jueves, 12 de enero de 2023

Estaciones intermedias



Escribir, en cierto sentido, es como encarar un viaje, como viajar.

Uno tiene adónde ir y lo sabe, tiene cómo llegar y lo sabe. Y quiere ir y quiere llegar y lo sabe . Lo que no sabe es lo que habrá de ocurrir y qué forma tomará el viaje, durante y al final. 

Por ejemplo, como en los viajes, hay estaciones intermedias. Por una u otra razón, hay que detenerse aquí o allí. Tal vez, bajarse en una de esas estaciones intermedias y llegar a un lugar sorprendente, tal vez bizarro, algo anodino o que nos llama la atención. O que nos atrapa, simplemente. Un lugar adonde nos quedamos sine die, sin plazos

Uno tiene adónde ir y lo sabe, tiene cómo llegar y lo sabe. Y quiere ir y llegar. Sí, es verdad. Pero en esa especie tan peculiar de viaje, en un determinado momento todo eso puede esperar. O, diciéndolo mejor: resulta que, bien mirado, eso es parte del viaje.

Una historia que empecé a componer recientemente, una serie en ensayo que venía desarrollando. Dos asuntos que cumplen las consignas y los requisitos del viaje. La historia, creo, tiene su interés; está hecha con materiales genuinos y hebras de hechos reales aunque, por virtud de lo simbólico y metafórico, puestos en un ámbito y en un marco distintos. Una serie que urga en un asunto que me interesa exponer y que he estado pensando durante decenios. 

En una estación intermedia, ambas cosas –y un servidor– se detienen. También ellas bajan del vehículo, encuentran un lugar a la sombra, buscan algo para tomar o comer. Encuentran a alguien y hasta lo incorporan al viaje. O sencillamente miran el derredor. Y esperan. Es parte del viaje.

Ni ellas ni un servidor tienen apuro. La historia ya es, no cambiará en substancia por detenerse en una estación intermedia. El ensayo sabe adónde va y por dónde llegará. No le importa demasiado cuándo seguirá, cuándo llegará.