viernes, 6 de enero de 2023

De si toda obra es biográfica (III)



Y tengo que repetirlo: hasta donde sé, sólo la deliberada intención del autor puede hacer, en sentido estricto, que una obra sea, en su caso, autobiográfica. Fuera de eso, la presencia en una obra de elementos tomados de sus experiencias vitales es, me atrevo a decirlo, lo opuesto a lo autobiográfico. 

Hay varios modos en que la vida esté presente en la obra. Con la salvedad insalvable de que "siempre" hay algo del autor en la obra. Y no puede ser de otra manera, simplemente porque nadie da lo que no tiene, como gustan decir los abogados desde la vieja Roma a hoy. Y lo que tiene el artífice se sintetiza en ese lugar interior al que van a dar todas (sí, todas...) sus vivencias y experiencias: sensibles, emocionales, intelectuales y espirituales, hasta los sueños y otras mociones que hasta pueden ser sobrenaturales. Allí, recóndita, vive lo que llamamos inspiración, a falta de un nombre mejor que designe y connote lo que allí ocurre realmente. Porque lo que "se nos ocurre" en el arte no viene de afuera, sino de una consonancia de lo de afuera con algo que ya está en el hombre; con lo que procede de afuera y, acumulado con un sinfin de otras vivencias y percepciones relacionadas directa o indirectamente, alcanza a intuir cuando ve y que suscita algo consonante en su espíritu. Algo que, como dije antes, está, en su operación, más allá de nuestro alcance racional, salvo que lo veamos expresado en un concepto, idea o imagen, una vez que "se encarna" y surge.

Y algo más que habrá que ampliar más adelante: eso que surge, precisamente, surge ya "vestido para salir", aunque en sus rudimentos, pero habitualmente bastante más que en forma rudimentaria. Una vuelta y otra vuelta y otra más sobre esa primera encarnación, eso ya es trabajo racional, sometido en parte a las reglas del arte o a las elecciones del artífice. Pero, en una medida definitoria, poseer el hábito del arte significa esa compleja operación del espíritu que compone materia y forma de un solo trazo intuitivo en primera instancia. El resto, el "saber hacer" que dicen los filósofos es ese hábito del intelecto práctico que llamamos techné o arte, es, ahora más bien extrínsecamente, el caudal de reglas y señales que el artífice aplica al momento de elaborar aquella idea inicial hasta completar la obra, que resulta de esas aplicaciones, pero en segunda instancia.

Porque la primera instancia formal de la obra transcurre de modo inmanente en el espíritu, aunque ya llamada a surgir fuera de él.

Otra vez más: sólo la deliberada intención del autor puede hacer, en sentido estricto, que una obra sea, en su caso, autobiográfica. Y nunca completamente, aun más allá de la intención del artífice. Fuera de esa intención, lo biográfico nunca es determinante. Y aun en el caso de la intención deliberada, la obra misma –y hasta el artífice, sin saberlo del todo– trasciende lo particular.

Y la razón es que la obra de arte adquiere, por sí misma, un carácter universal que es lo opuesto por el diámetro a lo autobiográfico, como repetí más arriba.

Es ella misma, en primer término. Y nunca el autor en ella. Es la universalidad de una experiencia y de una vivencia humanas. Y será en todo caso un defecto en el arte del artífice el que quien percibe la obra se quede sin esa cuota de universalidad suficiente que le atañe y lo incluye como hombre.

Que el autor de la imagen de la espada en la piedra haya estado días antes intentanto sacar un clavo descomunalmente pertinaz, es una vivencia que no agrega mucho a la comprensión del signo literario que su inspiración iluminó. Porque la experiencia particular del clavo incluye el símbolo, ella misma, más allá de la situación particular en la que el autor realizó un esfuerzo físico singular, y más allá de que al lograr su tarea, de carpintero o albañil, haya sentido la sensación subjetiva de la proeza, si acaso también sobrenatural, la de un elegido para una tarea imposible en términos humanos.

La universalidad de la obra de arte se traga las experiencias particulares, determinadas por un tiempo y un espacio y una situación particulares.

Negar la presencia de esas vivencias en la obra y aun en la génesis de partes o de toda la obra, si se prefiere, sería negar la realidad. Pero tampoco responde a la realidad ni artística ni humana negar la cualidad universal en la que esas experiencias van a ser sumidas, excepto cuando se trate del relato de la vida propia con intención deliberadamente autobiográfica, como una crónica de hechos u opiniones personales. Aunque ni siquiera allí, en tanto obra de arte, puede escapar la obra a su pretensión naturalmente universal.

Entiéndase otra vez: el autor está siempre en su obra de un modo u otro. Pero, insisto, juzgar o interpretar esa obra a partir de las experiencias vitales del autor es un abuso y como todo abuso, indebido. Y, en primer lugar, no para con el aurtífice sino para con la obra misma.

Bien dice la preceptiva tradicional en estas materias que, así como en lo moral el obrar tiene como fin el bien de quien obra, así en el arte el fin del hacer es el bien de la obra misma y su perfección, la posible en los términos de este mundo para un hombre, que es quien la hace. Entendiendo bien esta claúsula, que a alguno podrá parecerle seca o estatutaria, lo que hay que entender es el sentido de que haya obras de arte. En la medida que se entienda que se trata de lograr la expresión del artífice en primer lugar, no hay modo de sortear lo biográfico en todo o en parte. Pero que el hombre sea siempre, como ya he dicho, el mediador en la obra y para la obra, no quiere decir que la finalidad se agote de modo inmanente o circular en él mismo, haciendo volver a él el pathos que la obra produce y su misma justificación en cierto sentido autónoma en cuanto universal. La realización de la obra lleva su sello y su impronta. La obra se le atribuye pero tiene una vida propia.

Si no resultara en algo impresionante, y con una analogía sui generis, se diría que la relación entre un progenitor y el hombre por él concebido es la que más se parece en términos formales a la de un artífice y su obra. Especialmenete en el hecho de que, aun siendo la causa próxima de su generación –y de allí que el su de la expresión su hijo tenga validez– no es su en el sentido de que sea sin más una parte que le pertenezca o lo integre como progenitor. Y, más bien, habría que decir que en modo alguno: la persona concebida es propia de sí en un sentido moral, intelectual y espiritual que importa sobremanera. En definitiva, paternidad y filiación pertenecen a la categoría de relación.


Pero queda algo por decir y esto ya vino largo por hoy.