miércoles, 18 de enero de 2023

Palabra


¿De dónde vienen las palabras del poeta?

Se dijo que la palabra poética aparece "ya vestida para salir", aunque el poeta puede, a partir de ella, cambiar de rumbo, retocar, pulir.

Un sonetista finísimo como el argentino Augusto Falciola, se tomaba el trabajo de hacer listas de sinónimos junto a los versos de cada cuarteto o terceto, y lo hacía con palabras que le eran significativas y a las que les buscaba el molde exacto de lo que quería decir, pero, además, de lo que mejor expresara la idea. Y mejor quiere decir más bellamente también. Vi sus cuadernos. Eran un verdadero viaje a la palabra exacta. Pero es un caso excepcional y peculiar. Cada artífice tiene un paisaje sonoro y conceptual. No todos los jardines se acomodan con las mismas plantas, flores o árboles.

Pero eso viene después. La primera palabra surge del mismo manantial de donde surge la metáfora, la imagen, la idea. Es de una espontaneidad espeluznante que, si no le fuera habitual, hasta el mismo poeta se sorprendería más.

Tiene alguna relación no lejana con el trazo del dibujante, el trazo primero, espontáneo. No es la mano, no en primer lugar, ni principalmente. Es lo que surge de aquel lugar recóndito de donde viene la inspiración, o lo que tenemos por tal cosa.

La palabra está en la génesis misma de la imagen de la metáfora. El pensamiento puro, la pura intuición sin mediación lingüística es posible, per se. Pero no lo es para el hombre tal y como es en realidad. Pensamos con palabras y hasta conocemos con palabras. Claro que la palabra tiene naturaleza distinta en el entendimiento inmaterial y en la voz. Y aun hay grados diversos en cada uno de esos ámbitos, de mayor o menor aproximación a la cosa nombrada. En el caso del poeta, la visión en la metáfora superpone de tal modo lo figurado y lo real que en un sólo trazo ve ambas cosas y la vía por la cual una refiere a la otra, casi sin tiempo, casi misma e inmediatamente, sin duración, casi. Ese poder de sugestión de una cosa respecto de otra es una de las razones por las cuales resulta mágica la poesía.

De la poesía de un poeta sólo tenemos noticia porque se ha encarnado en palabras que significan la realidad interior del conocimiento intuitivo del artífice y la realidad de las cosas nombradas, a la vez. Que la realidad sea indefinidamente nombrable es consecuencia de la poliédrica naturaleza de las cosas, que todo eso pueda verlo el poeta de un trazo es lo que está en la raíz de su don.

Cuando se dice que el poeta le dice a los hombres los nombres de las cosas, no se está diciendo que la suya sea una tarea enciclopédica, de diccionario de la realidad. Es la relación de su entendimiento con la naturaleza de las cosas lo que permite poner en palabras lo que el mundo, diría Romano Guardini, tiene de "verbal". Su origen como algo dicho es la condición de posibilidad de que sea nombrado. Y más: la configuración interior de la realidad misma, en sus raíces hondas, su trabazón existencial producto de su origen homogéneo es lo que permite en definitiva la metáfora.

Sin embargo, como toda cosa alta y nobilísima, la acción de la palabra poética tiene de peligrosa su misma naturaleza y acción. Esa magia de conocer los nombres de las cosas desde dentro de las cosas mismas y la luz que la palabra poética pone en los senderos que unen realidades disímiles pero que relacionan eficazmente una cosa con otra. Un tramado de aire que de pronto se alza ante nosotros como un mundo completamente virtual y a la vez tan consistente como lo que nos muestran los sentidos, con más el entendimiento de sus relaciones, raíces y floraciones. Ciertamente que ese atractivo viene de la evocación que pone en presencia sin presencia las cosas que nombra. Y eso mismo, tan alto y hondo, es a la vez sumamente peligroso. Para quien está frente a ello, tanto como para el propio artífice.

Es de una potencia enorme entrar al entendimiento y al corazón de los hombres sólo con aire modulado y obrar dentro de ellos la configuración de su mundo interior, la propia percepción del mundo exterior y hasta su imaginación y su misma conducta moral y espiritual. 

Demasiado poder. Está del lado del poeta la responsabilidad de su arte y de los efectos de su arte. Tanto respecto de lo que ilumina u obscurece de las cosas en sí mismas, de las cuales es un vocero privilegiado, como respecto de la luz o las tinieblas que siembra en los hombres que lo oyen.