viernes, 27 de enero de 2023

Dos heridas


Encuentro

Estuvimos paseando a través de los campos
en un vagón al amanecer.
Una herida rosa roja en la oscuridad.

Y de pronto una liebre atravesó la carretera.
Uno de nosotros la señaló con la mano.
Eso fue hace tiempos. Hoy ninguno de ellos está vivo,
Ni la liebre, ni el hombre que hizo el ademán.

¿Oh, amor mío, dónde están ellos, a dónde han ido?
El destello de una mano, la línea de un movimiento,
el susurro de los guijarros.
Pregunto no con tristeza, sino con asombro.


Dedicatoria

Vosotros, a quienes no pude salvar,
escuchadme.
Intentad entender estas simples palabras, ya que de otras me avergonzaría.
Os juro que en ellas no hay hechicería.
Os hablo en silencio como una nube, como un árbol.

Aquello que me fortaleció a mí, para vosotros fue mortal.
Confundisteis el adiós a una época, con el advenimiento de una nueva
-Odio confabulado de belleza lírica.
Fuerza ciega de forma completa.

He aquí un valle polaco de ríos anémicos. Y un inmenso puente
perdiéndose en la niebla. He aquí una ciudad vencida,
y el viento arroja alaridos de gaviotas sobre vuestra tumba
mientras os hablo.

¿Qué clase de poesía es aquella que no salva
naciones o pueblos?
Una conspiración de mentiras oficiales.
Una tonadilla de borrachos cuyas gargantas serán cortadas de inmediato,
una conferencia para señoritas.
He deseado la buena poesía sin saberlo,
he descubierto, ya tarde, su saludable objetivo.
En ella, y sólo en ella, encuentro salvación.

Se solía esparcir mijo o alpiste sobre las tumbas
para alimentar a los muertos que volvían disfrazados de pájaros.
Aquí os dejo este libro, vosotros quienes alguna vez vivisteis,

para que nunca más volváis. 

Czesław Miłosz