lunes, 28 de julio de 2014

Reinos de mil años



Estamos los que hemos nacido apenas después de 1955, no mucho después. Para nosotros, el peronismo fue hasta 1973 un asunto obligado en la política, a favor, en contra o ni a favor ni en contra.

Veamos.

Estaba el peronsimo visceral, la masa peronista (porque es mejor mirar a la masa peronista que a su dirigencia, siempre variopinta y ocupando todos los espacios y todas las posibilidades, porque -ya se ha dicho tanto- el peronismo es genéticamente como proteico...) La masa peronista, en gran medida, eran los que le debían la casa a Perón y a Evita, o los 'grasitas' de Evita que le debían cualquier cosa, desde ropa y un campeonato de fútbol hasta incluso una piedad como de culto que llegó a canonizarla, como a la Madre María o a la Difunta Correa. Este peronismo visceral se sentía en deuda con el peronismo porque los había "incluido", porque los había "contenido", porque había levantado las banderas de la disciplina al "capital", de la soberanía política, la independencia económica, la justicia social. Había levantado las banderas de la estatización de los ferrocarriles o la lucha contra los "agiotistas", la de las "leyes sociales" o el voto femenino. Incluso había levantado las banderas de la doctrina social de la Iglesia, lo que en términos inmediatos significaba una asimiliación. De la Iglesia al peronismo, claro. Además, muy importante, a todos ellos, a todos los peronistas, el peronismo los había unido y organizado. El peronismo de arriba, la dirigencia peronista, tenía de todo y de todos los colores. Y eso era obra de Perón, básicamente, porque lo esencial en él era ocupar todo el espacio, de modo que lo que quedara fuera del peronismo quedara fuera de la existencia, del mundo, del país. La "antipatria". Con los años, con los últimos, Perón hizo el gesto de trazar un mapa distinto. Pero lo importante no era tanto cómo resultara el mapa (dándole carta de ciudadanía a provincias que antes no existían: el radicalismo de Balbín, "la hora de los pueblos", frentes y alianzas, por ejemplo...), sino quién lo trazara. Porque Perón seguía siendo Perón. Y no existen los leones herbívoros.

Estaba el antiperonismo. Así, tan genérico e informe como eso y, a partir del peronismo, con su definición negativa: el antiperonismo es lo que no es peronismo. Porque desde el surgimiento del peronismo en la Argentina, y durante mucho tiempo, lo no peronista era una categoría ontológica y existencial. Se definía por oposición. Y se acumulaba por lo mismo. Podía ser el PC. Podía ser el conservadorismo. Podía ser radical. Podía ser liberal. Podía ser socialista. Podía ser de la Sociedad Rural o maoísta revolucionario. Entonces, y otra vez gracias a la astucia peronista: lo que no es peronista es gorila y lo gorila es antipatria. Pero también es lo que pasa cuando uno es básicamente antiperonista. Aunque, y otra vez: lo que importa es quién traza el mapa. Y ciertamente que quién definía lo que no era peronista era en los hechos el propio peronismo. Es tan variada y discordante la lista de lo opuesto al peronismo que resulta, además de un poco largo, bastante aburrido disecarla. La autopsia política del antiperonismo siempre es decepcionante. Y la de lo antiperonista opuesto falsamente al peronismo, peor. Por otra parte, en términos prácticos -que suelen ser útiles a la hora de gobernar- el antiperonismo produjo una suma de desaciertos cuantiosa, con algunos contados islotes de sensatez eficaz.

Y estaba lo que no era peronista ni antiperonista. Ni vencedores ni vencidos. En términos reales y en cierto sentido operativo, históricamente duró apenas dos meses y, un poco más adelante, apenas un poco más. Pero poco y nada. Si llegó a prender en algún sector de la sociedad fue por indiferencia y hastío, más que por buenas razones. En realidad, esa vertiente tiene la ventaja enorme de no definir políticamente a la Argentina a partir del peronismo. Pero con eso no basta. Para empezar, es muy difícil de sostener la ecuanimidad que esa posición requiere. Para terminar, la ecuanimidad no lo es todo. Necesaria, pero no suficiente. Porque además de ser ecuánime, cuando se mete uno en cuestiones de política práctica hay que gobernar realmente un país real, que además de todo está trazado y, como se dice tilingamente, "atravesado" por peronismo y antiperonismo, que son, hasta donde se sabe, irreductibles ambos. En cualquier caso, una cosa es tratar de ser más o menos una buena persona y no tener mala leche. Otra, ser un buen gobernante.

Y aunque importan mucho, son otra historia aparte las trapisondas, traiciones, travestismos, tramoyas, tráficos, compraventas, estraperlos y decenas de otras variantes de acuerdos y pactos. Hubo a pasto de todo eso. Casi siempre pasan por ser magnánimas exhibiciones de interés supremo por la patria y sus hijos. En una mayoría indisimulable, son simplemente las muestras más impúdicas de negocios políticos en el sentido más inmundo de la expresión. Claro que en bocas más sutiles todas esas lindezas también suelen llevar el nombre augusto de "realismo político", un eufemismo, al fin de cuentas, porque es una categoría ideológica. En política, como en cualquier otra cosa, con realismo a secas alcanza y sobra.

Ahora bien.

En los 30 años que siguieron a 1973 las cosas no fueron muy distintas en cuanto a las tres líneas generales. Y que los contenidos de dos de esas tres líneas hayan experimentado simbiosis y metamorfosis extravagantes, es algo que habría que atribuirle principalmente al peronismo, aunque esas simbiosis y metamorfosis no sean virtudes exactamente, ni en el peronismo ni en el antiperonismo.


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El asunto es que hoy estamos en varios aspectos más o menos igual que en 1955, casas más, casas menos. De modo que, por lo pronto, y si quiere, vuelva a leer todo desde el principio. Aunque me parece que hay algo que ha cambiado de manera casi absoluta: la masa peronista. (Continuará)