sábado, 14 de enero de 2023


Un escritor siempre le habla a alguien.

Todo escritor habla con alguien, siempre. No de alguien siempre. Con alguien, a alguien. Siempre.

Todo escritor tiene un .

De hecho, en realidad, aunque en otro sentido, todo hombre tiene un . Y, es claro, el escritor es un hombre.

El arte poético –es decir, literario–, a diferencia de cualquier otro arte, modela una materia que se identifica con el propio artífice, de un modo como no lo hace ninguna otra materia en otras artes: la palabra.

El hombre está, por naturaleza, vocado por y a un Tú. La palabra es el signo eminente que muestra su vocación hacia un Tú. La vocación íntima de su naturaleza y la vocación de su existencia. Y el poeta lo está muy especialmente porque es la substancia del arte que profesa.

¿Quién es el de un escritor o de un poeta?

No importa de qué esté hablando, todo poeta le habla a alguien. ¿A sí mismo? En ocasiones parece que ese soliloquio desdobla a la persona y uno mismo es el interlocutor de uno mismo. Pero, aun así, ese no es el Tú. En todo caso, como dice Machado: Quien habla solo espera hablar a Dios un día.

Y por cierto que, para todo hombre, el interlocutor epónimo y por antonomasia es Él. Y el poeta es un hombre.

Fuera de Dios, entonces, ¿quién es el ?

Padres, hermanos, hijos, amigos, gobernantes, compatriotas, enemigos. Todos ellos, circunstancialmente, pueden ser aquellos de quienes y, eventualmente, con quienes habla el poeta.

Los casos más antiguos –y frecuentes– son los que tienen por a una persona amada. Porque el amor es el sentimiento humano referencial más poderoso. Natural y sobrenaturalmente. Y el odio, como contraparte. No la indiferencia, porque la indiferencia desconoce, ignora al Tú.

¿Una persona amada como Tú del poeta es alguien determinado? En términos corrientes parecería que sí. Sin embargo, mirando con más atención, no.

Sólo en algunos y pocos y señalados casos esto es así. Es más universal la referencia. Y hasta puede ser una referencia hecha de notas que no se encarnan particularmente en una sola persona determinada.

En las primeras capas, las menos hondas, las más históricas en la vida de un artífice, puede parecer que esa asociación con alguien determinado es más segura. Aun para el propio escritor. Sin embargo, el primero –y a veces el único– en advertir que el a quien y con quien habla no es una persona determinada, es el propio autor.

Una persona determinada existente –que pudo haber sido existencialmente amada por mucho y largo tiempo, o desde siempre o por unos meses, tanto da– un día ya no es la persona determinada en presencia y existencialmente. Hay otra persona en su lugar, tan o más o menos amada existencialmente.

Pero el poeta sigue teniendo un con quien y a quien hablarle. Posiblemente, integrado con notas fragmentarias de personas determinadas, que pueden ser incluso notas de otras personas que no sean la que al presente le es la persona determinada, aquella a la que le habla o con quien quiere hablar, inmediatamente. Y eso ocurre en razón de la vocación universal de la obra de arte, que se distancia de lo particular, espontáneamente, y lo retiene sólo bajo especie de universalidad, ya sea de un asunto o de una persona.

Ese diálogo continuo con un Tú constante se ve fácilmente en la obra de muchos autores. Al cotejar su vida contemporánea a su obra, habitualmente la obra no registra los cambios existenciales de su vida. Tal vez sí aparezcan circunstancias, hechos, paisajes, personajes "nuevos". En cuanto a la obra, son en substancia un modelo, un antitypo que sustenta el typo que el poeta plasma en su obra. Tomar un poema cualquiera de cualquier poeta y ver en él a quién está dirigido, aun de quién está hablando, si no es imposible es altamente improbable.

¿Siempre es Beatrice? Pues, sí y no. Y en rigor no siempre hemos sabido cuándo no es Beatrice y sí otra persona circunstancial o más duradera. Pero siempre hay un Tú trascendiendo las circunstancias existenciales, incluso los amores reales.

Entiendo, siguiendo con este ejemplo amatorio, que habrá habido, en la vida de esos poetas, mujeres que han imaginado ser ese . O habrán, tal vez, aspirado a ello si acaso eso les importaba. Y, en cierto sentido, celebro que ahora no puedan enterarse de que, aun aquellas que existencialmente pudieron haber sido muy amadas, en orden a la obra han sido el motivo acaso, pero de algo distinto de ellas mismas y en ocasiones mucho mayor que ellas mismas.

Y esto está en la naturaleza del arte de la palabra y, por cierto, en la del artífice en cuanto poeta.