miércoles, 8 de junio de 2016

Por temor a los judíos




No es un relato de suspenso ni una novela de espionaje o de crímenes. Pero si uno pudiera hacer abstracción de lo substancial, el evangelio de san Juan tiene pasajes y episodios que estremecen por lo que muestran en materia de intrigas, conspiraciones, persecuciones y riesgos.

Visto así, el relato de san Juan adquiere el tono de una historia tensa y vibrante en la que el protagonista sortea a cada rato a sus oponentes, que no descansan en su inquina contra él o sus seguidores, ni siquiera cuando los planes de acabar con él y todo lo que lo circunda parecen haber tenido éxito.

Bastaría seguir la expresión "por temor a los judíos" -y alguna que otra similar, que rueda a lo mismo- para notar las veces que Jesús tiene que esquivar celadas no únicamente doctrinarias, emboscadas no solamente dialécticas. De incógnito, subrepticiamente, sin darse a conocer, fingiendo, simulando, unas cuantas veces Él (que nunca fingió, aunque sí se les escabulló) y varios otros que lo siguen -algunos en secreto- andan por aquellas tierras y ciudades haciendo las veces de personajes de novela de misterio, escurriéndose de entre las manos de quienes están determinados a matarlos literal, religiosa o civilmente.

Es claro que esos episodios no son los términos teológicos en que san Juan está mirando la vida y la prédica del Maestro y su sentido.

Pero más temprano que tarde uno aprende -o le enseñan- que cuando algo se repite en las Escrituras hay que prestar atención. Y si no supiera un servidor lo que otros que son buenos dicen de este Evangelio, bien podría llamarlo: "La persecución".

Por temor a los judíos no es una frase de relleno, entonces. No es una nota simplemente de color, no es una ambientación que pretenda nada más que mostrar algo del clima que se respiraba en aquellos días de la vida pública de Jesús, entre otros motivos, a propósito de que era pública.

Y si también se ve allí que esa inquina es una condición para los discípulos, es porque fue una condición para el Maestro. Y esa condición se extiende a la vida del cristiano, no importa en qué tiempo o circunstancia profese su fe, tal y como el Maestro se lo advierte a los discípulos, y eso por el sólo hecho de ser sus seguidores.

La diferencia que traza un abismo entre el Maestro y los discípulos es que por temor a los judíos es una pasión que sólo aplica a estos y no a Aquel. Porque nunca Jesús le temió a los judíos. Ni a nadie. Lo cual hace de algún modo intercambiable a los temibles en la expresión por temor a los judíos, para reemplazarlos por otros tantos sujetos o circunstancias ante los cuales pudiera sentirse, con razón o no, temor.

De todas maneras, y para subrayar lo que digo, antes de llegar a algunas conclusiones, he aquí cuatro pasajes del testimonio de san Juan.

En primer lugar, una escena alrededor de la llamada Fiesta de los Tabernáculos o de las Chozas, en el capítulo 7 (1-13):
Después de esto, Jesús recorría la Galilea; no quería transitar por Judea porque los judíos intentaban matarlo.
Se acercaba la fiesta judía de las Chozas,
y sus hermanos le dijeron: "No te quedes aquí; ve a Judea, para que también tus discípulos de allí vean las obras que haces.
Cuando uno quiere hacerse conocer, no actúa en secreto; ya que tú haces estas cosas, manifiéstate al mundo"
.
Efectivamente, ni sus propios hermanos creían en él.
Jesús les dijo: "Mi tiempo no ha llegado todavía, mientras que para ustedes cualquier tiempo es bueno.
El mundo no tiene por qué odiarlos a ustedes; me odia a mí, porque atestiguo contra él que sus obras son malas.
Suban ustedes para la fiesta. Yo no subo a esa fiesta, porque mi tiempo no se ha cumplido todavía"
.
Después de decirles esto, permaneció en Galilea.
Sin embargo, cuando sus hermanos subieron para la fiesta, también él subió, pero en secreto, sin hacerse ver.
Los judíos lo buscaban durante la fiesta y decían: "¿Dónde está ese?"
Jesús era el comentario de la multitud. Unos opinaban: "Es un hombre de bien". Otros, en cambio, decían: "No, engaña al pueblo".
Sin embargo, nadie hablaba de él abiertamente, por temor a los judíos.
También está el episodio de la curación de un ciego de nacimiento, en el capítulo 9. Copio in extenso el pasaje, aunque debería mirarse también lo siguiente, que tiene continuidad temática. Pero aquí está lo que quiero destacar:
Al pasar, vio a un hombre ciego de nacimiento.
Sus discípulos le preguntaron: "Maestro, ¿quién ha pecado, él o sus padres, para que haya nacido ciego?"
"Ni él ni sus padres han pecado, respondió Jesús; nació así para que se manifiesten en él las obras de Dios.
Debemos trabajar en las obras de aquel que me envió,
mientras es de día;
llega la noche,
cuando nadie puede trabajar.
Mientras estoy en el mundo,
soy la luz del mundo"
.
Después que dijo esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego,
diciéndole: "Ve a lavarte a la piscina de Siloé", que significa "Enviado". El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía.
Los vecinos y los que antes lo habían visto mendigar, se preguntaban: "¿No es este el que se sentaba a pedir limosna?"
Unos opinaban: "Es el mismo". "No, respondían otros, es uno que se le parece". Él decía: "Soy realmente yo".
Ellos le dijeron: "¿Cómo se te han abierto los ojos?"
Él respondió: "Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, lo puso sobre mis ojos y me dijo: "Ve a lavarte a Siloé". Yo fui, me lavé y vi".
Ellos le preguntaron: "¿Dónde está?". Él respondió: "No lo sé".
El que había sido ciego fue llevado ante los fariseos.
Era sábado cuando Jesús hizo barro y le abrió los ojos.
Los fariseos, a su vez, le preguntaron cómo había llegado a ver. Él les respondió: "Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo".
Algunos fariseos decían: "Ese hombre no viene de Dios, porque no observa el sábado". Otros replicaban:
"¿Cómo un pecador puede hacer semejantes signos?" Y se produjo una división entre ellos.
Entonces dijeron nuevamente al ciego: "Y tú, ¿qué dices del que te abrió los ojos?" El hombre respondió: "Es un profeta".
Sin embargo, los judíos no querían creer que ese hombre había sido ciego y que había llegado a ver, hasta que llamaron a sus padres
y les preguntaron: "¿Es este el hijo de ustedes, el que dicen que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?"
Sus padres respondieron: "Sabemos que es nuestro hijo y que nació ciego,
pero cómo es que ahora ve y quién le abrió los ojos, no lo sabemos. Pregúntenle a él: tiene edad para responder por su cuenta"
.
Sus padres dijeron esto por temor a los judíos, que ya se habían puesto de acuerdo para excluir de la sinagoga al que reconociera a Jesús como Mesías.
Por esta razón dijeron: "Tiene bastante edad, pregúntenle a él".
Los judíos llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron: "Glorifica a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador".
"Yo no sé si es un pecador, respondió; lo que sé es que antes yo era ciego y ahora veo".
Ellos le preguntaron: "¿Qué te ha hecho? ¿Cómo te abrió los ojos?"
Él les respondió: "Ya se lo dije y ustedes no me han escuchado. ¿Por qué quieren oírlo de nuevo? ¿También ustedes quieren hacerse discípulos suyos?"
Ellos lo injuriaron y le dijeron: "¡Tú serás discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés!
Sabemos que Dios habló a Moisés, pero no sabemos de dónde es este"
.
El hombre les respondió: "Esto es lo asombroso: que ustedes no sepan de dónde es, a pesar de que me ha abierto los ojos.
Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero sí al que lo honra y cumple su voluntad.
Nunca se oyó decir que alguien haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento.
Si este hombre no viniera de Dios, no podría hacer nada"
.
Ellos le respondieron: "Tú naciste lleno de pecado, y ¿quieres darnos lecciones?" Y lo echaron.
Jesús se enteró de que lo habían echado y, al encontrarlo, le preguntó: "¿Crees en el Hijo del hombre?"
Él respondió: "¿Quién es, Señor, para que crea en él?"
Jesús le dijo: "Tú lo has visto: es el que te está hablando".
Entonces él exclamó: "Creo, Señor", y se postró ante él.
Después Jesús agregó:
"He venido a este mundo para un juicio:
Para que vean los que no ven
y queden ciegos los que ven"
.
Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: "¿Acaso también nosotros somos ciegos?"
Jesús les respondió:
"Si ustedes fueran ciegos,
no tendrían pecado,
pero como dicen:
"Vemos",
su pecado permanece"
.
Otro apunte sobre lo mismo aparece en el capítulo 19 (38-42), en el episodio de la sepultura de Jesús, en el que intervienen José de Arimatea y Nicodemo, quien, como advierte el apóstol (Jn. 3, 1-21), ya había ido a verlo de noche una vez, por la misma razón por la que ahora obra secretamente:
Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús —pero secretamente, por temor a los judíos— pidió autorización a Pilato para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se la concedió, y él fue a retirarlo.
Fue también Nicodemo, el mismo que anteriormente había ido a verlo de noche, y trajo una mezcla de mirra y áloe, que pesaba unos treinta kilos.
Tomaron entonces el cuerpo de Jesús y lo envolvieron con vendas, agregándole la mezcla de perfumes, según la costumbre de sepultar que tienen los judíos.
En el lugar donde lo crucificaron había una huerta y en ella, una tumba nueva, en la que todavía nadie había sido sepultado.
Como era para los judíos el día de la Preparación y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.
Finalmente, el episodio que me parece que es ciertamente el punto emblemático.

Está en el capítulo 20 (19-31), casi al final de este evangelio:
Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con ustedes!"
Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes!
Como el Padre me envió a mí,
yo también los envío a ustedes"
.
Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió:
"Reciban el Espíritu Santo.
Los pecados serán perdonados
a los que ustedes se los perdonen,
y serán retenidos
a los que ustedes se los retengan"
.
Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús.
Los otros discípulos le dijeron: "¡Hemos visto al Señor!" Él les respondió: "Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré".
Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: "¡La paz esté con ustedes!"
Luego dijo a Tomás: "Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe".
Tomás respondió: "¡Señor mío y Dios mío!"
Jesús le dijo:
"Ahora crees, porque me has visto.
¡Felices los que creen sin haber visto!"
.
Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro.
Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre.
Que sea el último no quiere decir que no sea de algún modo el primero, pues la juntura de este escondite por temor a los judíos con la llegada del Espíritu Santo, signa no solamente lo que ha de ser la vida de fe para un cristiano hasta la Segunda Venida, sino también todo lo anterior, esto es, la vida del propio Jesús, muestra de lo que un cristiano habrá de vivir y ser.

Y por cierto que es una muestra también del modo de proceder de un cristiano en la historia. Y en medio de la historia misma del mundo mientras dura el mar. Porque debe entenderse que la propia vida de Jesús, que es la Cabeza, es el analogado primero de lo que será la vida de la Iglesia y la de los cristianos que son parte del Cuerpo.


Queda algo por decir, pero será la próxima vez, no ahora.