viernes, 13 de enero de 2023

Eternidad


Un escritor busca la eternidad.

Los hay que se entusiasman con la eternidad flaca y a plazo fijo de la fama bajo la luna. A veces se hacen adictos a ese licor.

Pero un escritor busca la eternidad. Porque es lo que lo deslumbra, lo que vislumbra. No su eternidad. La eternidad.

Cada obra vive en un sin tiempo propio, fuera del tiempo. Y el escritor vive allí mientras escribe, aun los adictos al licor de la fama. 

Es muy difícil el tiempo una vez que sale de la obra. Cada minuto en la obra, con la obra, es un instante suspendido. Fuera de ella, los minutos tienen 60 segundos. Es la sensación subjetiva del escritor. Porque así es el tiempo de la obra, suspendida en una eternidad, en el infinito de lo posible que se dispara en todas direcciones.

Quienes conocen el experimento mental de Schrödinger y su gato en una caja, pueden pensar que la obra de arte es, por fin, una especie de verificación del multiverso. Y se equivocan. No se trata de una indeterminación. Es lo opuesto: una especie de laberinto guiado misteriosamente. Caminando por él, el escritor va encontrando lo que ya existe de un modo intencional en su interior. Lo encuentra, es decir: lo inventa. Y de pronto aparece siendo y a la vez saliendo como de la nada. 

Es un tramo conmovedor de la experiencia de esa eternidad. Es lo que hace que un escritor crea que ha creado. Pero si es honesto, si lo piensa bien, cuela esa tentación y sólo queda la mano del orfebre, del artesano que siente haber encontrado la imagen dentro del bloque blanco impoluto en el que plasmará la obra, como el escultor desbasta la piedra hasta que encuentra el rostro y la figura como ya presente allí adentro. 

Ve las cosas venir de lo eterno, trascendiendo la materia y su propia inspiración. De esa experiencia viene también la noción de lo inspirado: el aire que viene de afuera, preñado por la impronta divina que se le concede desde la eternidad y la divinidad: las Musas, los dioses.

Pero a lo eterno va también, atraído, deslumbrado: a la fuente que mana desde dentro de sí y de la obra misma, hacia algo distinto de sí y distinto aun de la obra misma. Algo que luce fuera del tiempo y que por un prodigio que no conoce, lo absorbe hacia fuera del tiempo y lo devuelve bajo la forma de obra consumada.

Dos cosas podrían ocurrir. La soberbia y la humildad. Y aunque nadie supiera jamás cuál de las dos cosas ha ocurrido en él, él sí lo sabe. 

Porque puede buscarse la eternidad como los Titanes buscan el Cielo para apoderarse de él. O puede el escritor zambullirse en la eternidad que busca, abandonarse, desasirse y ver obrar la obra como un flujo de luz deslumbradora que toma la apariencia de un rayo que lo atraviesa y que al atravesarlo recoge su impronta y la plasma.

Y allí es cuando sabe que su obra es él en su obra, sin él. Lo que también tiene un misterioso sabor de eternidad para la creatura.