domingo, 13 de junio de 2010

Romero

Linda, la noche; tarde, en la noche. Tranquilo al fin el día, el tiempo, y tanto que parecen en paz hasta los tiempos, al fin.

Una lluviecita fina, de a ratos. Fresco apenas todo. Entre la humedad que sube de los pastos embarrados y que baja del cielo como seda, hay un aire de maderas que arden bien, maderas de buena madera, en algún fuego adentro de humo afuera. El humo se huele, el fuego se adivina.

Lindo, viera. Sereno.

Oigo a Cafrune, mientras.

Sabe lo que hace, sabe lo que dice. Y sabe decir.

Qué suerte tuvo este hombre, creo. Sencillamente, sin tanto meneo, sin tanto baile. Sobrio para decir.

Qué suerte tuvo al poder hacerlo así. Decir esas cosas buenas, sentires claros que suenan y han de ser puros, me imagino, aunque parezcan penas.

Alegra oír las penas bien dichas.

Y decir también con todo eso una Argentina limpia, simple, honda.

Y decir el amor y el humor y el dolor. Sin tanto lío, ni tanta conga. Limpio.



Es como un rezo (sí, mi amigo, la belleza también reza...)

Yo se lo agradezco: en una noche así -como de fiesta, de tan serena-, es un regalo.