sábado, 21 de enero de 2023

Esfinge

Dice Plotino, comentando esa odisea del alma: “Si es dado mirar las bellezas terrenales, no es útil correr tras ellas, sino aprender que son imágenes, vestigios y sombras (de la Hermosura Primera). Si corriéramos tras las imágenes por tomarlas como realidad, seríamos como aquel hombre (Narciso) que, deseando alcanzar su imagen retratada en el agua, se hundió en ella y pereció”. El alma busca su destino, y en la imagen se pierde. Y el alma debe perderse: tal es, Elbiamante, su vocación gloriosa. Pero no se debe perder en una imagen de su destino, sino en su destino verdadero y final. Por eso la leyenda de Narciso tiene una segunda versión que te daré más adelante y a su hora.

¿Será que las imágenes del mundo nos tienden un lazo maligno? De ningún modo, puesto que ya consideramos la belleza de la criatura como el esplendor de una verdad cuyo dominio implica un bien. Y volverás a preguntarme: ¿qué verdad y qué bien nos propone la criatura? Elbiamor, los maestros antiguos enseñaban que no es dado al hombre conocer en este mundo a la Divinidad, como no sea en enigmas y a través de un velo. Y tal es el saber que nos propone la natura creada, la cual, según dice Jámblico, expresa lo invisible con formas visibles y en modo simbólico. Dionisio enseña que el alma, por su moción directa, se vuelve a las cosas exteriores “y las utiliza como símbolos compuestos y numerosos, a fin de remontarse por ellas a la contemplación de la Unidad”. Y San Pablo afirma de algunos hombres que su incredulidad es inexcusable, puesto que “las cosas de El invisibles se ven desde la creación del mundo, considerándolas por las obras creadas: aún Su virtud eterna y Su divinidad”.

De todo lo cual se infiere que las criaturas nos proponen una meditación amorosa y no un amor. ¿Una meditación amorosa de qué? De las imágenes y símbolos a que fielmente se reducen todas las criaturas, si las miramos en sus caras inteligibles. ¿Y cuál es el objeto de tal meditación? El de ir conociendo lo invisible por lo visible; el de ir atisbando el rostro de la Divinidad a través de las imágenes y símbolos que la revelan y esconden a la vez; el de remontarse a la contemplación de la Unidad creadora y eterna, por la escala de lo múltiple, creado y perecedero. Entenderás ahora, Elbiamor, que las criaturas nos incitan a un comienzo de viaje y no a un final de viaje; y que la Creación nos propone la verdad en enigmas, como la Esfinge que mató Edipo cerca de Tebas. ¿Otro mito? me dirás. Y aleccionador en su fábula, como todos los mitos, porque la Creación es también una esfinge. Ahora bien, la Esfinge, monstruo poliforme, detiene a los viajeros y les plantea un enigma: si los viajeros no lo resuelven, la Esfinge, según el mito, los despedaza y los devora.

Tal hace la Creación: despedaza y devora luego a los andantes que no resuelven su enigma: los despedaza en la multiplicidad de sus amores; y los devora, porque amar es incorporarse a la forma de lo que se ama. Pero el héroe tebano mató a la Esfinge. ¿Cómo? Resolviendo su enigma. ¿Será necesario imitar a Edipo? “A fuerza de amar las cosas creadas—dijo Agustín—, el hombre se hace esclavo de las cosas, y esa esclavitud le impide juzgarlas.” Y con esta cita doy fin a mi descenso. Porque no bien el hombre requiera la vara de los jueces, empezará el ascenso del alma por la belleza.


(Leopoldo Marechal, Descenso y Ascenso del Alma por la Belleza, VI, La Esfinge.)


El texto está tomado de la edición definitiva (1965) que publicó Vórtice en 2016, en una edición valiosa que contiene además otras obras de Marechal referidas a la Belleza, el Arte y el Artífice.