lunes, 9 de abril de 2007

El paso

"Los días pasan", pensaba hoy a la mañana.

Y estos días pasados, pasaron.

Tendría que confesar que no tuve un intinerario del todo ordenado -como hubiera querido- para pasar estos días. Sí fue un dominante el paso, lo que pasa, el pasar. Recién hoy advertí -con esa sorpresa avergonzada de lo obvio- que en realidad pensé en la Pascua, aunque en cierta clave que supongo que viene junto con el almanaque, que también pasa.

Tal vez algo de todo eso vino en parte de una conversación del jueves. Alguno expuso cuestiones acerca de líneas y ciclos de la historia. Una cierta como desazón de ver repeticiones. Cosas únicas, inéditas y a la vez repeticiones de algún modo de otras cosas únicas e inéditas. Aquello que pasa y no vuelve, aunque de algún modo se repite, en algún sentido, con valor significativo o tipológico.

Hasta que lo que se ha sucedido -lo mismo no idéntico, y a la vez distinto- ya no se suceda. Y ya no haya más tipos y figuras.

Es lo que creo, al menos. Es lo que dije, además.

El viernes -ejemplo de lo mismo, creo- pasé el día con el recuerdo de siempre de todas las semanas santas de las que tengo que memoria. Una especie como de orfandad, de vacío. Sé que eso lo pienso y lo siento cada viernes santo. Y, por raro que suene, sé por qué: porque ese día no hay misa.

Son muchos los días que parece que uno puede pasar sin misa. Días comunes, digamos así. Pero esos días tienen misa. Al fin, uno sabe sin pensarlo siquiera que en esos días hay misa. Y el viernes santo, no. Y la falta, el saber que no hay, que ese día no habrá, parece que suspende todo, me lo deja en silencio. Un silencio que tiene tanta angustia como tiene consuelo, y pienso que así es también de alguna manera la fe que profesamos mientras estamos en este mundo, así es la esperanza que llevamos.

Cosas que vemos sin verlas, cosas que están pasando sin que las veamos. Como ese día del viernes sin misa, que es el día de la misa mayor, el arquetipo del sacrificio, de la ofrenda.

Esa noche, tarde, vi otra vez La Pasión, fragmentos.

No me había fijado antes, creo. En su camino a la crucifixión, Jesús cae. Está completamente deformado, sangrante, desfigurado. La Virgen le ha pedido a Juan que la conduzca por las callejas de Jerusalén para encontrarse con su hijo, sorteando a la multitud. Y, al fin, lo encuentra. En un cruce de calles lo ve caer y recuerda haberlo visto caer de pequeño. Aquí estoy, le dice entonces aquella vez, y lo mismo le repite ahora corriendo hacia Él.

Pero me llamaron la atención esta vez las palabras con las que Jesús le contesta, palabras que apenas puede pronunciar: Ves que hago nuevas todas las cosas...

No sé de dónde habrán sacado materia para la recreación de ese episodio. En el relato de la segunda caída en Ana Catalina Emmerich, por ejemplo, no está así exactamente. Jesús dice en esa parte de la película palabras que están en el capítulo 21 del Apocalipsis, como en el 43 de Isaías o en el capítulo 5 de la segunda carta a los de Corinto.

No lo sé, será un anacronismo y una mezcla, pero creo que es un hallazgo. En la profundidad del desierto alguien hace surgir una fuente de aguas, como dice Isaías. Detrás del dolor peor, alguien está haciendo nuevas todas las cosas.

El contraste de aquella cara magullada y de aquellas palabras radiantes dominaron el sábado. Tan silencioso casi como el viernes. Aunque distinto. Porque la tensión y el silencio del viernes son únicos en su género.

Otra vez volví a pensar en las cosas que pasan. La película también tenía el mismo talante de esas cosas que pasan y vuelven a pasar pero distintas, haciéndose nuevas. La mirada de Juan, por ejemplo, que va siguiendo la Pasión y la Crucifixión, y la mirada que enlaza la Cena con el Gólgota, y el Gólgota con la Cena, finalmente.

Hasta que se hacen nuevas todas las cosas. Que es mucho decir: hago nuevas todas las cosas son palabras que nadie podría decir literalmente. Sólo un Dios.

Ves: hago nuevas todas las cosas.

Pero si es imposible para un hombre decir eso, es bien difícil siquiera para un hombre verlo.

Nos lo tiene que decir, nos lo tiene que recordar. Y aun así. Y cuando lo dice una cara magullada y doliente, vencida a nuestros ojos, un gusano, más difícil aún.

En nuestros pasos, de una cosa a otra, en nuestras 'pascuas', en nuestros éxodos, en nuestras sucesiones de desiertos y de temores y sequedades de desierto, nos es bien difícil advertir que, mientras pasamos, hay Quien hace nuevas todas las cosas. Y aunque nos lo dice, nos es bien difícil verlo y entenderlo.

De una parte está el misterio, de la otra nuestro corazón.

Juan, el amado, por ejemplo, lo vio y lo entendió. Se le mostró, le fue dicho y mostrado, se le apareció ante los ojos. Y en él, que estaba allí, se le mostró a todos sus hermanos. Y él con el corazón lo entendió. Y lo creyó. Entendió lo viejo y lo nuevo, diría san Pablo. Y vio el paso de lo viejo a lo nuevo, de algún modo. Y entendió con el corazón la vejez de lo viejo y la novedad de lo nuevo. Lo vio.

Vio el paso, vio la Pascua.

Feliz Paso. Feliz Pascua.

"Ves, hago nuevas todas las cosas".

Feliz mirada.