. Un tocón de quebracho blanco, que pronto iría a dar en gajos y astillas a la leñera, me hacía de asiento, cerca del calor y la luz que empezaban a crecer. Había casi viento y un aire ligero y fresco, un poco ácido, como es el aire de junio cuando trae ensalmos de hojas y ramas de fines del otoño y la tierra mojada de las primeras lluvias que avisan del invierno.

Miré la ventanuca que fuera, y que ahora parecía una boca sellada, las cavidades muertas de un ciego, un hombre sin manos. Tenía en las mías todavía ese aroma áspero y feliz de la argamasa. La piel cuarteada me dejaba acomodar la madera caliente en el fuego o correr la pava que ya estaba por estar en sazón.


* * *



Iba en mis asuntos de mate, fuego y cigarro y no lo oí llegar, venía del lado del camino, bordeando el montecito.

- ¡Eh...! ¿Y eso? ¿Qué pasó ahí? ¿Qué hizo ahora?
- Y, lo que ve...
- Claro que veo... Pero, digo, ¿otra vez? ¿Cuándo fue la última vez? ¿Este verano o el otro?
- El otro...
- Ja..., ¡qué tipo! Cada tanto... Verano, invierno... Se le da por los solsticios, ¿qué le pasa? ¿Es algún rito? Y ahora viene el invierno, ¿qué significa? ¿Se prepara para la noche más larga?
- ...
- No..., digo, ahora en serio, ¿qué hizo? ¿La cerró? ¿La tapió?
- Y...
- Por eso, la última vez la tapió también o algo parecido. Pero después retomó.
- Esa vez, así decía el aviso que sería...
- Está bien, es verdad... ¿Y ahora?
- Queda así. Y nada más.
- Ah..., mire usted... ¿Así que nada? ¿Nada de nada? Oiga, ¿ese mate anda?
- Claro que sí, perdóneme...
- ¿Y por qué la cierra? ¿Ustedes hacen siempre así las cosas? ¿Porque sí?
- ...
- No quiero meterme, no es mi asunto, pero...
- Así está bien.

Miró la ventanuca un tiempo, en silencio. Ya empezaba a querer orear. Le había puesto más cal que cemento, porque me decía mi padre que la cal era más fuerte. Tenía el aspecto de una hornacina. Pero era una ventana tapiada.

- Es medio tonto lo que se me ocurre pero..., ¿sabe que viéndola ahora me parece como sí siempre hubiera estado así? ¿Me entiende?
- Y, tal vez...
- Quiero decir...
- Entendí, sí...
- No queda mal, después de todo. Tiene aspecto de hornacina.
- Mal no queda, es verdad y cierto que parece una hornacina...
- ¿Y qué va a hacer ahora?
- ...
- No le creo si me dice que no va a hacer nada..., seguro otra cosa, algo...
- ...

Le convidé un mate y enseguida un cigarro. Estaba haciendo muchas preguntas. Prendió el cigarro y jugó con el humo mientras miraba pensativo e intrigado otra vez la ventanuca, con el mate en la mano. Empezaba a oscurecer y el fuego hacía bailar nuestras sombras sobre la pared como si fuéramos muñecos desarticulados. Por momentos, nuestras figuras quedaban encajadas en la ventanuca; impresionaba ver esas siluetas fantasmales como asomándose por el recuadro y evanescer inmediatamente después. La pared y la ventanuca se habían animado de pronto con la luz y esos juegos de sombras. Pero eran sombras. Allí, ahora, lo que no era piedra y argamasa, era una ventana tapiada. Con el tiempo, cuando el fuego desapareciera, ni sombras habría.

- ¿No le da un poco de pena? Yo me había acostumbrado, ¿usted no? Seguro que va a extrañar, no me diga que no. Pone cara de que no pasa nada... Tantos años... Usted se la pasó mirando por ahí ¿cuántos años van ya...? La verdad es que la vista es buena desde ahí...; bueno... era, quiero decir...
- ...
- ¿Por eso la abrió? ¿Por la vista?
- ...
- Porque es raro abrir una ventana ahí. Parece más bien que esa pared tendría que ser lisa, ¿me explico? Todo mira para otro lado... Es verdad que la vista es buena y, además, el camino no está ni muy cerca ni muy lejos, así que desde la ventana se ve todo y desde el camino se ve la ventana; pero eso no molesta, porque no se ve adentro... ¿Sabe que había gente que a veces preguntaba por esa ventana? No sé por qué, pero preguntaban. No era fea, no quedaba mal; pero seguro que es eso que le digo: allí no tenía que haber una ventana...
- ...

Yo miraba el fuego mientras él razonaba sus tanteos. Agregué las últimas astillas que tenía a mano para que hubiera un poco más de llama, algo de calor y luz. El efecto era curioso y un poco inquietante, como pasa a veces con esas horas en que no hay ni luz ni oscuridad. La pared se volvía de colores raros, por momentos dorada o rojiza y al rato gris. Mientras, de a poco y a medida que llegaba la noche, la ventanuca se confundía con las piedras, el dintel se disimulaba con las sombras, el pequeño alfeizar se aplanaba y parecía no haber habido nunca una ventana allí.

- De veras, no sé qué decirle...
- ¿Decir?
- Y claro, si es inútil... Usted no me va a decir nada. Le digo que hay que ver si queda así..., no vaya a ser cosa que como otras veces...
- ...
- Dígame, sinceramente, ustedes, los que escriben, ¡qué tipos raros son, qué cosa…! ¿Un día me va a decir, me va a contar? ¿Por qué la abrió? ¿Por qué la cierra?
- ...
- Tiene razón, qué estoy diciendo...
- ...
- ¿Qué es ese cigarro que me convidó?
- Uruguayos son, acá no hay y allá casi no se consiguen... Me los regalaron.
- Ricos, fuerte el tabaco, no los conocía, pastoso el humo, ricos...
- ...
- Qué se le va hacer..., en fin... Me tomo un último mate y me voy rumbeando para la casa...


Y eso hizo.


* * *



Nos quedamos solos la ventanuca que fuera y yo.

El fuego se iba yendo también. Esperé a que se consumiera entero. Tardó un rato, no mucho; las brasas se fueron vistiendo de cenizas blancas y volátiles hasta hacerse nada. El frío de la noche, ya a las puertas del invierno, llegó en algún momento sin que me diera cuenta y parecía venir del lugar en donde hasta hacía unos minutos todavía quedaba algo de humo y tibieza.

La noche había ocupado todo alrededor, un cielo de nubes bajas vagaba por encima con un halo también gris rojizo. Se levantaba un viento acompasado que hacía murmurar el montecito.

Frente a la ventanuca ya no quedaban rastros de calor ni de luz, nada más que cenizas y el resto del mundo.

Recogí las cosas y me fui también yo.